Kylian la observó absorto, maravillado. Le gustaba su manera osada e ingenua, su inhibición, pero también la forma que tenía de averiguar lo que podría conseguir con cada acto, así que no se interpondría; quería que se entregara. Samantha lo estaba haciendo sin duda en medio de ese paraje que encerraba tantos recuerdos y momentos, llenos de calidez pero también repletos de temor, de rencor.

Despacio la pelirroja bajó su pantalón y, atenta, repasó con su mano aquel grueso bulto que era producto de su presencia.

Kylian no perdió detalle. En su vida adulta y sexual había experimentado mucho, el sexo era una moneda de cambio, placer por desfogue, necesidad con saciedad, pero de repente, en ese momento se encontró deseando algo más, otra cosa que no lograba identificar, pero que se sentía casi imperante, anhelante y cargado de una bruma dulce bastante profunda.

No tenía idea de por qué pensaba todo aquello, pero esa noche estaba ya tan cansado, tan harto de contener lo que había enjaulado, que mandó a la mierda la coraza que, con cuidado, había fabricado para ser quién debía.

—¿Y así? —la escuchó preguntar con su aliento casi sobre su miembro, mientras lo apresaba con una de sus manos. La saliva se hizo espesa en su boca y sonrió de forma maliciosa mientras aquellos dedos lo repasaban.

—Así harás que te folle en cualquier momento, pelirroja.

La risa suave de Samantha lo fue todo, no se escandalizó, al contrario, parecía satisfecha con la manera en la que él respondió y de una bajó su bóxer oscuro.

No entendía en qué momento esa mujer había tomado las riendas de aquello, pero no le molestaba. Kylian era dominante por naturaleza, pero odiaba la condescendencia, la complacencia, le gustaban los juegos de poder en los negocios, toparse con personas suspicaces, inteligentes y capaces de hacerle pelea, pero regularmente eran experimentadas, hombre o mujeres acostumbradas a ello, en la cama igual, las féminas con las que había compartido esos momentos, eran experimentadas y buscaban o ser quienes marcaran el paso y pronto se daban cuenta que con él no era así, o lo dejaban hacer sometiéndose pero no por instinto, sino porque era parte de ese jodido juego.

Con ella no había eso, esa joven quería explorar y no se limitaba, no había pretensión de ser quien llevara la voz cantante y las reglas de un juego que no existía, Samantha ansiaba saber, entender, sentir. Era voluntariosa, curiosa y esa era la razón por la que estaba a punto de probar con esa deliciosa boca su jodida erección. No quería someterlo, tampoco dominarlo, solo ansiaba conocerse, conocerlo y entender los límites de su propio placer, del que podía proporcionar.

Entonces su aliento acarició su erección, logrando que esta se removiera. La observó atontado, cautivado por la manera serena pero interesada en la que lo veía, en la que parecía querer memorizarlo.

Todo eso estaba siendo nuevo y añoraba dejarse llevar. No se movió cuando la punta de esa lengua cálida acarició su glande de la base a la punta. Enseguida un ronco gruñido viajó por su garganta, hasta emerger por su boca de forma desconocida.

—Primero quiero conocer tu sabor... ¿sí? —cuestionó Samantha un tanto insegura, aunque sin moverse—. Haré lo mejor que pueda —aseguró con sus ojos índigos buscando los suyos. Él, en respuesta acarició su mejilla, aturdido, con un apretón ya furioso en su pecho.

Lo estaba volviendo loco de la forma más literal pero no le importaba, era lo que quería. Esa noche no eran nadie, no era Kylian Craig, no era Samantha Streoss, eran un hombre y una mujer que buscaban sentir más, vivir más, experimentar más, tan solo entregarse.

—Haz lo que desees hacer, estará bien, pelirroja, luego será mi turno —advirtió con suavidad pero no con tono dominante.

Quizá no debió decir aquello porque entonces esa delicada boca lo tomó con decisión, sin embargo, no fue voraz, o desesperada, en definitiva quería probarlo y por Dios que eso fue mucho peor.

Gruñó asombrado por la manera en la que lo sometía, en la que sus labios lo envolvían. La inexperiencia era real, pero también tan erótica que sintió que se correría en cualquier instante después de unos minutos celestiales, entonces sujetó su cabeza, negando.

