V - Lexadur - La Ciudad del Templo

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—¿Y tú cómo sabes cuál es la dirección correcta? —dijo Sotus, con la voz llena de rabia contenida—. Inventar sigue siendo ilegal, Ari. El reino regula qué se inventa y quién lo inventa. Aún no entiendo cómo es que Yoldic te dio el permiso.

—Porque él ve cosas en mí que usted nunca ha visto y parece que nunca verá.

—Dejaré la conversación de este tamaño, Ari. Me adelantaré

—Ni siquiera podemos tener una discusión real. Siempre huye, siempre es igual. —murmuró Ari, para sí mismo.

            Luego de unos pocos minutos, divisaron a lo lejos, desde lo alto de la que parecía ser la última colina de su viaje, la ciudad de Lexadur, con sus cientos de casas de techos puntiagudos como lanzas, sus campos de cultivo interminables y sus calles blancas de piedra caliza , que resplandecían con la cálida luz de la tarde baja. Pero había una extraña edificación que en la última visita de Sotus no estaba. Majestuosa, se alzaba con una torre de unos cinco pisos al noreste de la ciudad. Sin duda, lo mencionado por Cuyén parecía ser verdad. Al verla, sólo podía preguntarse, «¿qué demonios estaba sucediendo en Lexadur», el llamado granero del país y una de sus dos últimas paradas en su viaje.

            Luego de bajar por la colina y serpentear por el camino dibujado entre los árboles de maple, se alzó ante ellos la puerta de Lexadur, un monumento en forma de arco con el nombre de la ciudad tallado, junto a varias figuras geométricas y patrones en forma de hojas, flores y frutos. Continuaron por el puente que franqueaba el río largo o Lonraver, en la lengua de los primeros hombres y llegaron a la calle principal que partía la ciudad en dos, en silencio y sin detenerse. Los habitantes de Lexadur eran por lo común gente alegre y hospitalaria, pero sobre todo grandes comerciantes que no dudarían en ofrecer algún servicio o vender algún recuerdo a todo aquel que llegara a la ciudad. Pero ese día no hubo bienvenidas. No vieron ni un solo comercio abierto, y las pocas personas con las que se cruzaban entraban a sus casas o murmuraban en pequeños grupos con rostros de inesperado asombro.

            El eco persistente de los cascos resonaba en el silencio que envolvía a la ciudad. A medida que avanzaban, Sotus notó un aumento inusual en la seguridad. Soldados de raza roinnasy y humanos se encontraban en cada esquina. Plantados, con un rostro que no invitaba a la conversación ni a la amistad.

            Desde su posición, podían avistar la punta de la torre de la edificación que avistaron desde la colina. Ari sentía un peso opresivo en el aire, como una sombra de maldad estuviera a punto de atacar en cualquier momento y desde todas partes.

            Dejaron atrás el centro de la ciudad y continuaron hasta llegar al pueblo. No había ni un alma. Parecía como si una maldición hubiera caído sobre él, convirtiendo a sus habitantes en espectros. Al llegar a los límites del pueblo, con la esperanza de encontrar respuestas en Silvanis, tomaron un giro a la derecha por un sendero de tierra que conducía hacia los campos.

            Ari miró asombrado más adelante, en la cima de una colina y casi rozando el horizonte, una construcción de madera oscura, tan alta como una torre y tan larga como un barco. Su corazón por un momento se llenó de emoción, por fin luego de un viaje lleno de contratiempos a lo largo de todo el reino, habían llegado a su destino: el Gran Granero de Fuego de Lexadur, llamado así por su madera, capaz de resistir un incendio tan grande como el que azotó sus tierras, al final de una era que muchos no desean recordar.

            Luego de subir las escaleras, los recibió en la entrada Kol, un hombre alto y delgado que llevaba botas de cuero que se extendían hasta las rodillas y vestía pantalones ajustados sostenidos por tirantes. Recorrieron con la mirada todo el lugar. La ausencia de sacos de kamut y demás productos, no pasó desapercibida.

CICLOS ARCANOS - En los Templos del Caos - Libro 1Where stories live. Discover now