11. Los tres mandamientos.

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Anastasia

Con cada minuto que pasa me inquieto más. La muerte del hermano de Nicholas no es coincidencia. Algo dentro de mí me hace sospechar de Alisa, pero no tengo pruebas para demostrar algo asi. Tampoco creo a mi madre capaz de asesinar a un niño inocente sin motivo alguno. No me quiero imaginar lo mal que debe estar Nicholas, siento ganas de coger un avión y correr a él para abrazarlo. Aunque yo no he experimentado esa clase de dolor, de perder a un ser querido, siento la suficiente empatía para ponerme en su lugar.

Debo hacer algo con Alisa, se me acaba el tiempo para entregarle la cabeza de Nicholas. Ayer la llamé y alguien dejo el móvil descolgado mientras esperaba a que otra reclusa le pasara la llamada. Lo que escuché me dejó helada. Soy consciente que hay muchas facetas de mi madre que no conozco, también sé que es capaz de muchísimas cosas con tal de lograr sus objetivos. Es despiadada y cínica, una combinación mortal en un ser humano. No conozco nada de su pasado antes de entrar a la cárcel, jamás fue muy comunicativa conmigo. Por eso ahora mismo estoy preparando mi salida en dirección a la biblioteca del pueblo, estoy dispuesta a reunir información de Alisa que pueda ponerla entre la espada y la pared y desista de acabar con Nicholas. Ese es mi plan, no tengo otra salida. Por mucho que nunca más vuelva a Ucrania, mi madre tiene el suficiente poder para hacerme desaparecer de la faz de la tierra donde quiera que me esconda.

Los cadáveres de los tipos del incidente con el niño los enterré en el patio de la iglesia, solo espero que Dios no se enoje conmigo por eso.

Diez minutos después aparco la bicicleta delante de la biblioteca del pueblo, una casucha desmejorada exactamente idéntica al resto de casas del pueblo. Le coloco la cadena con el candado a la bicicleta y entro al sitio. La campanilla de la entrada tintinea y el señor mayor detrás del mostrador me mira a través de sus lentes redondos. En este maldito pueblo el internet se resume en dos computadoras en la biblioteca.

—Buenos días, ¿dónde puedo acceder a internet? Necesito buscar una información urgente —le pregunto al señor.

Él se ajusta los lentes en el puente de su nariz y me sonríe con cordialidad.

—Claro, hermana, sígame —sale de detrás del mostrador y camina hacia la parte trasera de la biblioteca, donde se encuentra una oficina —. Es esa computadora, son diez dólares la hora.

Frunzo el ceño ante el costo del internet en este lugar. Le entrego un billete de diez dólares y tomo asiento frente a la máquina. El señor sonríe de nuevo y se pierde cerrando la puerta de la pequeña oficina detrás de él. Me aseguro de que nadie me observa y tecleo el nombre de Alisa en el buscador de Google. La pantalla demora en cargar y mi nerviosismo me hace cancelar una y otra vez la búsqueda para volver a escribir el nombre de mi madre.

—Maldito trasto —golpeo con cuidado el teclado y la búsqueda arroja resultados inesperados —. Así está mejor.

Sonrío al ver que mi golpe resulto beneficioso. Un montón de anuncios de periódicos famosos asaltan el monitor, asi como noticias de hace más de veinte años.

«La asesina de la cobra, Alisa Romanenko es detenida esta mañana luego de una ardua persecución policial donde la Interpol americana ha estado presente»

«Alisa Romanenko es extraditada de vuelta a Ucrania»

«Se confirma la muerte de una reclusa en el penal Stupak a manos de la asesina de la cobra. La directora del penal lo atribuye a un ajuste de cuentas»

«La asesina de la cobra es sentenciada a cincuenta y dos cadenas perpetuas por más de treinta asesinatos cometidos en un plazo de cinco años»

Pensamientos impuros (Libro 1)Opowieści tętniące życiem. Odkryj je teraz