Partir sin cerrar la puerta. (Parte 1)

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Comienza a sonar en mis audífonos viejos de cable "Todo Lo Bueno Tarda" mientras recibo los últimos rayos del sol en la mañana. No me gusta el sol, prefiero los días oscuros donde llueve y no tengo que levantarme a trabajar la tierra como lo hago hoy con el sol agotador que nos ha dejado el ritmo del mundo, son pocos los palos que crecen alrededor de la casa, cada vez tenemos más poco mientras el hambre nos pide mucho. Mi madre me llama desde la puerta de la casa para que entre a almorzar con su voz sensible, que me adora desde el momento en que nací. Ella siempre me ha querido, igual que la tierra donde floreció, de ahí el origen de mi nombre. Tal vez nunca me lo ha dicho, pero con pequeñas señales como las de su llamado me hace pensar en lo mucho que me necesita y me quiere ver salir de estas cuatro montañas.

Mientras voy de camino a casa no dejo de pensar en todos mis intentos por ser una buena hija y no ser sólo Betania: una terca y prematura campesina. Los fríjoles están servidos en la mesa, al igual que el leve sudor del vaso frío repleto de guandolo que me hace crecer el hambre voraz generada por el cansancio. Con fuerza me siento en la silla vieja que era de mi padre y comienzo a alimentarme con grandes cucharadas a ver si dejo de pensar tanto. No pasa mucho para que mi madre decida sentarse con su respectivo plato y comience también a comer.

Esta vez había algo diferente que circulaba por el aire, el olor a leña era habitual pero los silencios no; mi madre solía hablar de cualquier cosa con tal de ser cercana a mi terrible temperamento. Me preguntaba sobre mi día así yo siempre hiciera lo mismo, pero esta vez no. Siempre he enfrentado con sigilo los miedos que me habitan, y sabía que romper el silencio ese día no podría ser una excepción. Intenté hablarle agradeciéndole por la comida; no hubo palabras, pero sí gestos. Cuando ya había pasado el silencio suficiente como para ser incómodo, habló. Me dijo que quería hablar conmigo y solté mi cuchara porque en el último año jamás la había escuchado hablar con tanta determinación, algo iba a pasar.

Los fríjoles dejaron de ser protagonistas de la mesa y entraron sus suaves manos que en su delicadeza buscaron las mías para abrazarlas y darme la calidez que no estaban en sus tristes palabras.  La conversación que vino después no fue agradable, ella con sutileza había ahorrado de las arepas que vendía a ratos trescientos mil pesos para que yo me fuera a la ciudad, dinero que estaba poniendo en mis manos. No pude evitar asustarme y sentir el peso de nuestros mundos encima, me negaba a que estuviera ocurriendo lo que yo menos quería; abandonar mi tierra. Aunque sufrí el rechazo de compañeros y maestros por ser algo diferente, aquellas desdichas se perdían cuando volvía a casa y jugaba Just Dance con mis padres descargando videos con el internet del colegio. Nunca pensé en dejar de recibir la sombra de mi guayacán favorito mientras obligaba a escuchar trap a mi papá, pero ahora mi madre me pedía que partiera.  Estaba sonriente para evitar desmoronarse ante mis gestos, pero luego enfatizó con cierta tristeza:

-Esto me duele en el alma, porque quisiera acompañarte, pero hay cosas que necesitas aprender sin nadie más que vos misma. Lo que menos en esta vida he querido es verte sufrir, pero eso es inevitable y si no lo puedo evitar que entonces sea impulsándote a una mejor vida, mi Betania hermosa. Créeme, que allá si te van a aceptar muchísimo más que acá.- Saqué todo el valor que me quedaba después de recibir tantas verdades y acepté su propuesta abrazándola con toda mi alma, porque no sabía si ella y yo volveríamos a tenernos juntas en un pequeño almuerzo familiar.

Mi madre planeó todo para que yo partiera el mismo día que me contara la decisión que había tomado por mí. Empacó mi mejor ropa y consiguió una lista de lugares donde se quedaban los hijos de las señoras del pueblo para ir a trabajar; cobraban diez mil pesos la pieza cada semana y cinco mil pesos por dos comidas diarias, cosa que no me sonaba de lo más segura pero no tenía más opciones. Además, cerca de allí por el llamado Robledo consiguió unos restaurantes donde estaban buscando lavadoras de trastos y mujeres para el aseo, cosas que podía hacer y mi madre sabía. Aunque el dinero era poco, era suficiente para sostenerme hasta encontrar un trabajo. Salí en el último bus de la flota de Fredonia porque, aunque con mi padre siempre viajábamos en los de Jericó como era común no había puesto. Después de las bendiciones de mi madre me estaba alejando con ilusiones de las montañas del Suroeste hacia unas más bonitas según ella. No contaba con que viajar tan tarde significaba entrar en los tacos, pues en las pocas ocasiones que había viajado era muy temprano y no lograba ver muchos carros; Ahora el caos de la ciudad poco a poco me estaba dando la bienvenida.

Me bajé en la última parada que hacía el bus de mi pueblo, ya el trancón se había quedado con cierta parte de la noche y yo quería descansar. Estaba sola, con mis pocas cosas y estaba eligiendo el rumbo de mi vida, o eso creía.  A lo lejos encontré a unos jóvenes pintando unos muros que se veían agradables y tal vez sabrían cómo llegar a Robledo después de tomar el metro hasta Floresta. No pensé que tan fácilmente me acogerían y darían sus nombres: Camilo, Valentina, Kevin y Daniel.  Justamente la madre de Valentina era la dueña de las piezas a las que había llamado mi mamá lo cual me produjo cierta esperanza de que estaba encontrando mi lugar. Tal vez mi madre me estaba llevando a encontrarme conmigo misma entre los colores que me ofrecían pintar estos desconocidos. Me dejé llevar, y me senté a parchar con ellos cuando empezó a sonar desde su bafle Red Velvet, mi canción favorita. Me preguntaron muchas cosas, entre ellas mi nombre; Les dije que prefería que me llamara Betty.

Me convencieron de irme en el último metro porque sabían que no partiría con ellos siendo unos recién conocidos, Sin embargo, si eran lo suficientemente conocidos como para sentarnos a debatir del mundo teniendo sólo una pola en mano. El lugar en el que estábamos era algo oscuro, pero yo suponía que era porque nadie podía saber que ellos le estaban quitando el gris a la ciudad. Lastimosamente no fue suficiente y vimos como a lo lejos llegaban unos policías a hacer su trabajo. Me asusté y maldecí por no haberme ido antes, pero Camilo me dijo: -Tranquila, que aquí no la dejamos morir reina. -  Y así fue como terminé corriendo y subiéndome a una moto vieja huyendo con cuatro pelados de la justicia injusta; tal vez, de la misma que me hizo irme del pueblo esta misma mañana.

Grafiti de mujerDonde viven las historias. Descúbrelo ahora