Capítulo dos: la vida es un carnaval

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Un día de pico y placa el estrés colmaba mi paciencia. La tristeza se desbordaba, nada era igual. La vida tomó tonos azules y grises, mientras los demás colores corrieron a escamparse de la lluvia que estaba por caer.
Mi cabeza daba mil vueltas, mi mente repensaba todo lo que había vivido minutos atrás. Mis lágrimas empezaron a caer por mi mejilla. Mi mayor meta era llegar rápido a casa para poder tirarme al suelo a llorar.  y para colmo el metro se detuvo antes de llegar a  la estación Mayorca, y desde la ventana se veía un taco impresionante por culpa de la pavimentación de la avenida las Vegas.
De un momento a otro, todos pasaron a segundo plano, convirtiéndose poco a poco en una sombra negra, exceptuando la única luz, la única mancha de color en el mundo, una alegría pura e inocente, la perfecta representación de la esperanza y el amor infinito:
A través de  la ventana del metro podía ver el lado más conglomerado de la vía, donde se encontraba un niño, un pequeñito de menos de 4 años, estaba cantando y corriendo con una bolsa de basura como si fuera una cometa. Balbuceaba una frase que a todos se nos había olvidado ese día: la vida es una y es un carnaval...
Un colombiano promedio sabe el significado de esa frase, más que una canción, es una realidad, el problema es que se nos estaba olvidando nuestra naturaleza, nuestra alegría, la emoción, las vibras de carnaval, la sazón y la emoción.
Ese día la tristeza y el desespero llenaban los corazones de los colombianos, nadie tenía una sonrisa en su cara, nadie saludaba, la única fuente de alegría era ese pequeño, y seguramente su vida era más dura que la de todos en este metro apechugado y estrecho.
El pequeño e inocente al que nombro Daniel, por su dinamicidad y audacia  estaba gozando su vida. Se encontraba en el mejor momento de su día, el único minuto en el que no estaba obligado a estar parado con su "padre" toda una jornada, en el semáforo de la calle 10, para pedir limosna, y así poder llevar algo de comida a su casa para sus 6 hermanos.
El metro estaba parado desde hace ya largo tiempo, hacía mucho calor, el sol estaba derritiendo las ventanas, no cabía ni un alma más en ese espacio tan reducido, habia gente hasta de tres ojos, y sin embargo, todos estábamos mirando al niño, al principito que alegró el día de más de uno de nosotros. Daniel el travieso, con sus pequeños dientecitos de leche y sus piesitos que parecían empanadas, vivía el día como había que vivirlo, un minuto a la vez. Se delataba en la sonrisa: ¡Estaba disfrutando tanto ese momento!. Cuando el agua comenzó a caer, se veía aun más alegre, disfrutando de las gotas, saltando de un lado a otro intentando mojarse lo más posible.
Era un niño de 4 años, el más pequeño de la familia, el más inquieto, con toda su ropa hecha de recortes de la ropa vieja de sus hermanos, sin zapatos y con un poco de huecos en el pantalón.
La simpatía de Daniel nos conmovió a todos, pero nadie penso en: ¿Qué hay detrás de esa sonrisa? Detrás de esos ojitos marrones se encontraban las lágrimas más grandes, de tristeza pura.
Todas las noches Daniel  lloraba para que no lo obligaran a ir a los semáforoscon un hombre abusivo, victimario y conflictivo que ni siquiera era su padre. Un señor que lo dejaba solo por horas y luego volvía para pegarle y gritarle.
Daniel pasaba hambre, serenos mientras ese man se gastaba una parte de lo que recolectaba en cerveza y en su almuerzo, del cual no le daba ni un mordisco al pobre.
La madre del pequeño, en su desesperación por darle una mejor vida a sus muchachos, nunca se detuvo a pensar en la vida de su hijo menor, en las quejas y los reclamos que con solo 4 años le hacía cada noche.
La vida no es un infierno, es un carnaval, solo hay que saber verlo y disfrutarlo.

Cada Persona Es Un Libro AbiertoWhere stories live. Discover now