La llegada de los humanos a la luna llamada Pandora supuso guerra, pero también amor.
Nalani, uno de los frutos de aquello, era un claro ejemplo. Ella era una niña intrépida, hija de un científico humano y una na'vi del clan Omaticaya.
Pero no todo...
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El tiempo pasaba lenta pero rápidamente a la vez, en una bella contradicción la cual era mucho más notoria para los na'vi adultos.
Su genética no era igual a la de los humanos, y una de las tantas características que los diferenciaban era que envejecían de manera distinta. Los habitantes de aquella luna pasaban la mayor parte del tiempo con el aspecto que tenían en su juventud, comenzando a notarse la vejez únicamente en sus últimos años de vida; por no decir que eran bastante más longevos, siendo los ciento cuarenta años la media de esperanza de vida.
Muchas veces hasta era sencillo olvidar que los días seguían pasando, o al menos era así hasta ver cómo los niños crecían cada vez más. Antes de poder darse cuenta, Neteyam y Nalani ya tenían nueve años, Kiri tenía siete, y Lo'ak cinco. Empezaban a ser más conscientes de su entorno y a tomar sus propias decisiones, aprendiendo también de sus errores por el camino; aunque algunos cometían muchos más que otros.
Ambos primogénitos seguían siendo tan cercanos como siempre si no es que más, pasando todo el tiempo juntos al lado de los dos hermanos del varón y Spider, el humano que deambulaba entre los Omaticaya, siendo inseparable de aquel grupo ya que eran los únicos que lo aceptaban y apreciaban.
A Neteyam habían comenzado a inculcarle el sentido del deber, después de todo estaba destinado a ser el próximo líder del clan. No eran demasiado duros con él, seguía siendo un niño después de todo; pero el pelinegro aprendía rápido, y no tardó en asimilar que debía ser responsable, un ejemplo, un protector. Aquello era su destino, para lo que había nacido. Por otro lado, aunque Nalani ya no era tan hiperactiva como años atrás, seguía siendo una niña curiosa y torpe a la cual las aventuras y problemas le atraían en sobremanera, arrastrando a los Sully junto a ella; en especial a Lo'ak, quien a su corta edad parecía ser igual de impulsivo que su amiga.
Eran la calma y la tormenta, el tranquilo río y la enorme cascada que esperaba al final, la luna y el sol; Neteyam y Nalani no eran más que completos polos opuestos, pero simplemente necesitaban la existencia del otro para estar completos.
No obstante, eso no quería decir que la pequeña de ojos grandes no estuviera deseosa de hacer más amigos. Era un bichito de luz, un ser extrovertido que se alimentaba de la compañía de los demás; por eso se aburría mucho cuando a su buen amigo le llamaba el deber y ella no tenía a nadie más para jugar, pues perderse sola con Kiri y Lo'ak no era muy buena idea.
Miraba sus manos con atención, jugando con sus dedos mientras estaba sentada entre las piernas de su padre, quien se encargaba de trenzar su cabello con esmero. Nalani nunca paraba quieta, así que eso dificultaba un poco la tarea; rara vez realmente terminaba, dejando algunas trenzas repartidas por su lisa melena. Esa vez claramente no sería una excepción.
—Mamá, ¿puedo ir a jugar?— Giró su cabeza para ver a su progenitora, quien arrugó un poco la nariz.
—Nalani, solo he terminado dos trenzas—. Regañó Tawmì por lo bajo.
