Extra 3: La preeminencia del amor.

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Dos años después…
Las primeras navidades de los Lewis
Anastasia

Dejo el móvil encima de la cama y observo el cuerpo que yace a mi lado.

— ¿Ya estás despierto, cariño? —pregunto al aire, aunque él sabe perfectamente que va dirigido para sí mismo.

Su cuerpo no se mueve, aunque tampoco me extraña debido a la cantidad de ejercicio que hacemos diario. Las horas que pasamos juntos siempre nos dejan exhaustos y sudorosos. Me duele el cuerpo como recordatorio de su aguante, mucho mejor que el mío. Casi dos años juntos y todavía me siento como si fuera la primera vez que dormimos juntos.

Poso la mirada en las perfectas líneas de su atlético cuerpo antes de volver a centrar mi atención en el móvil. Su cuerpo se remueve y las sábanas se arrugan un poco. Miro por la ventana y veo como la luz del sol se pone en el horizonte nevado. Ah, Nueva York en navidad es un primor. Me levanto de la cama y estiro mi cuerpo.

—Hola, bombón —digo dándole un empujoncito con gesto divertido —. Ya es hora de levantarse, perezoso.

Lo veo bostezar y estirarse lentamente. Sus ojos oscuros se posan en mí y el corazón se me llena de amor. Él se levanta de la cama, sacude su cola y me pongo de pie para abrazarlo de forma posesiva.

—Buenos días, familia. Cariño, ¿otra vez hablando con el perro? —espeta Nicholas entrando por la puerta con albornoz y cruzándose de brazos. Pongo los ojos en blanco por su intromisión.

Me levanto del suelo y lo encaro.

—No es un simple perro, es mi segundo hijo, ya deberías de saberlo ¿a que sí, Trueno? —le pregunto juguetona porque se, que mi marido odia que trate a Trueno como un bebé. El perro ladra y las paredes de la habitación retumban. La verdad es que acerté con su nombre.

Nicholas se acerca a mí y me toma de las caderas, besándome de forma posesiva y sonriendo a la vez. Un rápido mareo me nubla la vista por unos segundos, logrando que me tambalee. Sus agiles manos me sostienen unos segundos para sosegarme.

— ¿Qué te sucede, Ana? ¿Te sientes mal? —pregunta él con un halo de preocupación en su voz.

—Es solo un mareo, nada más.

Nicholas entrecierra sus ojos y me observa con detenimiento.

— ¿Un mareo? Eso es que… Tú nunca te mareas —rectifica lo obvio.

—Por una vez se comienza, Nicholas —digo restándole importancia al asunto y pasando por su lado directo al baño.

Él me sigue, interponiéndose entre yo y la puerta.

—No soy idiota, olvidas que soy un agente de la CIA, sé cuándo mientes. Vamos, cariño, dime la verdad, soy perfectamente capaz de afrontar cualquier cosa que me digas —el pecho se le hincha en espera de mi respuesta. Claro que se la causa de mis mareos, pero quería decírselo en Navidad, como regalo.

Me cruzo de brazos y sonrío.

—Está bien, tú lo has querido —tomo aire y hago una breve pausa para otorgarle un poco de dramatismo al acto, Nicholas suspira y está conteniendo la respiración —. Estoy embarazada, ¿contento?

La cara de Nicholas palidece, lleva sus manos a su boca con dramatismo y sus ojos se abren de par en par.

—Yo… —ni siquiera termina la frase cuando cae al suelo desmayado. Lo sabía, sabía que sucedería esto, siempre es igual. Cuando una noticia lo impacta tanto termina en el suelo, aunque ese efecto solo le dura unos dos minutos. Lo observo desde mi altura sin inmutarme en ayudarlo, no tiene sentido. Su respiración es pausada y sus ojos se abren con normalidad cuando nota que no pienso caer en sus escenas teatrales.

— ¿Ya? —le pregunto apoyada en la puerta del baño, viendo como se levanta del suelo con total normalidad —. Joder, Nicholas, cada día finges peor.

Mi marido cierra sus ojos y sonríe, suelta el aire y agarra mi cara entre sus manos, pegando su frente con la mía.

—Ya lo sabía, solo intentaba hacer la situación más llevadera para ti. Ya sabes, siempre das el diez por ciento, pero yo te obligo a darme el cien —dice, refiriéndose a mi método de mantenerme callada hasta el final.

Entonces, cae de rodillas frente a mí. Me levanta el vestido de dormir y aprieta sus labios en mi vientre, todavía plano. Se la noticia desde hace dos semanas, cuando sospeché que mis mareos ocasionales acompañados de vómitos debían tener otra explicación más lógica que alergia a los pelos de Trueno.

— ¿Cómo lo sabías? —indago emocionada.

—Intuición masculina. No solo las mujeres la tienen —susurra en voz baja —. Hola, pequeña, soy papá —le habla a mi vientre y el corazón se me derrite de ternura.

Ni siquiera me molesto en detener las lágrimas que corren por mi cara y gotean desde mi nariz hasta la coronilla de Nicholas. Mi marido se pone de pie y me besa la frente mientras me abraza por la cintura. Deja que se lo contemos a Aidan, se pondrá súper feliz. Trueno ladra detrás de nosotros para que le demos un poco del amor que tenemos, pero ninguno de los dos le hace caso. Estamos embobados mirándonos y sonriéndonos cómplices.

—Eres lo mejor que me ha sucedido en la vida, no me arrepiento de haber ido hasta Alaska a matarte —murmuro.

—Tú eres todo lo que un hombre como yo desea, puedes ser muy dulce como la miel del amor, o muy amarga como las impurezas de la vida. Te amo, Ana de las tinieblas. Al final esa anciana del avión tenía razón... Me mataste sí, pero de amor.

—Yo te amo más, orangután Nicholas.

—Será niña, lo presiento —dice colocando una de sus manos calientes en mi vientre.

—No lo sabes, tal vez sea un niño —rebato, retándolo con la mirada.

—Yo sé más que tú de embarazos —replica con insolencia, causándome gracia su gesto.

Me separo de él con gracia y unas enormes ganas de reírme.

— ¿Por qué? ¿Por qué fingiste ser ginecólogo unos meses en una misión? No me hagas reír, payaso —me carcajeo tanto que me duele el costado.

Él solo me mira con diversión.

—No, porque eres mía, y me conozco a la perfección cada centímetro de tu cuerpo, payasa —me devuelve la jugarreta para acabar la discusión besándonos con pasión y luego terminar enredados en la cama.

Quiero gritarle al mundo mi felicidad, pero luego de hacer el amor con mi orangután.

Pensamientos impuros (Libro 1)Onde histórias criam vida. Descubra agora