1.- Alumno puntual

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La rutina matutina de Kalego era plena. Estaba tan perfectamente ensayada que le resultaba hasta terapéutica. Levantarse de la cama, prepararse con tiempo para las clases y hacer un informe breve sobre su vida a su querido hermano mayor, casi siempre durante la primera comida. Como en un sueño, esta secuencia lo relajaba. Y esa última escena era su favorita.

Narnia se alistaba casi a la misma hora que él, entonces coincidían por un breve período de tiempo antes de los deberes comunes. Se pedían "informes" mutuamente. —¿Ya terminaste de leer lo que te presté, Kalego?

Su hermano asentía. —Anoche. Pensé que nuestra Madre te lo había dicho...

—Hmm, los dos hemos estado muy ocupados como para hablar —reía en su tonito particular, cortés y confiable—, pero en realidad ya lo tenía supuesto. Eres un excelente estudiante.

—¿Y la Guardia? ¿La policía no es mejor? En cuanto a disciplina.

La voz de Narnia pausaba. Hacía parecer que estaba fingiendo dudar de su respuesta, pero su cualidad seria le recuperaba la importancia. —Sí, es mejor. Es impecable. Pero tiene sentido que los demonios lo duden, al final es este inframundo desastroso lo que la opaca...

Kalego continuaba acomodándose el manto del uniforme. Ambos permanecían rectos en silencio, sintiéndose ya más centrados en prepararse. Aunque el hermano más joven se había llevado una impresión un poco intrigada por la severidad del otro.

Pero eso también era de admirar. Para él, Narnia era la imagen perfecta de un guardián.

Y a pesar de ser alcanzable, algo la hacía sentir muy, muy lejana.

—¿Y cómo te ha ido en la escuela?

Algunas de sus preguntas lo paralizaban.

—¿Hm?

Cerraba la maleta con lentitud mientras pensaba en qué decir. Narnia no lo esperaba, obviamente, si había entendido que no lo escuchaba. —Te pregunto, ¿cómo te ha ido en la escuela? ¿Todo bien?

—Por supuesto... —hablaba casi para sí mismo—. He estado hablando con el catedrático acerca del proceso para convertirme en maestro en el futuro, dice que puede recibirme sin problemas. Y dice estar bastante orgulloso de nuestra familia. Como cualquiera esperaría.

El hombre a su lado le sonreía silenciosamente. Primero con ternura, luego expectante.

—Sé que estás haciendo tu trabajo perfectamente. Pero no me refería solamente al deber del clan. Dime cómo te sientes tú.

Kalego maldecía en silencio, «¿tan obvio es mi comportamiento?».

—Bien. No ha pasado mucho desde que ascendí a cuarto rango. No te preocupes.

—Kalego...

Una mano fría se apoyaba en su hombro y él la seguía hasta mirar al hombre controlándola. No tenía ninguna sonrisa. Los ojos profundos que lo cuidaban lo veían con curiosidad, un poquito incrédulos, como si estuvieran por interrogarlo. Pero Kalego sabía mantenerse firme y sostenía esa mirada hasta que las pupilas ajenas se rendían.

Narnia sospechaba que su hermano le escondía algo. Y también veía que no tenía sentido acorralarlo en ese momento, pues no le iba a contar nada. Eso le bastaba para dejarlo ser.

—Sé que has estado esforzándote mucho, así que pensé que estarías cansado. Pero parece que estás bien. Perdona mi preocupación.

—Quizás eres tú quien está cansado.

Callaba más por sorpresa que por darle la razón. Pronto retornaba a su sonrisita cortés, acariciando el oscuro cabello de su hermano menor con ganas de enredárselo.

—¡Bien! ¡No es cierto, pero es una buena observación! En verdad me inspiras confianza —después de la sacudida, la mano desesperada de Kalego lo detenía y él elegía alejarse sonriendo—. Aun así, cuenta conmigo para lo que sea.

—No hagas eso con mi cabello...

—Perdón. Pero te aseguro que no hay mucha diferencia si lo arreglas o no.

Kalego le mostraba una ligerísima sonrisa cerrada. Miraba al reloj en lo alto de la pared, agarrando con fuerza su maleta, dominado a discreción por los nervios que se estaba tragando. —Me iré ahora... —anticipaba su respuesta a la mirada de Narnia—. Puedo llegar solo.

—Ahw, está bien. Sigue tan excelente como siempre, Kalego.

Bajaba la cabeza en señal de respeto, le deseaba suerte en el trabajo y escapaba. Entonces se dirigía más tranquilamente al pasillo y se rascaba el cuello para despejar los nervios.

Aferrándose a sus libros y extendiendo las alas, ahí iniciaba su vuelo hacia el instituto. Su rostro era tan estricto y su mirada tan oscura como siempre.

Mientras sus manos se derretían de nervios.

Narnia no sabía absolutamente nada de su problema. Sospechaba, sí, pero no sabía nada; Kalego estaba haciendo todo lo posible por impedirle descubrir su error. Escondía lo que realmente había sucedido cuando volvió a su hogar con el estómago contraído de un golpe. Su contrato. Su senpai. Opera.

Tenía dos meses y medio conviviendo con Opera bajo el contrato mágico. Estaba más o menos acostumbrado al estúpido rumor sobre que él y Shichiro eran parte de su pandilla, resignado a cargar maletas ajenas, e inmune a todo aquel que se burlara de su situación, porque la mayoría estaba ya en el hospital. Pero claro que le seguía siendo complicado el adecuarse a una personalidad tan intensa como la de Opera.

El sadismo, los sorprendentemente lindos modales, la fuerza física absurda y demás. Le eran desconocidas todas las razones de su forma de ser y era imposible buscarlas. No importaba si en el fondo quería hacerlo.

Además tenía otra pregunta: ¿cómo hacía Shichiro para formar un compañerismo con su senpai? Kalego era incapaz de confiar en que algún día su relación se convertiría en algo similar a la que tenían ellos. Eran muy vagos los motivos por los cuales parecían llevarse bien.

Prefería no hacer teorías al respecto, dejarlo todo así aunque le molestara. Por lo menos la presión del viaje lo ayudaba a llegar puntual a clase. Extremadamente puntual. Tal vez veinte minutos muy temprano.

Pero malamente le sobraba tiempo para ahogarse en sus pensamientos y regresaba a Opera. Llevaba algunos días sin verle, aunque sabía que con Shichiro sí que había aparecido. Eso también lo angustiaba ilógicamente. Sentía que tenían una especie de conversación pendiente que estaban evitando y era raro lo que recordaba de su líder, como si hubiesen hablado a medias la última vez.

Pensaba en un par de semanas sin golpes o empujones, una semana donde Opera le había invitado comida de excelente gusto, y un viernes de encontrarse en soledad. Una tarde de privacidad para los dos. Una voz suave diciéndole que el mantito de la escuela le quedaba muy bien.

—Qué demonios... le pasa...

Kalego hundía la cara en sus propios brazos, tirado sobre la mesa de su asiento hasta que el profesor se dignara a entrar en el aula.

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⏰ Last updated: Dec 16, 2023 ⏰

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Bite - KaleraWhere stories live. Discover now