Capítulo 49: el secreto cambia vidas sale a la luz

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Me hacía mal saber que él en este momento también estaba pensando en mí, pero sin embargo, no daba ningún paso.

Los días pasaban tan rápido que no tenía tiempo ni de respirar. Hacía dos noches que había llegado y ya había pasado de todo: mi hermano y mi padre discutieron por una tontería, Thor arruinó mi remera favorita y nuestra abuela de parte materna había aparecido de sorpresa para llevarnos a pasear en su barco. La realidad es que no teníamos mucha relación con ella más allá de los regalos que nos enviaba y de verla en las fiestas, pero me alegraba de que estuviera aquí.

Me puse boca abajo en la manta que había traído a la piscina climatizada que teníamos adentro de la casa. Afuera estaba tan helado que te congelabas, pero aquí era algo así como un horno.

—No has hablado con mamá todavía—puntualizó Alba.

Suspiré y me apoyé en los antebrazos.

—No puedes culparme por tener miedo—la miré, mientras pasaba las hojas de un libro.

Me miró y arqueó una ceja, cerrando el libro que tenía en las manos.

—Cuanto antes lo hagas, mejor. Créeme. Mañana es noche buena, así que va a estar de buen humor.

Mordí mi labio y miré a través de la ventana a la playa. El día estaba horrible, pero aquí dentro la estaba pasando fenomenal.

—Lo sé—respiré hondo y me puse de pie—. Bien. Hagámoslo.

Alba sonrió y se puso de pie junto a mí, dejando su libro apoyado en la silla.

—Recuerda que es tu madre y quiere lo mejor para ti—dijo con voz dulce.

Comenzamos a caminar hacia las puertas que daban a otra sala y puse los ojos en blanco. Cuando Alba se ponía en modo sabia, a veces quería pegarle.

—Eso no quita el hecho de que le voy a discutir si me dice algo que no me gusta.

Suspiró, abatida.

—Lo sé.

Caminamos por la casa y fuimos al último piso, a donde estaba su despacho. En teoría, no debería estar trabajando porque eran vacaciones, pero mi madre nunca le hacía caso a las fechas. Una vez, hasta se olvidó de que era navidad porque no paró de trabajar en todo el día.

Toqué una vez la puerta y la abrí, sin esperar respuesta. Ella estaba sentada en su silla negra enorme, atrás de un escritorio de vidrio. Este sector también tenía todos ventanales y podías ver toda la costa.

Miré a la pared derecha, en donde un cuadro que había pintado de ella y papá mirándose tiernamente estaba colocado. Se lo había regalado el año pasado y todavía se me revolvía un poco el estómago cuando lo miraba. La clase de amor que tenían ellos era algo a lo que aspiraba.

Mi madre se quitó las gafas de lectura y dejó de escribir en su notebook, para mirarnos a mi hermana y a mí con una mueca sospechosa.

— ¿Qué quieren?

Alba bufó.

— ¿Por qué querríamos algo?

Mi madre fingió que pensaba.

—Pues, no lo sé. Están en traje de baño, son las cuatro de la tarde y vienen a mi despacho. Las dos juntas. Con cara de culpables—frunció el ceño. — ¿Qué han hecho?

—Mamá, no somos unas crías—dije y me senté en la silla de enfrente suyo.

Su expresión cambió un poco y pasó a ser una melancólica.

—Lo sé, Atenea. Eso lo tengo más presente que nunca.

Alba la miró fijo unos instantes.

— ¿Estas por echarte a llorar?

Miradas cruzadasWhere stories live. Discover now