Capitulo 35: Resultados

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El sol ya se había puesto cuento los oí. Estaba sentada sobre mis tobillos cuando oí a Felipe y Joey llegar cerca de mí. No me moví.

—¿Qué demonios? —jadeo Joey y se detuvo, lo supe porque Felipe llegó a mi lado y tomó mi rostro para que lo mirara.

No me dijo nada, solo me observó.

—Lo maté —susurré.

Él asintió y me agarró de los brazos para ponerme de pie. Me apoyó contra él y cerré los ojos.

—Vamos al auto —dijo Joey, no lo podía mirar. Estaba tan avergonzada.

Felipe me guio, me mantuvo cerca de su pecho en todo momento y luego me empujó para que me sentara. Abrí los ojos y noté que estábamos en la casa, en las escaleras de entrada.

Lo miré.

—Joey fue por el auto —murmuró y se sentó a mi lado.

Solo miré al frente.

—Yo... no... nunca...—. No sabía que decir.

Él no dijo nada.

Cuando Joey regresó, Felipe tomó una botella de agua y se acercó a mí, me hizo estirar las manos y dejó caer el líquido sobre mis brazos. Luego de limpiarme ambos observamos las heridas, no muy grandes, que tenía. Habían dejado de sangrar.

Luego de vendarlas limpio mi rostro y puso un parche delgado.

Observé de reojo a Joey hablar por teléfono, al acabar me miró y bajé la mirada enseguida.

Tenía vergüenza de todo, de mi misma, de ser quien era y de lo que había hecho.

Lo escuché suspirar y caminó hacia mí, se sentó a un lado  y Felipe al otro.

Ninguno dijo nada por varios segundos.

—Hiciste el trabajo —dijo Joey—, no te avergüences de eso.

Me estremecí y cubrí mi rosto con mis manos.

—Jamás...—trague, tenía el estómago revuelto —había matado a alguien, y ahora —dejé de cubrir mi rostro—, resulta que maté a mi mejor amigo en un examen y a otro le aplasté la cabeza con una roca—. Me reí unos segundos sin poder creerlo—. Esto es... un asco.

Me puse de pie y caminé de un lado a otro, como si estuviera encerrada dentro de una jaula pero en verdad lo estaba dentro de mí.

—Ese chico —dijo Joey, lo miré un segundo—, ¿era tu mejor amigo?

Asentí y seguí caminando. Mientras lo hacía me di cuenta de que me acariciaba el cabello, luego el cuello y las manos, de ida y vuelta, una y otra vez.

—Yamiko —dijo Felipe—, dejes relatarte.

—No puedo —jadee.

—Deberás hacerlo —dijo y lo miré molesta.

—¿Cómo lo hago? —gruñí—, ¿cómo me saco de aquí —toque mi cabeza con un dedo —lo que he hecho?, he asesinado a una persona, y me importa una mierda quien haya sido —dije antes de que Joey hablara—, seguía siendo una persona a pesar de todo y lo maté como si fuera un gusano.

Retomé mi caminata.

—Él eligió su camino como tú el tuyo —dijo Felipe, no puede evitar soltar una carcajada.

—¿Tú crees?—. Lo miré—. ¿En verdad crees que él eligió ser un hombre lobo?

—¿Y en verdad crees tú que no eligió matar a todas esas personas?—. Se puso de pie—. En verdad sientes lástima por un hombre que destruyo familias completas, sin importarle lo más mínimo.

Negué con mi cabeza y me alejé de él.

—Porque te aseguro que no es así, nadie obliga a otro a ser un asesino.

—No —susurré.

Yo era la prueba de eso, me había convertido en una luego de pensar que todo esto era el camino más fácil.

—Entonces deja de sentirte miserable por alguien que no merece el más mínimo respeto.

—Todos merecen respeto —susurré, me miró y trague al ver la frialdad en sus ojos.

—No él, ni ninguno que se le parezca.

—Tú no entiendes.

Se acercó a mí.

—¿Qué no entiendo? —gruñó.

¿Por qué esta tan molesto?, me pregunté.

—Mira lo que he hecho —me apunté—. Eso me vuelve un monstruo, todo esto me hace igual a ese hombre que tanto desprecias, ¿cuál es la diferencia entre él y yo?

—Que tú haces lo correcto.

—Asesinar no es correcto.

—¿Y dejarlo vivir si? —soltó, estaba a un paso de mi—. ¿Qué pensabas que sería esto, Yamiko? Flores y mariposas, conversaciones agradables donde le pediríamos amablemente que se entregara, donde él nos explicaría porque asesino a todas esas personas, donde nosotros nos sentiríamos tristes por él.

No supe que decir.

—Debes tomar un decisión —dijo, esperé—. Aceptas lo que eres y las consecuencia de eso, o dejas que te maten.

Tomé aire al oírlo y luego lo liberé lentamente.

Mientras observaba sus ojos verdes unos segundos, vacíos y cansados, escuchamos un automóvil acercarse, él arrugo su frente y miró detrás de mí, luego a Joey que también tenía la frente fruncida.

—¿Qué? —pregunté y me giré.

Los imité al ver que no era solo un automóvil, sino dos seguidos de la típica camioneta que recogía a los prisioneros, o los cuerpos de estos, si venia al caso.

Cuatro hombres bajaron de cada automóvil más tres de la camioneta, se acercaron a nosotros y nos observaron a los tres, sobre todo a mí que estaba llena de sangre.

—¿Dónde está? —preguntó él que se veía más viejo y vestía de negro.

—Cerca de la playa —dijo Felipe—, los llevaré.

Sin más se giró y los hombres lo siguieron, excepto el que habló. Este se acercó a nosotros con las manos en los bolsillos de su pantalón.

—Explíquenme como detuvieron a uno de los hombres lobo más buscado.

Miré a Joey y suspiré.

—Por qué no le explicas tú, yo quiero cambiarme—. Apunté su auto.

—Claro —dijo él y me alejé.

No hablaron hasta que entre en la casa y me movió hacia una habitación en el segundo piso. Luego de cambiarme me moví por la casa sin pesarlo en verdad. Solo llegué al tercer piso, que ni siquiera había visto antes, y observé la única puerta abierta. Cuando llegué cerca me detuve al ver la habitación.

Había una cama pequeña en un lado, está aún tenía su colcha rosa, vieja y roída. Los dibujos de princesas y mariposas aún estaban es las paredes, como los peluches en los muebles alrededor. Parecía, que a diferencia del resto de la casa, por aquí no había pasado el tornado destruyendo todo.

Ingresé en la habitación y me senté en la silla cerca de la cama. La observé unos segundos antes de apoyar mis codos sobre las rodillas y entrelazar mis dedos.

Amadeus dijo que no lo había hecho, que lo culparon a propósito luego de que cambiara, que habían querido atraparlo a él pero al no poder fueron por su familia, que el consejo lo había condenado sin tener culpa.

¿Qué tan ciertas eran sus palabras?, todas ellas, incluso las que me había dicho antes de morir.

¿Y si decía la verdad?, eso quería decir que algo estaba mal conmigo, muy mal.

Estuve un rato meditando hasta que escuché pasos acercarse, un segundo después apareció el hombre en la puerta, este me observó e ingresó al cuarto. Tomó una silla y se sentó a un metro de mí.

—Tenemos que hablar —soltó y casi me pareció una amenaza.

Los Cazadores 1: GemelasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora