Oigo golpes sordos y a duras penas logro levantar la cabeza. Salomón golpea su cabeza suavemente contra la pared. Ya debe estar en el límite.

—Ya. Deja la venganza pa' otro día.

—No siento como que va a haber otro día —gime—. Aquí muero. Sino de vergüenza, del esfuerzo.

Se acercan pasos y los dos nos sentamos más derechos.

Junto con los pasos vienen risas. Y estas suenan más agudas que las de nuestras mamás.

—Buenas tardes. —La cara de Dayana, hermana menor de Salomón, aparece entre el agujero seguida de la de Bárbara, prima de Salomón, y mi hermanita Valentina—. Venimos al rescate de los náufragos.

—Como te burléis... —advierte su hermano.

Aún peor que una burla, mi hermana lanza el embudo y botellas plásticas por el agujero sin ningún tino. La botella aterriza sobre las piernas de Salomón y yo no tengo suficientes reflejos para esquivar el embudo, que se estrella contra mi cabeza.

—¡Valentina Lucía Machado González! Cuando te agarre...

Y por si eso no fuera suficiente, Dayana saca algo del bolsillo de su pantalón. En un instante nos toma una foto.

Con todo el poder que nos inviste ser hermanos mayores, Salomón y yo volvemos a la vida y con agilidad olímpica nos abalanzamos hacia el agujero. Pero las tres pillas son igual de rápidas. Las manos de Salomón se hacen solo con aire y a la última que vemos es a Bárbara sacándonos la lengua. Las tres se alejan entre carcajadas y planes para sobornarnos con esa foto.

Lamento haber pensado en la misma idea hace rato. Ahora pago las consecuencias de mi propia villanería.

Lento, a pasos diminutos, Salomón se da la vuelta hasta quedar con la espalda contra el concreto del edificio. Observa los tres implementos como si fueran los causantes de todos nuestros problemas.

—Te propongo un trato —empiezo—, yo me voy a la esquina opuesta, clavo la cara contra las paredes y me tapo los oídos. Y yo sé que esto hiere tu orgullo profesional, pero que no se te olvide que el papel periódico es absorbente.

Un músculo salta en su quijada pero Salomón sacude la cabeza.

—No, pase lo que pase no puedo orinar frente a tí.

—Como dijo tu mamá, sería de espalda.

—Valeria, por favor. —Gime de dolor físico o en el alma, o los dos—. Si yo meo aquí, jamás te podré ver a los ojos otra vez.

—¿Y si te hacéis en los pantalones sería mejor?

Horror. Desolación. Angustia. Todo se refleja en su cara en menos de un segundo.

—Me hubiera gustado bajarme los pantalones en frente tuyo en otras circunstancias.

—Ya, no me hagáis reír otra vez que tampoco me quiero bajar los pantalones frente tuyo en estas circunstancias —le devuelvo con voz ahogada y lágrimas formándose en mis ojos.

—¿Y en otras circunstancias? —Jadea.

—¡Salomón! —Solo tengo fuerzas para encajarle el codo en el costado de piedra—. ¿Te vais a aliviar o no?

—Vos primero. —Frunce toda la cara—. Yo soy un caballero.

Una risa se escapa de mi boca antes de que pueda contenerla y me doblo a la cintura para apretar mi esfínter con más fuerza.

—Sí, claro. Si queréis que me baje los pantalones al menos sácame a cenar primero.

—Sí va —responde con firmeza—. Si salimos de aquí con nuestra dignidad intacta te paso a buscar mañana.

Boqueo. Una lágrima rueda por mi mejilla con lo difícil que es incorporarme de nuevo para poder ver si está bromeando.

Se ve mucho más serio que nuestra situación. Si no fuera porque los dos parecemos fisicoculturistas en plena competición, sería el momento más bonito de mi vida.

—Si es un chiste, este sí que no da risa.

Su pecho sube y baja con una respiración rápida. Abre su boca y en vez de salir su voz, sale otra arriba de nosotros.

—Buenas tardes, somos de la compañía del ascensor. Mi compañero está bajando sobre la cabina para ver cuál es el problema así que no se alarmen si sienten unos golpes.

Ahora sí salen lágrimas a cántaros por mis ojos, porque el alivio que siento no es nada comparado a la frustración de que estos señores se dignaran a llegar justo en el momento que he esperado como por diez años, cuando Salomón Aquiles Rodríguez Rincón estaba a punto de invitarme a salir a una cita con él.

Ahora sí salen lágrimas a cántaros por mis ojos, porque el alivio que siento no es nada comparado a la frustración de que estos señores se dignaran a llegar justo en el momento que he esperado como por diez años, cuando Salomón Aquiles Rodríguez R...

Oops! This image does not follow our content guidelines. To continue publishing, please remove it or upload a different image.

NOTA DE LA AUTORA:

¡Feliz navidad, mi gente linda! Aquí les traigo esta actualización de regalo pa' que se rían un poquito.

Todo lo que sube tiene que bajar (Nostalgia #2.5)Where stories live. Discover now