Capítulo 8

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A la mañana siguiente, aún seguían abrazados.

Cuando Ciara despertó, no pudo dejar de notar que Charlie ya no estaba a su lado. No debía haberse ido hacía mucho porque su lado de la cama aún conservaba su forma.

Ciara estaba muy confundida, no sabía el por qué, pero siempre que estaba con Charlie era como si estuviese en otro lugar y no en la escuela. Se sentía segura, confiada, podía hacer lo que quisiese sin sentirse en ningún momento juzgada por las personas a su alrededor, y esa era una sensación que hacía mucho que no tenía.

Ella había crecido bajo la creencia de que tenía que parecerse a su hermano Chet en todo lo que él hacía, y era un ejemplo muy complicado de seguir: capitán del equipo de fútbol de su escuela, popular, guapo, era amigo de todo el mundo... Lo único en lo que Ciara le superaba era en el ámbito académico, y ya se le había demostrado a lo largo de su corta vida que la inteligencia y el conocimiento eran inútiles para una mujer si esta carecía de otras cualidades más superfluas como la belleza o los buenos modos.

Con Charlie todas esas ideas desaparecían, pero Ciara no llegaba a comprender el motivo. No sabía lo que sentía por el muchacho, ni si él sentiría lo mismo. ¿Y si, en realidad, se sentía así porque finalmente había encontrado un grupo de amigos? ¿La vería Charlie de la misma manera, como una amiga? Las cavilaciones de Ciara se vieron interrumpidas por el sonido del timbre: llegaba tarde a su clase de literatura. Rápidamente, se vistió y bajó las escaleras que le llevaban a su aula, chocando, para su mala suerte, con Meeks, salía en ese momento por la puerta.

"Wow. ¿Estás bien?" le preguntó, sorprendido por las prisas de su amiga

"Sí, sí" contestó ella apresurada. "Me quedé dormida, y no quería llegar tarde"

"Tranquila, aún no hemos empezado. Además, el señor Keating nos ha dicho que nos espera en los jardines"

"¿Los jardines? ¿Y eso por qué?"

"Ni idea, pero dice que nuestra clase de hoy va a ser ahí. Ven"

Dicho esto, Meeks tomó la mano de una aún cansada Ciara, y la guio hasta los jardines donde el resto de sus compañeros y su profesor les esperaba.

"Señorita Damburry" comentó el señor Keating. "Ya extrañábamos su presencia. ¿Todo bien?"

"Sí señor, todo bien" contestó ella mientras se ponía junto a sus compañeros.

Keating distribuyó unas hojas de papel entre los alumnos y luego corrió a colocar una pelota a una decena de metros del muchacho que encabezaba la fila.

El señor McAllister, que pasaba por el borde del terreno de juego en dirección a la biblioteca, oyó a Keating dar estas instrucciones y se acercó, curioso, a observar la escena.

"Bien, ahora les toca a ustedes jugar" dijo Keating.

El primer chico dio un paso adelante y leyó en voz alta: "¡Oh, luchar contra vientos y mareas, hacer frente al enemigo con el corazón de bronce!"

El adolescente corrió y golpeó con el pie el balón que pasó junto a la caja.

"No importa, Johnson. Es el gesto lo que cuenta"

Cuando Keating hubo colocado el segundo balón ante la fila, volvió atrás y abrió la tapa de la caja mágica, que resultó ser una gramola portátil. Levantó el brazo del aparato entre el pulgar y el índice y colocó con delicadeza la aguja en el primer surco. Primero se oyeron unas crepitaciones y luego una orquesta sinfónica atacó a todo volumen el Himno de la alegría.

"¡Ritmo señores, ese es el secreto!" gritó Keating, quitándose la chaqueta. "¡Vamos, el siguiente!"

"¡Estar solo entre todos y sentir las fronteras de la resistencia!" declamó Knox, lanzándose a golpear la pelota con todas sus fuerzas.

A continuación, le tocó el turno a Meeks.

"Contemplar la adversidad sin pestañear, y la tortura, y el calabozo, y la vindicta popular"

"Ser por fin un dios" aulló Charlie, haciendo reír a todos sus compañeros

"Mi mente es un desastre del que no puedo escapar" leyó Ciara, y golpeó el balón lo más fuerte que pudo.

Los chicos siguieron con el ejercicio hasta que la campana que indicaba el final de la lección sonó, haciendo que todos los alumnos se apresuraran a regresar a sus dormitorios para ducharse y cambiarse antes de la cena.

A la mañana siguiente, de vuelta en clase de literatura, Knox Overstreet fue el primero en leer el poema que había compuesto.

"Para Chris
Dulzura de sus ojos zafiro
reflejos de su cabello de oro
mi corazón sucumbe a su imperio
feliz de saber que ella...
que ella respira"

Knox bajó su hoja de papel.

"Lo siento, Capitán" dijo, volviéndose lastimosamente a su pupitre. "Resulta verdaderamente idiota"

"No, al contrario señor Overstreet. Lo que el señor Overstreet acaba de poner de manifiesto" siguió Keating dirigiéndose a toda la clase, "es de una importancia capital: en poesía, como en cualquier empresa, consagren todo su ardor a las cosas esenciales de la vida; al amor, la belleza, la verdad, la justicia." 

Caminaba entre ellos a largas zancadas, volviendo la cabeza a una y otra fila.

"Y no limiten la poesía sólo al lenguaje. La poesía está presente en la música, en la fotografía, incluso en el arte culinario; dondequiera que se trata de penetrar la opacidad de las cosas para hacer que brote su esencia ante nuestros ojos. Dondequiera que algo esté en juego, ahí se produce la revelación del mundo. La poesía puede estar oculta en los objetos o las acciones más cotidianas, pero nunca, nunca debe ser común. Escriban un poema sobre el color del cielo, sobre la sonrisa de una muchacha si les apetece, o de un muchacho... Pero que se sienta en sus versos el día de la Creación, el Juicio Final y la eternidad."

El silencio llenó el aula, y todos los alumnos observaban expectantes al profesor.

"Señorita Damburry, en pie. Es su turno"

Ciara se levantó lentamente de su mesa, notaba como sus manos temblaban. Se aproximó a la parte delantera de la clase, todos la miraban, aunque algunos lo hacían más ávidamente que los demás.

Se aclaró la garganta y comenzó a leer su obra:

"No sé si soy lo suficientemente guapa para que me quieras,
lo suficientemente lista para que me respetes,
lo suficientemente buena para que me aprecies y me quieras cerca.

No sé si este es mi sitio o si estoy ocupando el puesto de otro,
si realmente merezco estar aquí tanto como los demás
o si solo soy un extra, algo de relleno.

Me gustaría aclarar mi cabeza, ordenar mis ideas,
pero todo se me hace cuesta arriba.

Si supiera que cuento con tu apoyo, todo sería más fácil,
pero tú nunca me verás de esa manera,
y esa idea me carcome y me supera"

Cualquier atisbo de murmullo cesó en cuanto la chica comenzó a hablar, su voz tenía algo que cautivaba a cualquiera que le estuviese escuchando, y su poema era claro en cuanto a los sentimientos de la autora, tan solo quedaba aclarar de quién estaba hablando, aunque eso algunos de sus compañeros también lo sabían.

Ciara Damburry (La sociedad de los poetas muertos)Where stories live. Discover now