Capítulo 4: confianzas impotentes.

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Lo mejor fue que no intercambiaron ni una sola palabra. Él se marchó por la puerta y ella subió escaleras arriba.

Y yo me quedé perpleja durante el resto del día.

Vi que mi madre atravesaba la puerta de la cafetería y me buscaba con la mirada. Llevaba su bata blanca, bordada con su nombre en su esquina superior izquierda. También llevaba unos tacones demasiado altos como para ser cirujana y encontrarse en un hospital, pero nunca se lo cuestioné. Al ser tan bajita, ella tenía tendencia a subirse a aquellos andamios llamados Manolo.

El chico misterioso, Jackson se llamaba, desapareció de mi cabeza en cuanto los ojos verdes de la doctora Breaker me ordenaron que la siguiera.

Me levanté y corrí hasta la puerta, justo donde ella se encontraba.

-        Buenas tardes doctora – dije con una sonrisa pícara.

Mi madre pasó su mano por mi cabeza y me revolvió el pelo.

-        Hola – dijo ella con su natural y exasperante tono autoritario -. Acompáñame.

Nunca, nunca, nunca trabajéis con vuestra madre.

Y menos si vuestra madre es como la mía. Puede llegar a ser la peor de las jefas, porque además de no pagarte ninguna clase de sueldo (excepto con su amor de madre), te pone espinacas para cenar si te portas mal.

Me pegué a ella como su rémora y la perseguí por los interminables corredores de aquel edificio. Recuerdo que pasamos por el departamento de radiología y por el de anatomía patológica, giramos y nos encontramos con el sector de los sindicatos – mi madre hizo un particular gesto de asco que no comprendí bien en aquel momento – y bajamos por unas escaleras hasta llegar al departamento de hospitalización, donde estaban los pacientes ingresados. Reconocí el color azul de las paredes de la primera planta y logré ubicarme durante un momento.

Finalmente mi madre se detuvo frente a una puerta, sacó una llave del bolsillo superior de su bata y abrió.

-        Éste es mi despacho – proclamó con orgullo.

Le faltó poco para sacar un banderín rojo y clavarlo en el suelo, para marcar su territorio.

Me pregunté si la competitividad de mi madre le venía por naturaleza propia o se la habrían inculcado durante la carrera universitaria.

Entramos dentro y cerré la puerta tras de mí. Ella abrió un pequeño armario que había justo detrás de su mesa y extrajo una bata, la que me llevaba prestando toda la semana.

Me quité el jersey rojo de cuello alto que llevaba y me quedé sólo con una camiseta de manga corta negra bajo la bata.

Después observé mis zapatillas deportivas y las comparé con los tacones de mi madre. Fruncí el entrecejo.

Iba a tener que vestirme como si fuera el día de Acción de Gracias para acompañarla al hospital sin desentonar a su lado.

Mientras ella organizaba algunos papeles que había amontonados sobre su escritorio, yo me recogí el pelo en una larga trenza que caía por mi lado izquierdo.

Dejó entonces caer un grueso bulto sobre la mesa haciendo mucho ruido.

Me sobresalté y me giré hacia ella.

-        Ya está. Vámonos. Hoy te voy a dejar en una consulta de urología con uno de mis compañeros.

Enarqué ambas cejas y fruncí los labios.

Becca Breaker(I): Contigo © Cristina González 2013/También disponible en Amazon.Where stories live. Discover now