Don't Blame Me

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Anastasia

Moscú, Rusia.

28/10.

Leo de manera detallada algunos documentos de la galería, antes de que la puerta de mi oficina se abra de una manera muy abrupta y arqueo una de mis cejas con cierta sorpresa, ante la figura que atraviesa mi lugar de trabajo.

—Barbie, dime que has conseguido entradas— arqueo más mi ceja en dirección a mi hermano, quién parece haber corrido un maratón por su respiración entrecortada, antes de que se coloque a mi frente con sus manos en el borde mi escritorio—. Dime que lo has hecho y que no me voy a tener que jalar los pelos en la desesperación, con un gran riesgo inminente de quedarme calvo antes de los cuarenta.

Miro fijamente los ojos verdes de mi hermano, antes de que una mueca llena de sarcasmo e ironía se forme en mis labios.

Hola, hermana. ¿Cómo estás? Hace tiempo que no te veo— respondo con el evidente reproche en mi voz. Renzo, me fulmina con la mirada—. Oh, hola, Renzo. ¿Qué haces aquí? Te hacía en Alemania con tu esposa e hija, ya sabes, intentando ser un padre responsable, cuando nadie de la familia tiene fe en ti al ser padre de Brianna. ¿Milenka? Mile, está creciendo cada vez más y temo que deje de ser mi muñequita de porcelana prontamente, pero la vida me trata de bien.

—¿Era necesario el sarcasmo, demonio mimado?

—¿Y era necesario que casi tumbes mi puerta?— refuto de vuelta, rueda los ojos para ir hacia la puerta de mi oficina y cerrarla de forma más delicada—. Gracias, nada te cuesta, hermano. Ahora, volviendo a lo que no debería importarme, ¿qué haces en Rusia?

—Necesitaba saber sí compraste entradas. Joder, por un momento, casi las consigo, pero no pasé de la fila virtual y estoy que me vuelvo loco— exclama, arqueo las cejas con sorpresa—. ¡Dime que compraste entradas, Barbie del demonio!

—¿Entradas para...?— inquiero de forma lenta, como si no supiera de lo que está hablando, aunque sabía de forma perfecta cuál era su desesperación—. ¿Entradas para qué, Renzo?

—¡No te hagas la idiota, Anastasia Becker de Stirling!— exclama en tono agudo, no puedo evitar reírme de forma baja ante su evidente desesperación—. ¡Sabes perfectamente de qué entradas hablo!

—No, la verdad es que no, hermano— digo con falsa inocencia, antes de darle mi mejor sonrisa dulce—. Por cierto, ¿cómo está mi sobrina y cuñada?

Entonces, una sonrisa se forma en los labios de mi hermano, mientras que inconscientemente, uno de sus dedos acaricia la argolla matrimonial que tiene en su dedo anular izquierdo y niega con cierta diversión.

—Están en casa de tus suegros— asiento—. A Brianna, le están saliendo los dientes y muerde todo lo que puede, en especial mis dedos cuando quiero revisarle las encías— se ríe por lo bajo—. Es como una piraña diminuta, pero con el pelo de zanahoria de su madre.

—Tal vez más tarde, vaya a verlas— respondo—. Llevaré a Mile, estoy segura que querrá ver a su prima.

—Solo que se aleje de la boca de Brianna, las encías le dan comezón y muerde todo lo que tenga cerca de su boca, para quitarse la comezón— nos reímos por lo bajo—. Pero Barbie, no te atrevas a cambiarme el tema por las mujeres de mi vida, las amo y adoro, pero en estos momentos, tengo prioridades. Como las entradas a ese concierto.

—¿Qué concierto, hermanito?— inquiero con diversión—. Hace tiempo que no voy a un concierto, ¿sabes? La vida de madre, reina de dos mafias, artista, empresaria y esposa, me tiene bastante ocupada.

—¡Anastasia!

Suelto una carcajada ante el chillido indignado de mi hermano, niego divertida.

—Vale, vale, pero tampoco soy adivina, angelito de la muerte, ¿de qué concierto me hablas?

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