III - A medio camino hacia el mar - Parte I

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—Donde están las fulgosferas? —preguntó Ari, para sí mismo, mientras sondeaba la oscuridad de la habitación.

—En esta posada tampoco tenemos de esas, mi joven señor —dijo Levana—. Le traje una almohada y sábanas limpias.

—¿Y como hacen para iluminar las estancias? ¿Utilizan alguna lámpara hecha de ignitita?

—Tampoco utilizamos ese tipo de lámparas, mi joven señor.

—Su funcionamiento es muy interesante, antiguamente en Eodriel, antes que el gran molino le diera energía a toda la ciudad, había lámparas de ese tipo en cada casa. Pero ahora, cada rincón está iluminado gracias a las fulgosferas.

-Me lo puedo imaginar. —Levana sonrió—. Por desdicha, la energía del molino blanco no llega hasta estas tierras. Prium es la última ciudad que verás con fulgoesferas y con cualquier otra cosa relacionada con la energía de la capital. Desde aquí, en el ombligo del reino, hasta el puerto de Longsor, utilizamos lámparas de aceite para darle un poco de luz a nuestras vidas.

—¿Lámparas de aceite? que curioso.

—Sí, lámparas de aceite. ¿Me permite?

—Si, claro, pasa.

                Levana se quedó unos minutos más con Ari. No había nada asombroso para ella en encender una lámpara, pero el joven la miraba atento, con la curiosidad de un niño que se sorprende por lo cotidiano de las cosas.

—La lámpara está compuesta por un recipiente de vidrio que almacena el aceite y una mecha. Por el olor imagino que es de oliva. Luego se sumerge la mecha en el aceite y se ajusta con este mecanismo. —Ari niveló la altura de la tela de algodón con una pequeña perilla y se frotó los ojos con torpeza—. ¿con qué se enciende? —preguntó Ari

—Por lo general con ignitita, —la señora sonrió—. No tenemos lámparas fabricadas con ella, pero abajo en la tienda la vendemos junto con varias otras piedras más.

Ari giró la cabeza hacia un lado para ocultar un bostezo con la palma de su mano.

—¿La puedo encender? —preguntó luego.

—Sí, pero me gustaría mostrarte algo que no hago muy seguido. Seguro te sorprenderá.

                La luz tenue de la noche se colaba con timidez por las cortinas entreabiertas. La señora Levana sacó con cuidado un pequeño frasco de vidrio del bolsillo. Contenía un líquido que brillaba con un verde intenso y emitía una suave luz que iluminaba sus rostros y cuerpos y algunos objetos cercanos. Ari la vio cerrar los ojos, llenar sus pulmones con una bocanada de aire frío, alzar la mano como en un brindis y beber el contenido como si se tratase de un extraño ritual. Levana abrió los ojos, acercó su mano abierta a la mecha y pronunció unas palabras con un eco suave y misterioso que parecieron hacer temblar los objetos pequeños de la habitación: "Arte praedaquia, nivel uno, flammaris parvi" Ari sintió un leve cambio en la temperatura y de repente, llamas diminutas empezaron a danzar en la punta de los dedos de la señora Levana, el tiempo suficiente para encender la mecha de la lámpara.

                Ari dio un paso hacia atrás... La luz temblorosa llenó la estancia de un brillo dorado. Levana hizo una reverencia, se aplaudió a sí misma y soltó una breve carcajada.

—Disculpe si he sido grosera, mi joven señor. Pero su reacción no tiene desperdicio.

—No lo puedo creer... eres una praeda, ¿pero cómo es posible? Es decir, ¿por qué estás aquí? deberías estar sirviendo a un Lore o un Rey. Además, estudiar en Tala Termes cuesta mucho dinero y necesitas un permiso del rey y...

—Levana intentó ahogar otra carcajada. No pudo. Los ojos de Ari parecían a punto de salir de sus órbitas.

—Ni siquiera soy aprendiz. Este hechizo es el único que sé.

—Pero... ¿Quién te ha enseñado?

—Fue tu padre, cuando era niña.

—¿Qué? Pero si mi padre no conoce ningún tipo de arte del ánima. Espere ¿Cuando era niña? ¿Cuántos años tiene usted?

—Disculpe, parece que estoy hablando de más. Es mejor que me retire.

—¡No, no! espere, señora Levana, por favor, dígame ¿Cómo conoció a mi padre? —Ari se acercó a la señora Levana y por primera vez en toda la noche, ella no pudo impedir mirarlo a los ojos. Esos ojos bicolor que le traían recuerdos de un pasado que prefería mejor dejar enterrado.

                Levana agachó la mirada y dio dos pasos hacia atrás. Quedó en el pasillo. Se inclinó en señal de reverencia y finalizó:

—Será mejor que no le cuente al señor Sotus lo que acaba de pasar. Me retiro. Que pase buena noche señorito.

                Ari cerró la puerta y caminó con pasos de plomo hasta la cama, acomodó la almohada con torpeza y se recostó, mientras un torbellino de preguntas daban vueltas en su cabeza. La señora Levana podía ser su abuela, una abuela joven pero en última instancia una abuela. ¿Cómo era posible que su padre la hubiera conocido cuando era una niña?, si su padre no llega ni a los cuarenta, también ¿Cómo es posible que le hubiera enseñado un arte tan complejo como la praedaquia? En su vida solo había conocido un puñado de praedas y nunca antes había presenciado un solo hechizo. Su padre, con total seguridad, no figuraba en esa lista. ¿Y el rechazo de la señora Levana cuando lo miró a los ojos?, su ojo derecho de miel y su izquierdo de carbón que tantas preguntas levantaba, cada vez que conocía a alguien nuevo en la ciudad. Pero nunca nadie se había sentido incómodo al mirarlo a los ojos... o si? ¿Dónde le había pasado algo similar? El cansancio no lo dejaba pensar con claridad. El sueño, por fin, le ganó a las preguntas y se quedó dormido.

                Ari despertó de un sobresalto en medio de una noche con nubes de tormenta. Afuera, en el patio, justo frente a la posada, un hombre traía a rastras a otro mientras que a viva voz gritaba "¡Atrapé al maldito!, habitantes de Medio camino, ¡todos fuera!, enseñemosle a estos limpia mierda que a nosotros nadie nos roba"

Continuará.

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¡Nos vemos el próximo lunes con la resolución!


CICLOS ARCANOS - En los Templos del Caos - Libro 1Where stories live. Discover now