Capítulo 1: "Ojos verdes"

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Toma de un trago su té casi frío, la desagradable temperatura en la bebida junto con la última lectura ocasionó que el hambre se esfumara; cruza la mesa para plantar un beso en la cabellera rojiza de su amada. Cuando sube de regreso al segundo piso el llanto de su pequeño recién nacido retumba, se asoma a la habitación encontrándose con una mucama quien está cambiando el pañal de algodón del pequeñín.

Después de una ducha peina su cabello hacia atrás en un esmerado tupé combinando perfectamente con el elegante traje burgués color negro y la camisa con holanes de cuello alto color blanco. Al bajar las escaleras, busca despedirse de su consorte, pero la observa ocupada amamantando al pequeño; decide salir de la residencia sin más; en las afueras el chofer ya tiene la puerta abierta de su lujoso e innovador Essex, el primer vehículo con habitáculo completamente cerrado de la compañía automotriz Hudson.

Perfecto para combatir cualquier inconveniencia meteorológica.

Al llegar a la Oficina de Guerra lo reciben con miles de cartas y traducciones de telégrafos recién llegados. Los barcos en altamar informan los sucesos de las últimas veinticuatro horas, los aviones del servicio aéreo británico notificaban por la nueva tecnología inalámbrica el monitoreo de las fronteras.

Se sentía agobiado y mezquino al ver las cifras oficiales; cientos de hombres murieron en un ataque en la frontera norte quedando casi sin resguardo alguno introduciendo una nueva invasión. No lo podía creer; cientos de familias, esposas e hijos resultaron abandonados; solo de imaginarse la terrible y melancólica conmoción que llegaría al estar firmando las múltiples cartas notificando el fallecimiento de cada uno le ocasiona una sensación de amargura en la boca; con frustración, se inclina en la silla sacando un puro, uno de los puros de tabaco importado desde Cuba especialmente para él; sus gustos eran refinados y ostentosos.

—Secretario William, tiene visita —habla el portero.

—¿De quién? —pregunta el ojo azul después de expulsar el concentrado humo.

Sin duda el tabaco cubano era una delicia para su paladar.

—El Comandante Cox, encargado de la Fuerza Aérea Base Norte.

Era de imaginarse, después de tantos perdidos en una sola noche, tendría que informar sobre su vulnerable capacidad.

Por la puerta entra un alto y fornido hombre vestido con el singular Feldrock con ribete rojo central, cuello y puños; botones de metal chapeado en oro donde se plasma la Corona Real; de su cuello cuelga la medalla por el mérito, un galardón solo para pilotos que habían participado en más de cinco combates aéreos decisivos para el escuadrón de la Cruz Militar. El castaño recordaba muy bien haber premiado al Comandante Cox; el cinturón de cuero café con una gran hebilla de oro donde fue tallado el Escudo Imperial resaltaba una cintura estrecha a comparación de la fortachona espalda del hombre.

Aquel individuo tan masculino, imponente y cautivador, con la mirada fija en aquellos ojos azules; el hombre hace una pequeña reverencia quitando la gorra que caracteriza a los oficiales aéreos.

—¿Qué sucede? —Pregunta el castaño —, tome asiento, por favor.

El hombre cruza el despacho apartando una de las sillas frente al escritorio, se aclara la garganta y estira su prenda tratando de evitar las arrugas que se forman al sentarse.

—Hubo un desastre en la zona norte.

—Lo sé —asiente el castaño —, murieron miles.

—Necesita abrir una convocatoria nueva, nos quedamos sin hombres, Secretario William.

—Solo William —recalca el ojo azul —, ¿Cuál es tu nombre?

—Edward Cox.

—Edward —repite en un susurro —, ¿Qué clase de convocatoria habla usted?

1919Where stories live. Discover now