<Ni siquiera crees en Dios.

–Ni creía en la puta leyenda esa y ahora estoy así. ¿Importa en qué crea? Me estoy volviendo loco, mi única preocupación debería ser, no sé, acabar la secundaria como el resto, o estudiar una carrera de 5 años en 7 para terminar en un trabajo horrible como todos los adultos dicen... Ya ni siquiera sé si lo que digo tiene sentido, las ideas me dan vueltas, ya no...– ¿Les pasa que cuando hablan con ustedes mismos hablan de verdad? Es decir, estás sentado, mirando al piso, susurrando lo que piensas que es una discusión con tus otros dos yo que aparecieron tras un jodido trauma en tu vida y ¡bam! Aparece un viejito buena onda que te alimentó por un mes para revelarte que, efectivamente, no está ocurriendo todo en tu mente.

–Niño, ¿estás bien? Llevas unos minutos susurrando fuerte, me empecé a preocupar... No te quería molestar pero hasta miedo me dió.

–No.. Sí... Bueno, no, no estoy bien.

–Mira. No soy consejero ni de mis propios hijos... Pero a diferencia de ti, ellos se largaron hace años y se olvidaron de mi existencia. Aunque sea tú me traes algo de dinero a la casa, así que escucharte no nos hará mal a ninguno de los dos.

–Ya, bueno.– Y aquí es donde le contaría la verdad... si no tuviese tanto miedo de qué pasaría si supiera la verdad. ¿Sería como en las pelis donde el anciano buena onda me traiciona ahora que sabe que tengo poderes? ¿Se convertirá en quien me de misiones secundarias en lo que entiendo cuál mierda es la misión principal? No, en serio, tengo miedo.– La verdad es... Me... Me puse a pensar en una tarea que tuve el año pasado, sí.

–¿Una tarea?

–Sí, tenía que investigar un poco sobre las leyendas de los Incas, de la vara de Manco... ¿Cápac? Y esas cosas... No soy muy bueno con la historia, ni me interesa mucho, pero me puse a pensar que tal vez... ¿Y si no fueran sólo leyendas?

–No creí que un niño como tú pudiera tener una curiosidad tan viva por algo así. No pareces ese tipo de niño chancón que quiere saber más... Pero te puedo compartir algo. Las leyendas lo son hasta que dejan de serlo.– Me pareció la frase más interesante y estúpida que alguien me haya podido decir. En otro momento probablemente sólo me hubiera parecido estúpida, pero hace un mes descubrí que ese báculo sí existía y no podía cerrarme a cualquier respuesta que pudiera conseguir.

–Okey... Lo siento pero, realmente eso no me ayuda en nada...

–Me imagino que no, muchacho. Pero déjame te completo la idea. Mi abuelo conoció a un señor que decía, al menos, ser descendiente de uno de los Hermanos Ayar, ya sabes, de la otra leyenda. Eso no tiene nada de sentido, pues el único que sobrevivió fue Ayar Manco... Por otro lado, de las esposas no sabemos realmente si siguieron o no. De pequeño yo creía en las historias esas, al menos creía lo que me contaba mi abuelo. Nada se pierde manteniendo un poco la imaginación activa, ¿No crees?

–Osea que, en teoría, ¿es posible que haya alguien que sea parte de la leyenda aún con vida?
–Si lo que ese señor le dijo a mi abuelo es cierto, entonces sí. La casa en la que vivía es aquella, la más pequeña que encuentres al final de la calle. Toca la puerta y pregunta por Ayar. Sólo eso sé.Si tienes suerte, ya me contarás. Y sino, igual. Y si traes un poco más de tus pepitas, tendrás tanta comida como quieras. Debo seguir en lo mío, suerte, muchacho.

Y es que me jode. Me jode y da una flojera tremenda estar metiéndome con leyendas y tal. No sé de esto, pero al menos parece que tengo una pista o algo que me tranquilice las preguntas aunque sea un rato. Probablemente el viejo me haya dicho pura huevada, pero su voz se sentía sincera mientras me contaba todo esto... Ya qué chucha, no tengo nada que perder. Me acerqué aún sin creerme una sola palabra a la casa más pequeña. Toqué la puerta y una voz ronca preguntó quién era.

–Ah... ¿Busco al señor Ayar?

–No te pregunté a quién buscas, pregunté quién eres. Pero por tu voz supongo que eres otro niño no muy listo de los que pasan jodiendo a veces... ¿Quién te dijo mi nombre?

–Un señor para el que trabajo. Me dijo que usted podría ayudarme...

–¿Si ya tienes chamba con qué te voy a ayudar?

–¿Es usted descendiente de uno de los hermanos Ayar, o no?– Unos pasos algo pesados retumbaron hacia la puerta. Puta madre, me quería largar de ahí, ya tenía miedo, ya..

>Mira, baboso, Si es problemático lo tocas, conviertes en oro, y ya, tanta cosa, cálmate.

<Y nos quedamos sin respuestas, en serio eres brillante< Lo único que me alegra de su compañía es que no son ellos quienes hablan por mí.

–Qué quieres, ¿niño? No te haré las tareas.

–En primera, voy a cumplir 16, no soy un niño y ya... Y estoy de vacaciones, solo quiero...

–Entonces deja de molestar. Ese maldito rumor me tiene harto. Si no tienes algo realmente importante que decir, o un motivo realmente bueno para hablarme, vete.

–Lo que toco se convierte en oro.

–... –Hubo silencio entre ambos, además de la puerta, claro. No sé qué otra cosa hubiera servido pero, ayudó, creo. Escuché cómo sonaban unas llaves en movimiento, y se abrió la puerta. El viejo, bueno, ni tan viejo en realidad, no pasaba de los 60 años, quizás. Me miró a los ojos y me ofreció una semilla de durazno, creo.– Si es verdad lo que dices, demuéstramelo, o vete.

–Solo quiero respuestas y me iré...– Tomé la semilla y se convirtió. Me miró de nuevo, tomó la semilla, con cuidado de no tocar mis manos, y me hizo pasar.

–Sí.

–¿Sí qué, señor?

–Sí, soy un descendiente. El único, realmente. No sé cómo un mocoso como tú encontró la vara de Manco, pero ya te jodiste. No hay cura, si es lo que quieres saber... Ya te jodiste.

MidasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora