Al abrir la puerta parece que hemos entrado en algún santuario o algo similar. Está lleno de vida y arte. Discos de vinilo y manchas de pintura envuelven la decoración. Apoyados contra las paredes puedes encontrar caballetes y algún que otro instrumento.

Me quedo mirando el entorno, hipnotizada con cada detalle. Veo a Astrid acercándose a una pequeña habitación rodeada de cristales, parece una especie de estudio casero. Nada parecido a lo que estoy acostumbrada.

Dentro hay un rubio, de no más de 30 años, tocando la guitarra, con un cigarrillo en la boca.

Astrid da con su puño unos golpecitos al vidrio, provocando que el chico levante la mirada con enfado al ser interrumpido, cambiando rápidamente su expresión al reconocer a la mayor.

- Ey, ¿qué haces aquí pequeña? - deja su guitarra con delicadeza, y se acerca a Astrid, parándose a mirarla unos segundos de arriba abajo con orgullo, antes de abrazarla con fuerza. - No te veía desde que se fue Cas-.

- Reggie.

Aunque me encuentro de espaldas a Astrid, por el cambio en su tono de voz y su postura tensa, estoy segura de que la mirada que le ha dado debe de ser matadora. Y la reacción que tiene el de perilla me confirma las pocas dudas que me quedaban.

- Hemos venido a por los sprays que dejé aquí -. Es en ese momento en el que el chico se fija en mí.

- Ya sabes dónde está - contesta mirándome de arriba abajo, solo que de una manera muy diferente a como lo hizo con Astrid -. ¿Y tú quién eres? - pregunta con tono serio.

- Nadia - murmuro algo intimidada, aunque en un intento de parecer segura.

Si puedes actuar ante miles de personas puedes sostenerle la mirada.

- Déjala en paz, anda, no la asustes - me defiende Astrid pasando por el lado de Reggie, chocándole el hombro en el proceso.

Se acerca a mí con una mochila colgada en el brazo, que acaba de recoger de detrás de un mostrador.

Agarra mi mano y nos dirige a la salida sin detenerse en despedirse, hasta que la voz del hombre la interrumpe en su tarea.

- Ey, espera, no te vayas así -. Al notar que nos paramos, continua su explicación-. ¿Qué tal tu pequeño monstruo? - pregunta con una sonrisa tímida pintando su rostro, provocando la relajación inmediata en la postura de Astrid y mi incertidumbre.



- ¿Qué quieres hacer con eso? - inquiero a Astrid, señalando con la cabeza su mochila. Sin entender nada de lo que está pasando desde que salimos de la fiesta.

Me sonríe sin contestarme, sacando una cajetilla de cigarrillos de su cazadora alzando una ceja mientras me mira.

- ¿Te molesta que lo encienda?

Dudo si aceptar o no. No me suele gustar que la gente fume alrededor mío, no solo por el olor, sino porque me tengo que cuidar la voz y el humo puede ser perjudicial también para los que están cerca.

- No hace falta que digas nada, ya me sé la respuesta viendo tu cara - comenta riéndose entre dientes guardándolo de vuelta en su bolsillo.

Sonrío de forma tímida, colocándome un pelo rebelde detrás de mi oreja, dirigiendo mi mirada al suelo.

Es sorprendente lo bien que parece leer a las personas, y a mí que me cuesta incluso entenderme a mí misma.

Levanto la cabeza del suelo al darme cuenta de que me he quedado un rato sin hablar. Observo a Astrid quien por lo visto también estaba inversa en sus cosas. Muerde levemente el pearcing de su labio, juntando las cejas de forma casi inconsciente, como si no le gustara sus pensamientos.

Entre los focosWhere stories live. Discover now