9. El primogénito debe morir.

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Anastasia

Maldito capullo mentiroso. Todo este tiempo me ha hecho creer que es el buen samaritano que ayuda a todos, cuando en realidad es… no sé ni quién diablos es. Escuché toda su conversación con el cardenal, desde que lo intercepto en el helipuerto, hasta que termino muerto a manos de un francotirador encubierto. Reprimo mis ganas de pegarle un tiro en el medio de su frente, justo como le sucedió al cardenal. Pensaba que yo era la reencarnación del diablo, ahora me doy cuenta que no lo soy, sino Nicholas.

—Tome asiento, hermana, es una historia muy larga —no es una petición amistosa, es una orden que no me esperaba. No esperaba que me contara todo asi tan fácil.

Asiento con la cabeza de forma casi imperceptible, sentándome frente a él en el suelo, pero sin dejar de apuntarle con mi arma. Cualquier movimiento en falso que haga le disparo.

—Comienza a hablar de una puta vez antes de que pierda la paciencia contigo —la amenaza de mi voz queda latente entre nosotros. Lo veo tragar saliva y recolocar su trasero en la silla.

—Mi nombre es Nicholas Connolly, soy americano, tengo veinticinco años y soy agente especial de la Central de Inteligencia Americana —hace una pausa para volver a tragar saliva —. Ser el padre de la iglesia es solo una tapadera para desenmascarar la red de tráfico de menores establecida en el pueblo encabezado por La Serpiente.

Contengo el aliento al imaginarme la magnitud del asunto. Una red de trata de blancas, en especial de menores, es algo bien delicado. Claro, ahora me cuadra la presencia de aquel libro encima de su cama, Nicholas buscaba datos sobre ese tipo de crímenes para tener una mejor base. El nombre de la organización criminal que acaba de mencionar resuena en mi cabeza. Creo haberlo escuchado en algún lugar hace unos cuantos años atrás.

—Por ese motivo no tengo ni puta idea de cómo ser un cura de una iglesia, ni siquiera creo en la existencia de un Dios Todopoderoso. Mis ojos han visto tantos actos inmorales y de violencia que me cuesta creer que un ser poderoso ve todo eso y no haga nada para ponerle fin. Mi objetivo como agente especial es acabar con toda la organización, no puedo dejar uno vivo.

—Dios mío —susurro, comprendiendo el cual será el final de su historia.

Nicholas mantiene la vista clavada en la pared frente a él, aprieta sus puños y suspira para liberar la tensión.

—Aunque me gustaría decirte que mi presencia en este pueblo es mero entretenimiento, no es así. El cardenal podía ofrecerme información muy valiosa para dar con el líder de La Serpiente, pero ya ves como termino antes de abrir la boca del todo.

Se me escapa un sollozo.

— ¿Cómo alguien puede ser capaz de vender a un niño inocente? ¿Y sus padres? —pregunto sin poder creerlo.

—No te asombres, Ana, en este mundo hay muchas personas llenas de maldad. En cuanto a los padres, te sorprenderían las cosas espantosas que le hacen muchos padres a sus hijos. Además, muchos de estos niños son huérfanos que entran al sistema de familias adoptivas y jamás son adoptados.

—No puedo creerlo, no me entra en la cabeza que…

—No le des tantas vueltas, Ana. Es algo que no debería pasar, pero por desgracia es el pan de cada día. El gobierno lucha intensamente por acabar con este tipo de organizaciones, pero por mucho que se haga, es imposible salvarlos a todos.

Llevo mi puño a la boca para intentar no vomitar. Aunque en la cárcel vi cosas espantosas, nada se compara con esto. En la cárcel los hijos de las presas son intocables.

—Entonces… eres una especie de justiciero —no es una maldita pregunta.

—Algo así. Acabo con la escoria de la sociedad y me pagan por ello. La justicia en ocasiones es muy lenta, pero para eso estoy yo, para acelerar el proceso. Ya sabes, el ojo por ojo de toda la vida —explica centrando su mirada en mí.

Pensamientos impuros (Libro 1)Where stories live. Discover now