Capítulo I

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Café des Deux Moulins, 10 de septiembre de 2021.

Siempre me ha parecido ridículo tener que pedir perdón. Al menos así he pensado desde que el sufrimiento entró en mi corazón. Por mí, David se hubiese quedado desnudo ante mis ojos. No debí descubrir sus sábanas, reconozco que no fue sensato recostarme al lado de su sueño, pero nunca me arrepentiré. Cada día el pasaba semidesnudo de la ducha a la cama. ¿No fue acaso una provocación? Solo quería dejar al mundo lejos por unas horas. Olvidar los turnos de guardia en el hospital. Quedar colgando en sus rudos brazos.

Estaba tan aturdida e intranquila como jamás lo hubiese imaginado. Una parte de mí quería seguir acariciando su tatuado pecho y que no despertara, mientras que por otro lado deseaba que sus ojos me vieran y dulcemente me embistiera como tantas veces lo había imaginado. Tal vez sea algo que llegamos a conocer mayormente las enfermeras, pero seguro tú también has tenido alguna fantasía con esos doctores musculosos de TikTok. E incluso es probable que hayas visto vídeos que son precisamente de David. Pero bueno, ya sabes, terminas imaginando cosas como estar follando en cuatro y que te pase su esteto por tu espalda desnuda como esculpiéndote los pulmones mientras que en vez de toser empiezas a gemir.

¿Cómo hubiera imaginado que reaccionaría con una mirada de desprecio? Ingrato. Volvería a ese momento solamente para arrancarle el corazón y quemarlo dentro mío.

―¿Qué haces? ―preguntó con ese tono de sapo estéril que tienen los hombres estúpidos.

―Perdóname ―le respondí―, estoy cansada. ¿Podemos compartir la cama?

Se levantó de repente y casi caí al suelo. Tantas cosas él dijo que ya todas las he olvidado, pero me quedó claro para siempre que no debo pedirles perdón a hombres estúpidos, que si estoy enamorada no tengo por qué dar explicaciones.

Habló sobre no sé qué de la hora. Se fue como si nada después de maltratarme. Estuve pensando por unos segundos. No los suficientes para alejarme de él. Creí que era mi culpa, que no sabía cómo se ha de querer. Quise buscarlo y explicarle que me encontraba algo enferma. «Hay algo en mí, no sé qué es ni qué necesita, pero te llama sin razón». Una y otra vez me lo repetía a mí misma. Sonaba tan bien. Me fue imposible pensar que esas frases casi nunca resultan, que era mejor insultarle por tan cobarde.

Me apresuré hacia el pasillo del hospital con la vergonzosa frase en la cabeza, pero me detuve un tiempo. No te preocupes, no había más doctores musculosos como David. Una pena. ¿Verdad? Mi atención la destiné a unos cuadros muy curiosos que había cerca de la consulta de guardia. Más allá de la puerta entreabierta a esa sala, David se vestía para comenzar su turno. Pero justo delante de mí había algo mucho más interesante. Los lienzos demostraban un talento increíble, aunque se notaba que eran simples divagaciones. Algunos incluso los recuerdo como una representación perfecta de la ansiedad, el fracaso frente a la creación en blanco. Vamos, estoy contándote mi vida y no lo hago nada mal. Un poco de sensibilidad artística debo tener.

Eran pequeños así que decidí tomar uno que pareciese terminado y revisar si poseía la firma. Tuve suerte. No recuerdo cómo era el garabato de la artista; lo fotografié y busqué en Internet de quién se trataba. Resultó ser una chica de mi edad. Aunque aún cursaba artes plásticas, ya la crítica dedicaba reseñas a sus obras. Leía la información cuando escuché un portazo que provenía de la consulta de guardia. Volvió todo a mi mente. Me consumieron las emociones y una preocupación sobre qué podía estarle sucediendo a David.

Cuando entré a la sala me sumergí en un instinto casi asesino. Los celos me mataban. Con razón necesité forzar la puerta. La artista y David parecían estatuas griegas a punto de mutilarse sexualmente. Sí, era ella. Tenía toda seguridad. También debo reconocer que si hubiese podido convertir mi cabello en un manojo de serpientes allí mismo los hubiera petrificado. Y algo así sucedió. Aún con el pequeño cuadro en una mano, miraba a ambos mientras que ellos no atendían mi presencia. Ni siquiera pretendieron moverse.

Alma en Pena Where stories live. Discover now