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Normalicemos encontrar el amor a los cuarenta, o a los cincuenta o setenta, es lo que espero cada día que empiecen a anunciar en las noticias para que de esa forma sienta que no hay razones para ir de cero a cien kilómetros por hora en dos segundos. Y que la idea de haber perdido el tiempo deje de acosarme.
Si Esto fuera una historia de amor estaría aquí hablando sobre cómo nos conocimos, pero en realidad yo no conozco a nadie y tampoco nadie me conoce. Desde mi punto de vista mi vida ha sido una vida “normal” en dónde no hay nada destacable pero tampoco nada reprobable. Sólo he ido recorriendo el camino haciendo lo que he creído que tengo que hacer.
Y así llegué a los treinta y siete soltera, sin haber tenido ninguna relación significativa, ni tampoco insignificante. Trabajando desde la niñez pero sin haber conseguido nada relevante y existiendo mientras me pregunto ¿Cómo hacen otros para vivir la vida?
¿Hay gente aquí que vino con un manual en donde decía “la ruta” a tomar?
Alcancé el punto en dónde no me agrada lo que soy pero sigo pensando que soy mejor persona que muchas otras que conozco. No me agrada mi timidez y mi imposibilidad de tomar las riendas en situaciones sociales, pero al mismo tiempo no me veo a mi misma haciendo lo contrario porque la sola idea de ir por la vida “cogiendo el escenario” me hace sentir que quienes lo hacen son unos cretinos.
Y estoy aquí hablando de un personaje nada relevante con una de esas historias de las que a nadie le interesa, porque todos quieren ver una vida “especial” aunque también tengan una normal.
Me siento en el fondo del almacén con el teléfono en mano para sentir que el mundo es más grande que las cuatro paredes que me rodean y los veinte minutos que me toma llegar a casa. Imágenes de hermosas playas y destinos turísticos en dónde exhuberantes mujeres posan luciendo su maquillaje intacto frente al mar.
Si Esto fuera una historia de amor mi rostro sería una joya a la espera de ser descubierto por un “valiente caballero” que me llevara a posar en una de esas playas sosteniendo mi mojito con un banquete de comida deliciosa en el fondo, mientras presumo mi cintura de cincuenta centímetros porque sesenta ya es de “gordas”.
Cuerpos perfectos luciendo atuendos que parecen nuevos, porque en Instagram nadie ha usado una remera en más de dos ocasiones pues es como reciclar el vestido de los quince para una boda.
Pintores que no usan mandil porque han dominado tanto la técnica que jamás se ensucian. Ya nadie come estofado y las ensaladas se sirven como un jardín zen en un plato.
Le doy “me gusta” a una que otra imagen colorida o que levanta mi estado de ánimo y por lo general son perritos cuyo pelaje jamás se enreda. Así me ahorro pensar en las ojeras del perro que aguarda afuera. Ése no cabe en el feed de nadie.
Se escucha la campana de la puerta de ingreso y me veo obligada a soltar el teléfono.
-¡Bienvenido!- saludo con diligencia, el cliente ni me escucha o finge no saber de mi existencia. Lo veo recorrer los pasillos en búsqueda de algo que no termino de definir pues pasa de los comestibles a los productos de higiene personal sin orden específico.
Su lenguaje corporal me indica que no lleva prisa, contemplo la idea de que sea un asaltante por todo el tiempo que parece estar dispuesto a perder. Reparo en el hecho de que ésta tienda de conveniencia está en una zona aislada y que por el horario ya bien podría haber ejecutado una felonía sin ser molestado y descarto que sea un delincuente.
La imagen de mi reflejo en los refrigeradores me distrae por un momento. Ahora el hombre está de pie frente a mí.
-¿Encontró lo que buscaba?- cuestiono de acuerdo al protocolo. Él ni se inmuta. De hecho es bastante bien parecido, un metro ochenta o un poco menos, piel clara y cabello castaño oscuro, sus labios son delgados y su nariz afilada.
Si Esto fuera una historia de amor aquí es dónde me descubre y me pide mi teléfono, pero el recuerdo de mi reflejo sabe que no estaba lista para la ocasión, de hecho nunca lo estoy.
-En la compra de cualquier botana con tira azul, le regalamos un paquete de cacahuates japoneses- me siento como operadora telefónica.
Él hace un movimiento con su mano para indicar que no le interesa. Le cobro y entrego su cambio para despedirlo con un.
-Gracias por su compra.
El sonido de la puerta de aluminio rozando la alfombrilla se queda para acompañarme.
-Al menos pudo decir “buenas noches”- me quejo para mí.
Hoy estoy de malas, reconozco. Usualmente estoy acostumbrada a “no existir”, a ser invisible. Pero estos últimos días se ha vuelto difícil. “Seguro es mi período” me explico buscando tranquilizarme o consolarme, no me queda claro cuál.
Es momento de regresar a Malta en Instagram, parece un paisaje fantástico. Espagueti con camarones, un hombre barbudo pero musculoso en un yate, una chica que parece un hada caminando por un bosque, atardeceres, amaneceres, calles mojadas por la lluvia, y uno que otro reel de alguna banda que jamás había escuchado.
“Tengan su like” buenos hombres.
