-No te preocupes, mamá. Lo entretendremos con banalidades femeninas hasta que llegue padre o se harte de nosotras. -dijo irónica y ambas rieron antes de tomar fuerzas para afrontar aquella terrible presencia.

Su madre no había exagerado ni un ápice, el señor Russell tenía unos ojos marrones fríos como la nieve, además una expresión de asco constante en su rostro y un todo de voz tan monótono que sumía a quien lo escuchara en el absoluto aburrimiento. Por suerte su madre estaba llevando bien la situación, conversaba y disculpaba a su marido mientras le ofrecía algún bocado. Evanna se había mantenido en silencio, observando, estaba acostumbrada a ser ignorada por los hombres que venían a tratar negocios con su padre.

La próspera propiedad de Alfie Stewart era una de las más prolíficas del clan McGregor, además su ubicación estratégica limitando con otros clanes la convertían en un lugar envidiable para las transacciones comerciales. Graham McGregor, Laird del clan, confiaba en él para pactar beneficiosos acuerdos. Por ello, su padre siempre andaba atendiendo a señores que deseaban cerrar un buen trato, ya fuera con él en particular o con el clan McGregor, Alfie era un terrateniente y un comerciante reputado.

-Hasta ahora no había tenido el placer de disfrutar de la compañía de su hija, señora Stewart. -Sarah se sorprendió por aquel giro repentino en su conversación y es que le costaba recordar que su primogénita ya era una joven mujer.

-Mi querida Evanna es algo tímida, señor Russell. -se apresuró a responder ante el semblante asombrado de su hija.

-Una cualidad admirable en una esposa, porque se encuentra usted en edad casadera ¿verdad señorita Stewart? -cuestionó con curiosidad mientras le clavaba la mirada.

En realidad, hacía años que Evanna estaba en edad casadera, ahora que se encontraba en la mitad de su veintena ya empezaba a mermar las posibilidades de encontrar marido. Su padre la había ignorado y se avergonzaba de tal modo de ella que apenas la había presentado entre sus conocidos, muy al contrario que con sus hermanos a los que exponía en cada ocasión que se le presentaba con orgullo. Sin embargo, esto no había incomodado a Evanna para nada, en primer lugar, porque tal como su madre había expresado ella era tímida y en segundo lugar porque casarse significaba alejarse de su madre y sus hermanos, algo que sería una completa pesadilla para ella.

Evanna sintió como se le cortaba la respiración y sus tripas se encogían mientras intentaba responder de manera afirmativa. Su interlocutor ya la miraba como si algo no funcionara bien en la mente de la joven.

-Russell. -su padre apareció en la sala impidiéndole responder, su madre y ella tensaron la espalda ante su presencia. -No esperaba recibirte hoy, estaba cazando con los muchachos. -sus hijos esperaban tras él.

-Los casacas rojas merodean por las rutas comerciales, mantener a salvo tu mercancía cada vez cuesta más, un aumento para mis hombres serí...

-Trataremos este asunto en privado. -lo cortó. -Vayamos a la biblioteca.

El señor Russell asintió y se levantó para seguir a Alfie, su padre no les había dedicado ni un segundo de su tiempo, ni siquiera para saludar. Sus hermanos entraron en la sala y le dieron un beso en la mejilla a su madre, aquellos jovenzuelos de dieciséis y catorce años se parecían mucho a Sarah en el carácter, aunque en cuanto al físico lo habían heredado de su padre.

-¿Qué tal ha ido? -les preguntó Evanna.

-Ha sido genial, tendrías que haber venido. -le contestó veloz Irvin el más joven de los tres. -Eres la mejor con el arco.

-Padre no la dejaría, -le recordó su otro hermano. -pero tiene razón ha sido una buena cacería y hubieras disfrutado mucha hermana.

Sus hermanos empezaron a explicarle todo lo sucedido con entusiasmo, ella no paraba de hacerles preguntas y en su cabeza lo imaginaba todo, incluso a ella misma acechando a una presa en el bosque. ¡Qué feliz hubiera sido si hubiera podido compartir ese momento con sus hermanos!

Destino Salvaje | Saga Salvaje IVDonde viven las historias. Descúbrelo ahora