Queridos ocupantes

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Queridos ocupantes:

He tratado de hacer esto de muchas formas, pero nada parece funcionar. Cuando lo escribo en el polvo, ustedes voltean a otro lado; si susurro en la noche, se tapan las oídos. Han resuelto mil maneras distintas de ignorarme, casi tantas como yo he tratado de inventar para que, por un segundo, vean a través de la transparencia y noten que siempre he estado aquí. Sé que no son ciegos ni sordos, que sienten el frío cuando paso a su lado acariciando sus brazos; yo, a diferencia de ustedes, sí veo cómo su piel se eriza ante el más suave de mis suspiros. Pero han aceptado la locura con total normalidad, más fácilmente de lo que consentirían una verdad que no les gusta.

Así que este es mi último recurso, el intento definitivo de que sea reconocida mi existencia como algo más que el producto de una mente cansada. Sé que a ustedes les agradan las cartas, a mí me gustaban cuando estaba de su lado, mucho antes de que aparecieran por aquí.

No tengo nombre, o quizá lo tuve alguna vez, pero en este lugar es fácil olvidarse de las cosas que nos dieron identidad cuando aún caminábamos sobre la tierra. ¿Alguien les contó que vivíamos hasta que éramos olvidados? Yo lo creí un tiempo, pero después me di cuenta que no. Tal vez, en algún lugar, aún exista alguien que guarde una foto en su cajón o una sonrisa en su memoria; fui yo el primero que enterró los recuerdos de todos los que conocí alguna vez, comenzando por mí. De este lado, el sol es negro; uno no se da cuenta de cuándo cambia su lugar con la luna. Repetimos todo el día, todos los días, una eternidad tras otra la misma rutina. Los mismos pasillos, tapices que cambian los ocupantes, pero en mi memoria se ven igual. Madera roída, moho en el techo. En el pecho. Aquí sientes cómo tus huesos se pudren de a poquito, a los gusanos comiéndose tu carne incluso cuando llevas tanto tiempo siendo ceniza.

Como podrán intuir, estar de este lado puede ser solitario. Si ustedes creen que la locura les lame las plantas de los pies cuando la desesperación los supera, imaginen un instante el silencio de la muerte. Gritar y que nadie te escuche. Andar por la casa que fue tuya y que los ocupantes te traten como si tú fueras el intruso.

Pienso que pueden intuir a dónde voy.
Lo único que quiero es una tregua. Yo, a diferencia de ustedes, no busco echarlos ni siquiera cuando esta casa la levanté yo, con todos los años de trabajo de una vida que ya no recuerdo. Pueden quedarse. A cambio solo pido reconocimiento. Véanme a los ojos cuando saben que estoy ahí, dejen un vaso de leche al irse a dormir; tengo tanta sed, por eso abro los cajones y las llaves. A veces todo lo que quiero es un último traguito de café. Ya no voy a golpear las paredes ni a gritar mientras duermen; no jalaré los pies de sus hijos, ni dibujaré figuritas en el vaho del espejo cuando se bañan con el agua caliente que yo tanto extraño. Aquí siempre hace frío.
Trátenme una vez más como humano antes de que deba aceptar que, de ahora para la eternidad, lo único que me queda es ser fantasma.

Atentamente,
la sombra del pasillo.

Mientras sigo aquíDonde viven las historias. Descúbrelo ahora