Con cada like mi feed se llena de nueva basura para matar el tiempo.
La notificación de WhatsApp interrumpe mi “navegación” han pasado veinte minutos desde mi hora de salida y en casa me esperan.
-¡Carajo!- me quejo por haber estado perdiendo el tiempo en Instagram, ni que tuviera la pasión para dedicar horas extra a este trabajo.
Me apresuro a cerrar no sin dejar un puñado de croquetas para el perro que llamo “chuleta”, seguro él lo ha tenido más difícil que yo. Con suerte, mañana mi compañero no me dejará colgada aquí sola, por alguna razón siempre tienen algo qué hacer; llámese la cita con el dentista, el velorio del padrino, el examen de no sé qué… hoy tocó un examen.
Está oscuro y la verdad me da miedo caminar sola a ésta hora. No queda más remedio. Coloco mis llaves entre mis dedos solo en caso de que tenga que defenderme de algo o alguien.
En mi mente voy diciendo que no sirve de nada porque de cualquier forma no sabría cómo golpear a alguien con eso, pero como sea lo dejo.
Es un largo trayecto rodeada de matorrales. A ésta hora no sé si me preocupa más encontrarme con otro ser humano o que me salga un animal de entre las hierbas.
El sonido de un vehículo me hace dar la vuelta, sus luces me han enceguecido y me siento como en esas fiestas infantiles en las que el flash de la cámara te dejaba viendo con un filtro verde. ¿A qué pendejo se le ocurrió cambiar los faros cálidos por neones fríos?
Me recupero dando zancadas apresurando el paso para llegar a casa. El familiar sonido de un bafle reproduciendo música a todo volumen en una taquería me avisa que pronto podré llegar a recargar la batería de mi móvil. Antes la pila duraba tres días…
Sigo avanzando y lo veo, una pareja de novios y una familia con dos niños aguardan su pedido de carne al pastor. ¡Cebollitas y salsa incluída!
En el bafle Ozuna dice algo sobre su prepucio. Algo encantador para los oídos más jóvenes. Ya casi estoy ahí.
Tropiezo con una botella de cerveza, algún idiota terminó de beberla y decidió abandonarla a la orilla de la banqueta. Al igual que todos evito levantarla, es decir, no es mía ¿Cierto?
¿Por qué debería importarme?
Apenas cruzo la puerta y escucho la voz de mi padre cuestionando.
-¿Trajiste los tacos?
No tengo la menor idea de lo que está hablando.
-¿Qué?
-Que si trajiste los tacos, te mandé un mensaje diciendo que a se nos habían antojado unos tacos, ¿no lo viste?
Estoy incrédula, ellos ni siquiera saben si traigo suficiente dinero en la cartera… además, la taquería está a la vuelta.
-La taquería les queda más cerca a ustedes que a mí, ¿sabes?- He tenido un largo día y no me siento emocionalmente bien para una discusión por un tema tan estúpido.
-Pero a ti te queda de paso, pasas frente a ella todos los días cuando vuelves del trabajo -alega con molestia, escucho los pasos de mi madre en el corredor.
Reviso mi cartera, me quedan doscientos pesos para el resto de la semana y todavía faltan dos días para que me paguen.
-¿Qué pasa?- cuestiona ella.
-¿Vas a ir?- agrega él.
Regreso sobre mis pasos, estoy enojada pero tampoco quiero seguir con esto. Escucho la voz de mi madre pidiendo que “no nos den salsa roja, mejor doble verde”, he cerrado el portón con brusquedad y puedo escuchar su Bamboleo, la botella sigue ahí.
Desde esta perspectiva me doy cuenta de que los empleados del servicio de limpia rompieron una bolsa y derramaron su contenido en la banqueta, probablemente la botella estaba ahí. ¿Por qué no hacen el intento de recoger lo que derraman?
Me duelen los pies y tengo ganas de llorar, siento los ojos ardiendo pero no daré un espectáculo en la calle. Me pongo en la fila aguardando a que tomen mi órden.
-¿Un kilo de pastor con cebollitas? -Escucho la voz de Alejandro, probablemente mi único amigo de la secundaria.
-Sí, por favor
Permanezco inmóvil a la espera de mi pedido, está haciendo frío y se está haciendo tarde.
-Aquí tienes Carolina, son doscientos veinte pesos
- Sólo traigo doscientos -me siento avergonzada, comienzo a pensar en esto como un agregado más a la lista de cosas que no han salido bien.
-Luego me los pasas, subimos el precio hace poco, todo se está poniendo muy caro -dice él en tono conciliador.
Sé que ha visto mis ojos, sé que sabe que quería llorar. Le entrego el billete y me marcho agradeciendo su gentileza. Regreso a casa y dejo la comida sobre la mesa. Mi madre se aproxima para examinarla.
Honestamente yo no tengo hambre, así que decido ir a mi habitación. Subiendo las escaleras alcanzo a escuchar a mi madre diciendo:
-¿No te dije que no trajeras salsa roja?
He tenido suficiente, cierro la puerta tras de mí.

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⏰ Dernière mise à jour : Aug 13, 2023 ⏰

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Si esto fuera una historia de amor Où les histoires vivent. Découvrez maintenant