capítulo 23.

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La sala de la casa era igual de primorosa que su exterior, llena de adornos y plantas en un aspecto demasiado extraño para su dueño. Seungmin recorrió con la mirada los cuadros pintados y sobre las mesas decorativas estaban algunos juguetes regados. Sonrió al tomar uno, un camión de bomberos, a él también le gustaban esos juguetes cuando era niño, aunque su familia le parecía más entretenido que tomase clases de francés. Entonces recordó al pequeño niño que ahora debía estar en la planta alta conversando con su padre. La espera hasta que el hombre bajara lo estaba matando y le costaba recomponerse. Dejó el juguete en el lugar donde lo encontró y se irguió con nerviosismo. Escuchó, entonces, las ágiles pisadas de una pequeña persona.

-... H-hola -saludó el niño frente a él.

- Hola.

Él mismo estaba tan nervioso como el menor.

- ¿Eres Seungmin?

- Sí, ¿cómo te llamas?

- Lee Junseo.

- Es un gusto conocerte.

El niño lo miraba bajo una escrutadora mirada, analizando cada uno de los nerviosos movimientos de Seungmin, decidiendo si podía o no confiar en el hombre. Su padre le dijo hace algunos minutos que se trataba de un amigo de hace años, un hombre maravilloso a quien quería mucho, y un millar de cosas más que para un niño de seis años era difícil de comprender.

- Junseo -llamó Minho, bajando por las escaleras, demasiado nervioso por ver a Seungmin-, te dije que esperaras arriba.

- Quería conocer a tu amigo.

- Tranquilo, Minho, no ha hecho nada malo -dijo Seungmin, saliendo en defensa de Junseo-. Tienes un hijo encantador.

-... Lo sé. Sin embargo, debemos hablar a solas.

- Tal vez eso pueda esperar -sugirió, embelesado jugando con las pequeñas manos del infante.

Minho contuvo un jadeo. Seungmin lucía encantador junto a Junseo. La imagen tan cariñosa le hizo añorar verla por el resto de su vida, aunque él bien sabía que no había la posibilidad de ello. Por sus errores pasados, por cuánto lo había estropeado todo en el presente no tenía esa opción y en el futuro nunca obtendría esa imagen.

- ¿Quieres ver mis juguetes? -invitó el niño y Seungmin se derritió por la dulzura.

Subieron hasta la segunda planta e ingresaron a la tercera habitación cuya puerta caoba tenía una placa con el nombre de su ocupante. Dentro, una cama amplia cubierta por edredones con figuras de Mario Bros, y la misma temática la tenía la recámara con juguetes bien organizados en gavetas blancas. Minho los siguió de cerca y permaneció parado en el umbral viendo a su hijo y a Seungmin jugar. Pensó en unírseles, pero quizás eso a Seungmin no le agradara. Estaba equivocado.

- Ven, Minho, necesitamos otro jugador -invitó Seungmin.

Esas simples palabras marcaron un día confusamente placentero. Jugaron con el niño y sus juguetes. Minho era Koopa, el malvado enemigo de Mario, aka Junseo, y, para infortunio de Seungmin, él representaba a la Princesa Peach. Jugaron a carreras por toda la casa, rodando por el pasto verde del jardín y cerca de la alberca. Y cuando el cansancio los dominó, Seungmin se postuló para cocinar su almuerzo, un menú sencillo que el niño adoró.

Y Minho sólo podía pensar:

"¿Qué estás haciendo? Tan cerca y aun así te marcharás. ¿Qué haré entonces? Años me tomó acostumbrarme a tu ausencia y ahora que vuelves..., mi enfermo corazón te desea una vez más".

Durante la tarde, salieron a pasear al centro populoso de Seúl; recorrieron aquellas calles donde los puestos callejeros abundaban y que Seungmin tanto extrañaba. La comida de aquellos carritos fue siempre su favorita, especialmente luego de salir de su clandestino trabajo como bailarín. Los tres caminando por Seúl parecía demasiado como una familia. Minho y Seungmin sabían eso y aun cuando sus corazones advertían una catástrofe, no hicieron el menor caso.

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