12. El terror del pueblo.

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Nicholas

En el momento en el que regresé de Kansas, abatido y desilusionado, y encontré a Ana entrando por la puerta de la iglesia casi sin respiración, supe que no había marcha atrás en cuanto a mis sentimientos. En solo unos minutos me convertí en un animal salvaje y terminé arrancándole la ropa y tirándola en la cama. He perdido la cuenta de cuantos orgasmos le he provocado a Ana. Su cuerpo descansa pegado al mío mientras la observo dormir plácidamente. Es una jodida ilusión, de eso no tengo dudas.

Me quedo quieto por unos segundos cuando escucho golpes en una puerta a lo lejos. No se distinguir donde se producen, si en la puerta central o en la de la habitación. Ana se remueve a mi lado y termina abriendo los ojos. Nos miramos y le sonrío. De nuevo los golpes en la madera, pero esta vez seguido de gritos que claman la presencia del padre de la iglesia.

— ¿Qué son esos gritos? —pregunta Ana media adormilada.

Beso su nariz y me levanto de la cama depositándola con delicadeza.

—Gritan mi nombre, supongo que desean hablar conmigo. Quédate aquí, enseguida regreso —afirmo vistiéndome con unos pantalones que me quedan dos tallas más grandes y la misma camisa que tenía ayer.

Cuando me dispongo a salir Ana me agarra del brazo para decirme algo.

—Voy contigo —me sonríe y también se levanta de la cama para vestirse ante mi atenta mirada curiosa.

En menos de tres minutos los dos salíamos de la habitación en dirección a la capilla. Aún es muy temprano, apenas deben ser las siete de la mañana, pero ya el sol comienza a filtrarse por las ventanas de mallas. A medida que nos acercamos a la puerta principal las voces y los alaridos se incrementan y se sienten mucho más coherentes.

— ¡Padre Nicholas, Padre Nicholas! —gritan a coro mientras aporrean la puerta una y otra vez.

Quito la tabla de madera que asegura la puerta y la abro, encontrándome con más de diez habitantes del pueblo, todos con caras preocupadas y algunas mujeres llorando. Enseguida un escalofrío recorre mi columna vertebral, algo grave debe estar sucediendo para que esta pobre gente se encuentre de esta manera tan deplorable. Ana se encuentra a mi lado igual de confundida que yo.

— ¿Qué ha ocurrido? —indaga Ana acercándose a una madre con un bebé en brazos, esta llora sin consuelo y abraza a su hijo desesperada, como si intentara protegerlo de algo o alguien.

— ¡Padre, exigimos justicia! ¡Ya son tres niños desaparecidos esta semana! —chilla un señor canoso con una pala en sus manos.

— ¡Se han llevado a mi hijo! ¡Mi Daniel! — protesta otra mujer joven, y el dolor en su voz es palpable.

—Cálmense, por favor, explíquenme mejor porque no los entiendo bien —les pido con paciencia, aunque la furia ha comenzado a quemarme y una electricidad familiar viaja desde la punta de mis pies hasta mi cerebro.

—Padre, necesitamos ayuda, se están robando nuestros niños —murmura la señora Kim, la dueña de la florería. No tenía conocimiento que tuviera hijos pequeños, pero supongo que nietos sí. En mi registro de niños del pueblo no figura ningún menor de apellido Kim.

Ana me dedica una mirada de preocupación que yo comparto. Me inclino un poco hacia adelante y me preparo para hablar y tranquilizar a las residentes del pueblo. Por supuesto que saldré a buscar a esos niños, es parte de mi trabajo aquí asegurarme de protegerlos de La Serpiente.

—Señora Kim, residentes de Raycott, prometo buscar hasta el cansancio a sus hijos, se hará justicia cueste lo que cueste, aunque sea lo último que haga —les aseguro con decisión y no miento.

Pensamientos impuros (Libro 1)Место, где живут истории. Откройте их для себя