Helio

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Hefesto ya tenía el plan ideal para su dulce venganza.
Puso todo su empeño. Todo su arte. Toda la habilidad que poseían sus maestras manos.

No tenía caso enfrentarse a Ares a duelo. Hefesto podía crear armas con el acero, fuertes y resistentes escudos, armaduras adelantadas para la época, tan impenetrables como las más dura roca. Irónicamente no sabía blandírlas, no poseía aquella habilidad de combate singular y sería despedazado con suma facilidad.

Pensó en tenderle una trampa a los dos, atraparlos infragántes en su asqueroso romance. Sabrían que con Hefesto no debieron meterse.

Fue hasta su fragua que estaba dentro de un volcán despierto y comenzó a trabajar en su plan. En una caldera grande puso a hervir oro, una cantidad inmensurable de monedas de oro. Lo que era la paga de unas pocas armas, y Hefesto fabricaba muchas armas en poco tiempo. El oro derretido vorvoteaba en el caldero. El dios herrero puso en una mesa de trabajo una enorme placa de metal oscuro. La superficie de la placa tenía una cantidad incontables de finos surcos entrelazados pero eran tan minúsculos que el ojos mortal no podía verlo.

Hefesto metió un cucharón sopero en el caldero y con precisión inhumana fue vertiendo el oro liquido en la superficie de metal. Le llevaría toda la noche aquel tedioso proceso pues tenía otra dos placas mas en espera. Pero todo con tal que aquellos dos sucios traidores sintieran la vergüenza y el dolor que él sintió.

Helio es el titán Sol, el que da luz y calor en su carro solar durante todo el día a los inmortales dioses y a los humanos. Como Helio viaja por todo el cielo en medio de las peligrosas constelaciones del zodiaco, lo ve todo desde la inmensurable altura, y un día le dió por ver que hacían la gente en el monte Olimpo, sus dorados ojos vieron con sorpresa los acosos de Ares sobre Afrodita durante la ausencia de su esposo. La diosa del amor mostró una firme resistencia al principio pero eso fue todo, al final se dejo llevar por las palabras del atractivo dios de la guerra, terminando luego sudorosos en medio de las sabanas.

Como Helios y Hefesto son muy amigos. El titán Sol no iba a dejar que esto siguiera sucediendo, Hefesto tenía que saberlo y como era su amigo era su deber decírselo.

Dejo que el carro solar siguiera su rumbo matutino y él descendió a la tierra, a la montaña Festo. Lugar donde el dios herrero tenía su fragua y trabajaba todo el día.

- Amigo, tu esposa te está poniendo unos cuernos de carnero - avisó Helio desde el umbral de la puerta.

Hefesto que estaba acostumbrado a las bromas de Helio, creyó que esta era una de ellas.
- Ubicate, con Afrodita no te metas - dijo el herrero que golpeaba con un gran mazo una larga espada incandescente. Los martillazos sacaban chispas y parecían hacer temblar toda la montaña.

- ¡En serio! ¡Tienes que creerme! - insistió el titán.

- Si, ya - contestó indiferente su amigo, concentrado en dar los golpes con la fuerza necesaría. - ¿No tienes que estar manejando el carro solar?

Helios cerró sus manos enguantádas en puños. Tambien era la culpa del titán Sol que Hefesto no le creyera. El titán acostumbraba a entrar de repente a la fragua y anunciar a grito pelado ¡Zeus va a ceder su trono a uno de sus hijos! o ¡Artemisa ya no es virgen, se ha apareádo con uno de sus hombres lobos! El caso es que luego Hefesto se lo creía e iba corriendo con su cojera y bastón en mano. ( El monte Olimpo está bastante lejitos de la fragua ) Y cuando llegaba a la ciudad de los dioses, todo mugriento y jadeante, descubría que todo era mentira y comenzaba a insultar a la mamá de esa estrella ardiente del cielo.

Helio que al fin decía la verdad, el idiota de su amigo no le creía. Soltó un resoplido exasperante. Solo había una manera en que le tomara la palabra.

- Lo juro por el río Estigia... Lo que digo es verdad... lo siento.

El río Estigia, río de aguas muy frías, fluyente desde las profundidas del inframúndo. Cuando los inmortales hacían una promesa o juramento nombrando las tenebrosas aguas de la muerte. Tenía la obligación de cumplirlo si o si, o sino correrían peligro sus divinos traseros.

Hefesto después de escuchar las palabras de Helio, dejó de dar golpes con el martillo, giró la cabeza y miro fijo a su amigo Sol. Su mundo comenzó a oscurecerse al ver la seriedad y escuchar el juramento que no debía hacerse a la ligera. Supo lamentablemente que era cierto.

El mango de hierro enfundado en grueso cuero se deslizó de entre sus dedos cayosos. El martillo al estrellarse contra el suelo provoco un sonido metálico que volvió a resonar con un fuerte eco en toda la fragua.

- Qui-quiero verlo con mis propios ojos... - habló en susurros, casi sin voz.


ATENEA VS ARESWhere stories live. Discover now