capitulo 11

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Luka solo soltó una gran carcajada apretando sus puños con fuerza.

—Siempre tengo que mantenerme cuerdo, tengo que sonreír y estar tranquilo—con la palma de sus manos cubrió su rostro—¡pero no sabes cómo me enferma entregarte lo que más amo!—bufó golpeando mi auto con su puño cerrado.

Yo no inmute por nada, ni por el auto, ni por como liberaba su coraje.

—No sabes cómo te admiro, yo...

Ni siquiera pude terminar cuando él interrumpió.

—Para, Adrien—pidió—No digas nada de eso porque tú no tienes idea de cuánto desearía poder aferrarme a Marinette cómo lo haces tú, quisiera poder ser más egoísta—apretó los labios con frustración—. Quisiera que me amase cómo te ama a ti.

Por un instante pude escuchar como su voz se quebraba pero no sabía cómo reaccionar ante esas acciones. No podía decirle que todo estaría bien porque yo era el motivo de que no lo estuviera.
Me quedé en total silencio porque tampoco podía decirle que le entregaría a Marinette si fallaba; no estaba dispuesto, quería Marinette para mí solo para mí. Marinette era... solo mía.

Y aún así, al pensarlo más a fondo, Marinette también amaba a Luka, no de la misma forma que a mí pero quizá si con la misma intensidad.

—No hay diferencia para entre tú y yo—murmuré—Marinette nos quiere por igual—concluí.

Luka me miró profundamente y negó.

—Marinette quiere estar a tu lado, ella quiere que tú la ames—susurró con desilución

—También quiere permanecer en el tuyo, quizá no de la misma manera pero con las misma intensidad—golpeé su hombro como juego—te apuesto que, si ella estuviera conmigo y tú la llamases, ella iría sin pensarlo.

Luka asintió.

—No sé que pasa por su cabeza—bajó su mirada al piso y no habló más.

El silencio inundó el ambiente, yo tampoco sabía que más decir, no tenía más que decir.

—Luka—solté un suspiro gigantesco.

—Dime—mordisqueó su labio una y otra vez.

—¿Sabes que le gusta? Para comer...—rasqué  mi nuca y esperé su respuesta.

Estaba siendo muy imprudente, si, pero la persona que tenía el corazón sufriendo por ella era también quien más la conocía.

—Demasiadas cosas—una sonrisa se dibujó en sus labios—Le gustan las cosas hogareñas, los picnics, las salidas sencillas a lugares cálidos y tranquilos sin mucha gente. Le gusta mucho el picante y los dulces son algo que ama pero no tolera mucho—asintió con la vista perdida y esa sonrisa en su rostro—en general le gusta todo... menos las zanahorias hervidas, las detesta.

Parecía incluso amar la parte de hablar de ella.

—Gracias—murmuré.

................

Adrien daba vueltas una y otra vez en su habitación. Habían flores por todos lados, y un montón de productos. Era un completo desastre, en todos los modos posibles, claro.

Caminó tomando todas las cosas hasta la cocina, allí comenzó la preparación de todo aquello que pudo imaginar: snacks, postres, pequeñas comidas. También llevaba fruta y cosas para untar, sandwiches por supuesto.

—¿Necesita ayuda, señor Agreste?—murmuró Sabine, una de sus empleadas domésticas.

Adrien negó.

—Solo necesito que comiencen a guardar eso con mucho cuidado. Pide una manta roja  y grande además quiero muchas bebidas, todo tipo y de todo sabor, helados también.—ordenó desabrochando el mandil que tenía puesto y con un trapo limpio sus manos llenas de harina.

Parecía que había metido la cara en aquel tazón con una extraña mezcla, incluso su cabello estaba lleno de polvillo blanco y no de aquel que solía consumir, no, está vez no.

Continúa subiendo las escaleras con gran prisa y entró al baño quitándose la ropa a una gran velocidad. Adrien abrió la llave y el agua fría calló sobre su cuerpo haciéndole tomar una gran bocanada de aire. No tenía tiempo, ya casi no tenía tiempo. Salió si quiera pasando los 10 minutos y tomó algo sencillo, algo muy sencillo para vestir; se untó una crema y se empapó en una loción con un aroma delicioso.

Casi las 6:30

Bajó las escaleras y a gran velocidad entró a su auto.

—Todo listo—Tom sonrió y extendió la mano indicando a Adrien que era seguro irse.

Y sin pensarlo dos veces, Adrien pisó el acelerador, condujo por unos minutos y pronto llegó a la casa de Marinette.

¿Qué hacía ahora?

Ni siquiera sabía si estaba en casa.

Casi que ni siquiera tenía cara para verla.

¿Cómo es que debía comenzar?

Y es que pensaba que si quizá le decía que aquello era algo nada sentimental, estaría mucho más relajado. Si, estaría mucho menos tenso si Marinette lo acompañase por cortesía y no por sus sentimientos.

Pero eso era lo que había estado haciendo. Todo el tiempo estuvo escondiendo lo especial detrás de algo formal.

¿Entonces era cobarde, no?

¿Entonces sería mucho decirle esto tan de repente?

Entonces quizá Marinette ni siquiera tenía el gusto de ir con él.

Porque quizá....

—Adrien—la suave vos de Marinette disipó todos esos pensamientos que le atacaban.

El rubio miró a su costado a través del vidrio de su ventana. Sus ojos verdes chocaron con las perlas azules de Marinette y le provocó perder el aliento.

—Hola—su saludó fue breve.

—Hola—contestó con suavidad y se separó de la puerta del auto.

Adrien al fin bajó y estando allí no supo bien que decir. Parecía que su boca quería moverse sola y las palabras salir de su garganta por su propia cuenta.

—¿Qué haces aquí?—le preguntó con una leve sonrisa en sus labios.

Adrien aún no reaccionaba. Su mirada bajo un poco más y miró la vestimenta de la chica: pijama.

—Nada—respondió posando sus ojos de vuelta en ella—Venia a...

—aaaa?

—Si, bueno. Vámonos—casi que ordenó pero su vos tembló así que no sonó con autoridad.

El rubio tomó la mano de Marinette y la arrastró con suavidad hasta el otro extremo del auto, abrió la puerta y le invitó a entrar.

—Estoy en pijama...

—Estas divina—titubeó pero no por pensar lo contrario—Justo... quería... que usases ese tipo de ropa—carraspeó empujándole con suavidad y cerró la puerta para luego ir a su lado.

—¿A dónde vamos?—preguntó mirándole un poco preocupada.

Las actitudes de Adrien eran un misterio. Sabía que a su lado no corría peligro y, pensaba , que él no se atrevería a llevarla así a un lugar importante por lo que no conseguía especular bien a dónde la llevaba.

—Solo espera—murmuró poniendo en marcha el auto evitando mirarle.

Se sentía nervioso, como si supiera que algo saldria mal, justo como todas las veces pasadas.

Está vez quizá no sería un desastre

¿O si?

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