Afterglow

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Atlas

Calabria, Italia.

18/09.

Suelto un pequeño suspiro de exasperación, mismo que se mezcla con cierta diversión al ver como dos pares de ojos azules me miran con inocencia, pero sabía de antemano que detrás de esa cara de ángel que no rompo ni un plato, se escondían dos demonios descarados que me recordaban a mi de niño.

Tal vez porque biológicamente, sí son míos.

Eso; sin contar la cantidad de mugre y lodo que tenían en todo el uniforme.

Juro por el amor a mi madre que no estaban así de sucios en la mañana, cuando los vine a dejar a la escuela.

Carajo, Bruno va a matarme al ver el estado de nuestros hijos.

Elevo la mirada de esos pares de ojos azules que son iguales a los míos, mirando a la maestra de los chicos quién me sonríe de forma cálida, pero simplemente, muerdo mis labios en una línea fina antes de soltar otro suspiro.

—¿Me explica que le ha pasado a mis hijos?— inquiero, antes de volver a mirar a los dos niños que respectivamente comparten mi sangre—. ¿Qué han hecho esta vez?

—Se han peleado entre ellos mismos, señor Novikov— responde la maestra, mirando a los revoltosos que tengo como hijos—. Tal parece que esta vez, fue por un gajo de mandarina.

Cierro mis ojos un momento, soltando otro suspiro más sonoro antes de hundir mis hombros con cierta resignación. Sabiendo que eso es más verídico, que el hecho de que me digan que se han peleado con alguien más de la escuela.

Mis hijos no eran peleoneros en la escuela, al menos no con los demás niños.

Eran peleoneros, pero entre ellos mismos.

El amor de hermanos; pienso con cierta ironía.

Ni siquiera puedo quejarme de ello, porque no había día que recordara a la perfección las peleas que tenía con mis hermanos...y no eran precisamente verbales, en realidad.

Incluso el hecho de que alguien se haya comido la última rebanada de pan, era motivo de armar una tercera guerra mundial entre los hermanos Novikov.

Observo de forma detallada a mis hijos.

Lorenzo tenía una gran mancha de lodo en el rostro, sin contar los pequeños raspones en sus brazos mismos que parecen haber sido curados y la camisa blanca del uniforme, estaba completamente arrugada y fuera de lugar, al igual que sus pantalones azules.

Antonella, tenía una de las coletas chuecas, la falda de su uniforme estaba volteada al lado contrario de su cintura, sus calcetas blancas largas estaban hasta sus tobillos donde puedo notar los raspones que tiene en las rodillas, igualmente curados y su camisa blanca, estaba hecha un desastre en lodo con algunos pequeños agujeros donde la tela fue rasgada.

Algunos días, pienso que no tengo seres humanos como hijos, si no gallinas de peleas.

Otro suspiro abandona mi boca antes de que pellizque suavemente el puente de mi nariz. Coloco una de mis manos en el costado de mi cintura, mirando de forma fija a mis hijos y los pequeños demonios, todavía tienen el descaro de sostenerme la mirada.

—¿En serio, garrapatas?— inquiero con cierta exasperación—. ¿Un gajo de mandarina?

—¡Él empezó! ¡Ella empezó!— exclaman al unísono, señalando así mismos entre ellos—. ¡Robó mi último gajo de mandarina!

—Como sea— respondo en tono firme, se quedan en silencio—. Será mejor que nos vayamos, se nos hará tarde para comer con su padre— les quito las mochilas de los hombros para colocarlos en los míos, y dejo que ellos lleven sus loncheras con dibujitos animados antes de que mire a la maestra y le dé un breve asentimiento de mi cabeza—. Gracias por la información, hablaré con su padre con respecto a... esto.

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