—No estoy de luna de miel.

—Claro. —Nil sonríe de manera irónica—. Hola, Violet. Tengo que darte las gracias por haber conseguido domar a la bestia.

Ahora, nuestra amiga gruñe.

—Te voy a tirar el zapato a la cabeza.

Violet se echa a reír.

—¡Pero si Willow es un terrón de azúcar!

—¿Perdona? —pregunto yo, atónita—. Creo que nos hemos confundido de persona...

—Qué va. Es muy dulce y cariñosa. —La animadora observa a su novia y luego nos mira de nuevo a nosotros—. ¿No pensáis lo mismo?

Willow la abraza por la cintura.

—Lo piensan, ¿verdad, chicos?

Cualquiera le niega algo.

Nil y yo asentimos, aunque tenemos que hacer un gran esfuerzo para aguantar la risa.

El baile tiene lugar en el gimnasio del Creek. El conserje es el encargado de recoger las entradas y de ir poniendo un sello en la mano de cada uno de los estudiantes. Es evidente que detesta la tarea, porque no para de quejarse y yo no puedo evitar compadecerle un poquito. Tiene que ser una mierda hacer lo mismo año tras año y no poder bajar la guardia. Vigilar a una panda de adolescentes hormonados tiene que ser una tortura.

Hazel y Paris han llegado antes que nosotros. Los pillamos en mitad de un baile, aunque, cuando nuestra amiga alza la vista y nos ve no duda ni un segundo en echar a correr hacia nosotros. Nos abraza uno a uno, con una efusividad que echaré de menos.

Es nuestra última noche como estudiantes de instituto.

—¡Estáis guapísimos! —grita por encima de la música.

—¡Tú también! —le contesta Willow. Hazel sonríe, orgullosa, y da media vuelta para que apreciemos mejor su vestido.

—Parece que alguien te echa mucho de menos —digo yo. Paris observa a Hazel con tanto anhelo que parece que la chica se ha marchado de su lado hace veinte años en lugar de unos segundos—. Qué mono.

—Pues que se aguante. Violet, ¿me cedes a Willow unos segundos? Vamos a bailar.

La animadora no pone ninguna pega y Hazel nos arrastra a Willow, Nil y a mí al centro de la pista. Está sonando la última canción de Ed Sheeran y ninguno se la sabe, pero no importa. Saltamos y gritamos, con los brazos en alto. Nos movemos y disfrutamos de la música como si estuviera nuestro cantante favorito sobre el escenario en lugar del cutre DJ que ha contratado la dirección del instituto. Y, cuando termina esta canción, también bailamos la siguiente. Lo hacemos hasta que perdemos la noción del tiempo y Hazel se va a buscar a Paris y Willow a Violet y Nil y yo imitamos los movimientos de un robot como si no tuviéramos vergüenza alguna. Y puede que sea verdad; que, por una noche, no me importe lo que piensen los demás de mí. Solo quiero disfrutar de este momento efímero que me gustaría que durara para siempre.

—¿Puedo robarte a la dama por un par de canciones? —pregunta una voz que reconozco muy bien.

Hunter está guapísimo esta noche. A ver, está guapo siempre, pero hoy quita el hipo. No lleva nada elegante; de hecho, ni siquiera se ha molestado en ponerse americana y corbata y lleva unas botas con cordones en lugar de zapatos.

—Eso será si la dama quiere, ¿no? —pregunto yo con su mismo tono burlón.

—Oh, estoy seguro de que se muere de ganas.

—Yo no lo tendría tan claro.

Nil suelta un chasquido de lengua.

—Me tomaré este coqueteo descarado como una señal. No seré yo quien le ponga barreras al amor. —Mi amigo se encoge de hombros con falso desinterés, aunque no tarda en acercarse a mí para susurrarme en el oído una amenaza—. Luego me lo cuentas todo con pelos y señales, eh.

Nunca digas nuncaWhere stories live. Discover now