7. Bravo, Caeli...

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Emmett salió de la oficina de Cristian Becker tironeando de la corbata que tanto me esmeré en anudarle. Si fuera por él, habría ido a visitar a su abogado tal y como se despertó esa mañana: despeinado, maloliente y con una playera manchada por el vino tinto que bebió la noche anterior sin parar, pese a las contraindicaciones de sus ansiolíticos.

Terminó poniéndose un traje negro a pedido mío y, para alinearme a mis propias pautas, yo también vestí un conjunto refinado y recogí mi cabello con un rodete. Me parecía que, dadas las circunstancias, era necesario mantener la compostura; ya era suficiente con que nuestra propia vida estuviera perdiendo su equilibrio.

Me puse de pie cuando lo vi después de una hora habiendo estado encerrado allí dentro. Cristian lo acompañó por detrás, sujetándolo del hombro.

─Despreocúpate. Estarán a salvo ─le prometió, frente a lo cual Emmett solo largó un resoplido antes de retirarse sin despedirse.

Me disculpé con el abogado y troté hacia mi novio. Tuve prohibida la entrada a la reunión por cuestiones de confidencialidad y, durante nuestro camino al estacionamiento, respeté su silencio hasta que él mismo decidió romperlo.

─Está en arresto domiciliario ─reveló, mientras envolvía una de sus manos con la corbata como si fuera un boxeador colocándose una venda antes de dar el golpe final─. El viejo tiene una puta enfermedad terminal y su abogado consiguió que le permitieran cumplir el resto de la condena desde la comodidad de su casa.

Mi mano se estiró a la manija del carro, pero no la destrabó.

─No quiero sonar insensible, pero... ─empecé a decir, pero me detuve.

─¿Pero qué? ─insitió.

Entré al vehículo y me senté en el asiento acompañante. Esperé que se acomodara a mi lado para decirle la atrocidad que se me había cruzado por la cabeza:

─En parte, eso es una buena noticia.

─No lo es ─decretó─. Por mí, el hijo de puta puede pudrirse bajo tierra ahora mismo. Pero mientras esté respirando, seguirá siendo una amenaza.

Su mano estaba aferrada a la palanca de cambios, pero no la movía. Apoyé la mía sobre la suya y le ofrecí manejar en su lugar. Emmett no estaba en condiciones para concentrarse en otra cosa que no fuera la ira que lo consumía a cuerpo entero.

─¿Te dijeron qué enfermedad padece? ─le pregunté, mientras daba una vuelta alrededor del carro hacia la puerta del conductor y Emmett se arrastraba dentro del vehículo al asiento de acompañante.

─Insuficiencia renal crónica. Irónico, ¿cierto? ─Se estiró en el respaldo y pude identificar que se retorcía sobre la funda de cuero con algo de satisfacción─. Su alcoholismo mató a mi madre, y ahora terminará con él también.

Incrusté y giré la llave. El rugido del motor se asimiló a la voz de Emmett cuando agregó:

─Necesita un donante de riñón compatible, como sus propios hijos. El futuro de este asesino está en mis manos.

Evité preguntar si haría ese sacrificio. La respuesta era evidente y tenía motivos suficientes para haber llegado a esa decisión.

Mientras conducía, alcancé a ver de soslayo a Emmett con la cabeza apoyada en la ventanilla, contemplando el paisaje que corría frente a sus ojos tal como vio pasar su vida cuando se enteró de la excarcelación de Arián Leroy.

─¿Qué le dirás a Leo? ─pregunté.

─Él no tiene por qué enterarse.

─Emmett...

Las chances de estar contigo [EN LIBRERÍAS]Where stories live. Discover now