Ella lo miró lánguida. Esa imagen frente a sus ojos lo puso muchísimo peor. La ayudó a ponerse de pie con movimientos cariñosos, rodeó su cintura y subió sus manos hasta el broche del delicado sostén que mantenía ocultos aquellos pequeños montículos. Con movimientos tranquilos bajó la prenda, pasándola por sus brazos pecosos, mientras sus dedos la iban acariciando, tenía una piel jodidamente suave.

Samantha, confiada, se dejó desnudar. Él conocía su cuerpo, bastante si era sincera ya para ese punto, pero en aquel momento todo se sentía tan diferente que se encontró un tanto nerviosa, perdida en sus rasgos masculinos, en su cabello rizado, que caía por su frente, en la forma en que la tocaba, la contemplaba.

Nunca nadie la había visto así.

Sus pezones erguidos quedaron expuestos, Kylian se hincó frente aquel cuerpo menudo, sujetó su cintura con ambas manos y la acercó a su rostro notando el aturdimiento de su mujer, esa misma que parecía extraviada. Entonces le dio un lametón en uno de los senos, luego sopló. La piel de Samantha se erizó.

—Si yo hago eso, ¿qué sientes, pelirroja? —quiso saber. Ella bajó la cabeza, aferrándose a sus anchos hombros.

—Que... que me derrites —admitió con sinceridad. Sonrió complacido, el aire marítimo mecía su cabello cobrizo, ese mismo que la envolvía. Nunca había visto algo tan bello, comprendió en ese instante, pasando saliva—. Hazlo otra vez —pidió ella, tímida, pero decidida.

Lo fascinaba, en serio que sí.

Entonces abrió la boca e introdujo uno de sus pechos a su boca, succionando con firmeza, lo lamió con esmero, dejó un chupete que arrancó de esa pequeña garganta un sonido cargado de satisfacción.

—No... no pares —rogó su prometida. Kylian notó que en efecto, se derretía bajo su lengua, bajo su boca y ninguna posición de poder podía compararse con ese momento.

Durante unos minutos se dedicó a esa perfecta parte de su anatomía. Samantha, abandonada, le permitió hacer hasta que, de pronto, encajó las uñas en sus hombros, alzó el rostro cuando la mordisqueaba y gritaba debido a un asombroso orgasmo que había conseguido con tan solo su lengua en su piel.

Perdido por esa mujer hizo que se agachara y bebió de su boca sin contenerse.

—Quiero que me tomes —dijo ella, casi en un ruego, confusa pues nunca pensó que así pudiese llegar a explotar de aquella manera. Pero comenzaba a notar que con él así eran las cosas, inexplicables y que, de verdad, ansiaba tenerlo dentro de su cuerpo.

Maldición lo estaba trastornando.

—Lo haré, í zoi mou (mi vida en griego*) —aceptó desnudándola por completo, mientras ella lo ayudaba a quedar también sin ropa, sin reparar en cómo la había nombrado, menos en por qué empleó ese idioma que solo usaba con su familia.

Colocó las prendas sobre la arena, sacó del bolsillo la protección y luego la atrajo hasta su cuerpo. Ella se sentó a horcajadas sobre él, sonriendo cuando su erección pujante entró en contacto con su entrepierna, en respuesta soltaron un suspiro al unísono.

Enseguida buscaron sus ojos como parecía ser una necesidad, rieron y, por pura preservación comenzaron a moverse, así, sin que su miembro ingresara en ella. Se sentía tan bien, solo eso, frotándose, sujetos de sus ojos, sonriendo complacidos, humedeciéndose mutuamente, emitiendo ruidos llenos de satisfacción, en medio del sonido del oleaje, de la manera a en la que el aire agitaba las hojas y estas, a su vez, desplegaban aromas y sonidos delicados, casi etéreos.

Kylian, asombrado, decididamente más excitado que nunca, recargó la frente en la suya, respirando rápido, deteniéndose. Esa mujer bloqueaba su autocontrol. 

Solo para mí.  Serie Streoss I •BOSTON•Where stories live. Discover now