ɪ. ᴋᴀʀᴀᴏᴋᴇ ᴇɴ ᴍᴀᴅʀɪᴅ

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- Tú me dejas - bufo apartándole la mano de un golpe. - Lo siento, tito, prometo que es la última vez.

- No me molesta si llegas tarde o algo desaliñado, hijo mío - mi tío me agarra por los hombros y me mira con seriedad, sus ojos castaños clavándose en los míos de igual color. - Pero tienes que demostrar que aunque estés aquí por ser mi sobrino, te mereces el puesto.

- Exacto, porque cuando yo herede la empresa te pienso despedir si sigues en este plan - se burla mi primo.

- Caco, deja al chico - lo riñe su padre, mirándolo de forma reprobatoria para luego regresar su atención a mí. - Le prometí a tu padre darte la mejor vida posible. Así que, por favor, ayúdame a cumplir con esa promesa.

Asiento con la cabeza, aunque sólo tenga ganas de echarme a llorar y decirle que no quiero dedicarme a esto, que lo que realmente quiero es no tener que volver a ver una puta gráfica de finanzas en mi vida.

- Prometo que es la última vez que llego así - digo con solemnidad.

- Sabemos que no va a ser la última - suspira mi tío, sonriendo. - Venga, marcharos ya que tenéis trabajo.

Cuando veo la oportunidad de largarme de aquí, la tomo. Mi primo y yo vamos juntos hasta el despacho que compartimos, y cada uno se sienta en su escritorio y se sumerge en cuentas y números sin fin. Como siempre, me paso todo el tiempo moviendo el pie y removiéndome en el asiento, incapaz de estarme quieto, y aunque tengo muchas ganas de salir de aquí y hacer algo más enérgico, debo aguantarme y quedarme sentado.

Apenas avanzo trabajo, muy distraído como para concentrarme, y al cabo de dos horas así, siento una ansiedad terrible. Mi primo, que me conoce y está acostumbrado a esto, no tarda en darse cuenta de lo alterado que estoy, y se levanta de su escritorio, estirando la espalda.

- ¿Vamos a tomar algo? Me apetece un café.

- Vale - asiento enérgicamente, levantándome como un resorte. - Me vendría bien una tila.

Me sonríe de forma comprensiva y los dos salimos juntos del despacho, hablando del proyecto en el que estamos trabajando ahora. A él le fascina el tema, pero yo lo detesto, y aunque lo sabe, insiste con ello. Tengo ciertas dificultades, y aunque me trata de ayudar siempre, dice que a veces me tiene que forzar un poco, que no todo puede estar a mi gusto. Y tiene razón, pero eso no hace que lo deteste menos.

El descanso me viene bien, y el ratito que pasamos en la pequeña cafetería de la planta, me relajo y me quedo más tranquilo, cosa que creo que es gracias a la tila. No me da sueño, sino que me calma, así que es mi mejor aliada la mayoría del tiempo.

- Esta noche el Hotel Rey Juan Carlos abre sus puertas para no residentes - comento distraídamente. - Ya sabes, para la noche de karaoke...

- Sí, pero para los pijos y ricos.

- Tu padre es rico. Por lo tanto, nosotros también.

- Te acompaño a todos los karaokes de Madrid siempre, Carlos, pero esta vez no - niega en rotundo, y el desánimo se instala en mi sonrisa, que desaparece.

- ¿Por qué no? En vez de cantar para trabajadores borrachos, cantaré para ricos borrachos - insisto con la esperanza de convencerlo.

- Porque alguien podría reconocernos. Y no nos podemos permitir eso, lo sabes. Si mi padre se entera...

- Nos mata, ya lo sé - suspiro y agacho la cabeza. - Realmente quiero ir, Caco. Habrá mucha gente, y la calidad de los altavoces y del micro serán mejores.

Hago mi mejor puchero y pongo mis mejores ojitos de cachorro, pero mi primo se volvió inmune a ellos hace tiempo.

- Tienes casi veintinueve años, Carlos, el chantaje emocional no te sirve conmigo - niega con la cabeza y me mira muy serio. - Soy al que más le jode decirte esto, pero... Quizá mi padre tiene razón cuando dice que tienes que sentar la cabeza de una vez. Olvidarte de la música y centrarte en esto, en la empresa. Este es tu futuro, no cantar en karaokes.

Remember Us This Way || CarlandoWhere stories live. Discover now