—Nada, una pesadilla ahí equis.

—Osea, entendeme. Necesito algo que me distraiga.

—Ahh... Ehh... ¿De qué son tus planes más tarde?

—Tengo o tenía una sesión de estudio, no sé. ¿Y vos?

—¿Ah? Yo no tenía planes. —Levanto un hombro.

—No te creo.

—Okay, sí tenia planes. —Antes de que diga el «aja» que se ve que quiere decir, remato—: Después de clases me iba a echar una siesta y ahora estaría estudiando pa' tres parciales que tengo la semana que viene.

—¿Eso es todo? —Suena normal y si no fuera porque no para de frotar sus muslos no sabría que está sufriendo—. ¿Y los machos?

—¿Qué machos? —Me río ante la noción.

—Valeria, ar favor. Vos siempre los ponéis a voltearse como ventiladores.

—Ja, ja.

—Es en serio. En esta residencia sola hay al menos tres coños que se dan golpes de pecho por vos.

—Miarma, ¿quiénes? —Frunzo el ceño.

—No te voy a decir porque no me vais a creer.

—Muy conveniente ese argumento.

—¿Y en la universidad no tenéis arrejunte?

—No. Levanto mucho menos de lo que creéis. —Paso mi mano por mi cabellera corta hasta los hombros en un intento de relajarme. La verdad este tema es peor que a que si tuviera unas ganas terribles de ir al baño.

—Yo creo que es por lo odiosa.

—¿No y que habíamos hecho una tregua?

—Ah, verdad. —Sonríe cuando levanto mi puño en amenaza—. ¿Y qué pasó con el último macho?

—¿Arnoldo? —Caramba, no había pensado en mi ex más reciente desde que rompimos hace casi un año. Eso de dos meses de despecho fueron suficiente para superarlo.

—Ese, el Hey, Arnold.

Arnoldo conoció a Salomón una vez, la única vez que me vino a visitar a la casa y nos topamos con mi vecino precisamente en este ascensor. Cuando se lo presenté, lo primero que hizo Salomón fue echar esa bromita con su nombre y la caricatura de Nickelodeon. Arnoldo se pasó el resto de la visita picado y mascullando que no tenía cabeza de balón.

Lamentablemente ese fue un factor en la ruptura. No tenía nada de sentido del humor.

—No compaginamos muy bien —respondo sin más.

—No fue culpa mía, ¿verdad?

El muy condenado se dio cuenta de que fue poco después de ese episodio que Arnoldo y yo cortamos, ¿no? Entrecierro los ojos.

—A ver si dejáis de ser tan metío.

Pero de todas las reacciones que me esperaba, la que ocurre no está en la lista. Salomón levanta sus cejas.

—O sea que, ¿sí fue mi culpa?

—No, no. No te creáis tan importante —apresuro a enmendar—. Simplemente no teníamos química. Nada que ver con vos.

Pero ahí caigo en la cuenta de que tiene todo que ver con Salomón.

Las razones por las que Arnoldo y yo decidimos dejar de ser novios de mutuo acuerdo fueron porque él no tenía sentido del humor, besarlo era como jamonearse con una piedra, y según él yo era tan fría como una piedra también. Y es que no me incitaba las ganas de echarle broma, de escudriñar su mente para ver como funcionaba, de hacerle perder la paciencia o hacerle reír, como con Salomón.

Será que me mudo a marte a ver si ahí lo supero.

—¿Pero qué clase de bate quebrao y mango aguao hay que ser pa' no tener química con vos?

No puedo evitar reírme.

—Bueno, vos lo conociste.

—Sehh, me parecieron como aceite y agua. Que conste que el baboso era él.

—Ay, gracias.

—A ver si te buscáis mejores gustos.

—Más fácil decirlo que hacerlo. La cosecha no es como que muy buena por estos lares.

—¿Y yo qué? ¿Estoy pintado en la pared?

Me ahogo en mi propia saliva.

Salomón sacude la cabeza rápidamente, como si quisiera borrar los últimos segundos de su mente.

Él tiene que estar oyendo el escandaloso tucu tucu de mi corazón.

—Salomón... ¿Qué queréis decir?

 ¿Qué queréis decir?

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.
Todo lo que sube tiene que bajar (Nostalgia #2.5)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora