Capítulo 1: La cazadora de estrellas

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Barcelona, 2023

Alma Orozco acababa de comprobar con decepción que ninguno de los ciento cuarenta y cinco candidatos a revisar, cuyos currículums y fotos yacían en sobres de papel en montoncitos frente a ella, emitía ni una mísera chispa. Auguró un proceso de preselección aburrido, aunque ese mismo día los engranajes del destino la contradirían.

Eran casi las diez de la mañana, y como asistente de representante artístico ella debía preparar la sala de reuniones para el equipo de castings de la agencia de talentos Venus Management. Conectó el proyector portátil con el ordenador, revisó el sistema de sonido, acomodó las veinte sillas de cuero beige a lo largo de la amplia mesa de madera de nogal rectangular de la sala, extendió una tropa de material fungible (folios, post its y bolis) por cada puesto, y ajustó la climatización a unos agradables veintitrés grados, casi como los que hacían afuera en ese mes de mayo.

Cuando abrió la única puerta de la sala, esperando recibir a las empleadas del catering con su carrito lleno de botellas de agua, termos con café caliente y bocatas de jamón y queso para el desayuno, en su lugar se encontró con un hermoso rostro que, aunque afligido, emanaba un suave resplandor que conocía muy bien.

– ¡Alma! – exclamó la dueña de aquel rostro, lanzándose a sus brazos cual niña perdida que recién se reencontraba con su madre en el parque.

– ¿Qué pasa, Lucía?

El intrusivo ruido de múltiples reuniones de pasillo, en las cuales se conspiraban los detalles de decenas de producciones teatrales y audiovisuales a lo largo del territorio español, aturdieron a Alma y no le permitieron entender los sollozos entrecortados de Lucía. Con una voluptuosa figura, piel canela, largos cabellos oscuros y ojos de claro de luna, la exótica joven de diecinueve años era una de las actrices que Alma pretendía ayudar a escalar posiciones en ese mundillo.

– ¿Cómo que qué pasa? ¡Pues que me lo ha hecho otra vez! Borja ha recomendado a Ingrid y no a mí para el casting en Madrid.

Los ojos de cachorro extraviado de Lucía Bendali le partían el alma hasta al más desalmado. Era una lástima que todavía no supiera explotarlos durante sus audiciones. Alma, nueve años mayor y con una personalidad mucho más peleonera, arrugó el ceño y resopló con indignación, haciendo que un flequillo castaño lateral se le moviera unos centímetros hacia la izquierda. El resto de su pelo se mantuvo ordenado en su práctico corte pixie.

<<Me ha mentido. Ese cabrón de Borja me ha mirado a los ojos, me ha dicho que recomendaría a Lucía y me ha mentido>>, pensó.

Era seguro que Borja Zamorano, representante artístico principal de la joven, no creyera meritorio justificarse ante Alma, una simple asistente. Pero esta no le temía. Se enfrentaría a su superior y a su inmenso ego de macho dominante. Si era por Lucía, estaba dispuesta a hacerlo.

La chica le caía bien. Era trabajadora, dulce y, cuando no la traicionaban los nervios, acataba con sorprendente rapidez cualquier indicación del productor o director de turno. Alma no solo la consideraba talentosa (por algo ella tenía las luces) sino también una amiga. Aunque en la agencia reinara entre ellas un tono profesional, por las tardes eran aficionadas a irse juntas a tomar algo en alguno de los tantos bares del barrio El Gòtic, en pleno distrito de Ciutat Vella y a pocos metros del Mercado de La Boquería.

Después de apretarle los hombros a Lucía con ademán consolador y mirarla con sus penetrantes ojos marrones, Alma le prometió que hablaría con Borja más tarde, después de su reunión. Su amiga se pasó una palma desnuda por ambas mejillas procurando no dañar su maquillaje y le agradeció su ayuda, pidiéndole que la llamara cuando se desocupara.

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