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Las siguientes tres horas fueron un descubrimiento. Samantha era ágil, aunque eso lo adivinada, pero también aventurera. Se atrevía a ir más allá, no se daba por vencida y a su lado, fue sencillo ser quien solía cuando nadie lo veía.

A veces resbalaba, pero aunque gritaba, no lucía asustada, arremetía con nuevos bríos, sin rendirse. La guio dándole consejos, explicándole donde poner los pies, como sujetarse con las manos, aprendía rápido gracias a la forma en la que dominaba su cuerpo, notó.

Rieron, hablaron poco, pero se miraban cada tanto con complicidad.

Cuando eran casi las once, Kylian decidió parar. La verdad es que imaginó que la pelirroja disfrutaría de eso, pero no de aquella manera. La tomó por la cintura haciéndola bajar cuando ella se columpió riendo sujeta por el arnés, balanceándose como una niña. No era infantil, simplemente no se restringía.

—Es hora de marcharnos —avisó rodeándola. Ella hizo un puchero con su boca.

—¿Es necesario? Me faltó por aquel lado —señaló. Kylian sonrió asintiendo, durante esas horas había dejado de lado la formalidad, la fachada de inaccesible, notó la chica, complacida por lo mismo le estaba resultando tan sencillo dejarse llevar con él—. Bien, dime cómo lo quito, quiero aprender —pidió bajando la cabeza hasta su cadera. Kylian sacudió la cabeza, fascinado, esa era la verdad y con sus manos sobre las suyas le indicó como.

Al estar libres los dos, sudorosos se miraron, algo se había derretido, algo había cedido, entonces Samantha se acercó, pasó la mano tras su nuca y lo besó. El hombre presa del momento. El hombre tardó un segundo en reaccionar, pero al hacerlo rodeó su cintura con firmeza, arqueándola, adueñándose de sus labios con posesividad, una que con ella aparecía, una que jamás había sentido.

Su sabor, su textura, todo su ser lo envolvió, sus jodidas respuestas. Entonces la pelirroja se trepó en su cuerpo para quedar a la misma altura, la arropó con uno de sus brazos, mientras con la otra mano se perdía en su nuca.

Los gemidos escaparon de ambos labios, la lujuria, el deseo se podía percibir en aquel lugar donde no había llevado nunca a otra mujer. Kylian, intentando no aprovechar la ocasión se separó un poco, pensaba apelar a la cordura de esa tormenta pelirroja.

—Si me bajas, te odiaré más —declaró ella perdida en su boca. El hombre sonrió negando y arremetió contra su cavidad sacándola de ahí a cuestas. Sam buscó su cuello, él la dejó hacer porque sus labios ahí se sentían jodidamente bien. Pronto fue él quien exploró su mejilla, su pulso bajo la oreja, quien succionó su lóbulo.

—Dios —la escuchó decir sometida a sus caricias. Eso lo enardeció aún más y si su miembro la reclamaba, en ese instante la exigió.

Abrió una puerta y al llegar hasta la cama, se hincó sobre el colchón recostándola con cuidado a pesar de lo que sentía bullir en su interior. La joven no objetó a ello, solo sonrío con una dulzura que logró clavarle algo incómodo y hondo en su pecho. Nada estaba saliendo como ideó en un inicio, pero decidió no detenerse en ello.

Repasó su rostro sonrojado, su cabello, sus labios, deteniéndose ahí, con su cuerpo aprensando el suyo. Podría tenerla en ese momento, pero por alguna razón quería que ella estuviera del todo convencida y de alguna manera sabía que Samantha estaba simplemente exultante por la adrenalina de escalar, de todo lo que habían estado compartiendo.

—¿Qué? —preguntó ella envuelta en ingenuidad y picardía, enredando las manos en sus rizos castaños.

—Eres hermosa —declaró sin pensarlo, atento a su iris índigo sobre los suyos que, viéndolos de cerca, notó que tenían motas grises desperdigadas.

Solo para mí.  Serie Streoss I •BOSTON•Where stories live. Discover now