𝑪𝒂𝒑í𝒕𝒖𝒍𝒐 𝑪𝒖𝒂𝒕𝒓𝒐: 𝑯𝒂𝒔𝒕𝒂 𝒆𝒍 𝒂𝒎𝒂𝒏𝒆𝒄𝒆𝒓 𝑰𝑰

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Bajó a cenar como si nada hubiera ocurrido en la tarde. Se sentó junto a Alex, naturalmente, y al mirar hacia adelante deseó inmediatamente levantarse y sentarse en la otra punta de la mesa.

Las voces de la familia se superponían una arriba de la otra creando murmullos que a sus oídos eran ininteligibles. Todos ensimismados en sus propias conversaciones, la voz de Fedra sobresalía por encima de todos pero las carcajadas de Billy y Joseph en definitiva la opacaban.

Siempre era así de bullicioso pero no era difícil acostumbrarse, en Illinois cualquier cena o almuerzo estaba cargado de energía, de risas y constantes conversaciones que no parecían tener fin hasta que se hacía demasiado tarde y la hora de dormir los empujaba a detenerse.

Extrañaba tanto a sus amigos, a todos ellos, extrañaba aquel ambiente laboral que creaban, donde no había gritos ni malos tratos y donde no había nadie que le dijera qué hacer a cualquier hora como si fuera un sirviente. Extrañaba aquella libertad que Illinois le proveía, allí sentía que tenía todo bajo control, laboralmente y emocionalmente; se sentía íntegro.

Ahora aquel sentimiento se le escurría de los dedos, porque aunque se esforzara por mantener su temperamento intacto ya era un hecho que hubiera partes que se estuvieran resquebrajando. No podía negarse a las órdenes de Harry, podía contradecirlo, tal vez podía intentar empujarlo lo suficiente para salirse con la suya pero al fin al cabo siempre terminaría sucumbiendo, porque tenían un acuerdo no firmado al cual no podía renunciar.

Pero sí podía huir, eso también era un hecho, pero para hacerlo primero tendría que conseguir la manera de llamar a Liam y no era tan sencillo como decirlo. Si bien los teléfonos móviles estaban de moda hoy en día, y se notaba que los Styles eran personas con grandes ingresos, en el tiempo que llevaba en el rancho no había visto a nadie con uno de ellos. Solo sabía de un teléfono en la casa, y estaba en la oficina de Harry.

Pero era una obviedad, los vaqueros con lo que menos estaban familiarizados era con la tecnología. Así era la vida de granja, las preocupaciones eran diferentes, los lujos eran lo de menos y las modas eran prácticamente irrelevantes. Cuando pasó de vivir en la gran y maravillosa ciudad de París a un pequeño pueblo en medio de la nada, aprendió y se dio cuenta de muchas cosas. Lo único que no cambiaba en ningún lugar al que fuera eran los estigmas sociales.

En tan solo unos días se cumpliría un mes desde que llegó al rancho de los Styles y no podía si quiera creer lo rápido que había pasado. Desde que se instaló en su nueva habitación hasta el día de hoy, pasó de tener días aburridos a tener días ajetreados y cargados de frustraciones que las generaba todas una misma persona.

La misma persona que ahora se hallaba sentada frente a él, la misma persona que se tomó las molestias de decirle a la empleada doméstica que no comprara un teléfono solo para joderle la existencia, la misma persona que de indulgente no tenía un pelo.

El mismo hombre que ahora sonreía con una hilera de dientes perfectamente blancos y hoyuelos idénticos a los de su hija, quien sentada a su lado farfullaba algo que por alguna razón provocó que su padre estallara en risas.

Lo miró y no pudo evitar sentir que el hombre que ahora sus ojos veían era un completo desconocido. Verlo reír tan abiertamente, risueño y emanando confianza por los poros a través de su forma desordenada de sentarse y su sonrisa ladina, hacían hervir su sangre.

Porque luego cuando estaba a su alrededor, a solas, era otro tipo de persona. Era descortés, irritante, no cambiaba su semblante más que para poner una arruga entre sus cejas, o para apretar su mandíbula estúpidamente estructurada que siempre lucía una barba de días; Era como si Louis no le generara más que eso.

Heaven's On Fire, Burn With MeWhere stories live. Discover now