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Tienes picazón. Una picazón estúpida, imprudente y molesta que toma la forma de Karl Heisenberg. Su cara estúpida y su sonrisa arrogante, y esas tontas gafas y...
Maldita sea.
Aprietas los muslos. No se puede saber si lo mejora o empeora. Karl Heisenberg es la adicción que no puedes dejar y odias el vértigo que te produce saber que volverás a buscar otra dosis. Al salir, llamas a las sombras hacia ti. La oscuridad te envuelve como un viejo amigo. El complejo que Heisenberg llamó suyo también podría ser un laberinto, todo pasillos sin salida y escaleras de caracol. Por suerte, no necesitas puertas. Una última mirada y entrarás en la fábrica.
Cuando lo encuentras, está encorvado sobre algún artilugio, con un cigarro colgando de sus labios. La electricidad brota de él y el cadáver se contrae como si estuviera a punto de levantarse y alejarse. De alguna manera, has visto cosas peores.
"Qué precario", dices desde las sombras.
Heisenberg maldice. La hoja se balancea violentamente, cortando un trozo de su mesa de trabajo y, de paso, de su mano. "Hija de puta." No parece herido, sólo enojado. Aun así, tu corazón late con fuerza debajo de tu falda. "¿Qué mierda te dije?", exige. Sus ojos buscan los rincones oscuros de la habitación. "Maldita perra espeluznante".
Tus ojos amenazan con salirse de sus órbitas. "Es demasiado fácil sorprenderte."
No lo toma tan bien. Se nota por la peculiaridad de su mandíbula. Es su dominio, como lo expresó hace todos esos meses. Esperas que retroceda.
En cambio, dice: "¿Ya es esa época del mes?" Tiene la audacia de reírse, mirándote por debajo del ala de su sombrero. Flexiona los dedos como si las hojas oxidadas no los hubieran cortado. Monstruo. Los dos. "¿Le pediste permiso a mami?"