Capítulo 1 - Semillas

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La primavera mostraba sus inicios y el sol se encontraba en lo más alto del cielo cuando Ada se adentraba en la búsqueda de insectos cerca del jardín del patio trasero. Ese rincón era especial, un espacio que sus padres habían reservado desde el momento en que ella vino al mundo, destinado a ser el escenario de sus primeras historias. Algunos podrían considerar esta idea ambiciosa, de hecho tal vez hasta un poco ingenua al suponer que los padres pueden saber realmente si a sus hijos les gustará formar parte de los planes que han trazados para ellos. Sin embargo, Silas y Thalia estaban dispuestos a correr el riesgo que entraña la incertidumbre. Después de todo, ambos comprendían el valor del aprendizaje que surge de los mal llamados "errores". Era una cualidad difícil de encontrar en personas de su generación — ambos tenían 27 años —, pero también resultaba ser una de las razones por las que habían decidido acompañarse el uno al otro. Por eso, en aquel día, que ya tenía aires de ser especial, decidieron por primera vez involucrar a su hija en estos planes.

Justo afuera de la habitación donde Ada dormía, se encontraba el jardín. Sus padres creían firmemente que a medida que ella creciera, los logros que alcanzara se reflejarían de alguna manera en aquel rincón que aún carecía en buena parte del verde que caracteriza a este tipo de espacios. Querían acompañarla en el proceso de construir su propio jardín y ayudarla a apreciar el fruto de su trabajo a lo largo de los años. Sabían que esto requeriría gran paciencia y dedicación, y que nadie podía prever con certeza qué cosas serían importantes para Ada en el futuro. Sin embargo, seguirían adelante, guiados por el curso que sus vidas tomaran. La confianza era la clave para forjar un futuro prometedor en su familia, sin importar los intereses individuales de cada uno. Lo crucial residía en el motivo que impulsaba sus acciones, más que en las acciones mismas.

El jardín presentaba un ambiente algo desolado y descuidado. La vegetación había sido mayormente dominada por el implacable paso del tiempo, sin recibir el cuidado necesario hasta ese momento. Aunque se habían realizado algunos intentos por contener la maleza, no se le había prestado la atención debida hasta aquel día en particular, cuando Silas llamó a su hija con el propósito de enseñarle algo nuevo.

¡Hey Ada! Ven aquí por favor, hay algo que quiero mostrarte hija — llamó Silas viéndola en las lejanías jugando en un pequeño prado.

El tono de voz de su padre tenía un matiz diferente cuando escuchó su llamado, y a pesar de tener solo cinco años, Ada percibió que algo despertaba su inquietud interior. ¿Qué era ese misterio que parecía envolver a sus palabras? Sin ser consciente de ello, la curiosidad comenzaba a brotar en su interior, dibujando una inocente sonrisa en su rostro antes de emprender una veloz carrera hacia su padre. Algo importante estaba a punto de suceder y ella deseaba descubrirlo.

Aquí estoy papá, ¿que me quieres mostrar? — preguntó ella tras encontrarse con su padre.

Ada se sentía algo confundida, pero su disposición cambió de inmediato al percatarse de que su padre extraía algo del bolsillo, ocultándolo hasta que lo acercó a la altura de sus ojos. Con gran expectación, abrió la mano y pudo distinguir tres diminutos objetos apenas visibles. Ada no logró identificar con claridad qué eran.

¿Qué son? — preguntó Ada con curiosidad tras ver por primera vez algo así.

Son semillas — respondió su padre con una sonrisa cálida en el rostro —. Semillas, que con algunos cuidados, agua y tiempo, podrían crecer y mostrarnos aquello en lo que pueden convertirse. Me gustaría saber si te gustaría ser la persona que las cuide Ada.

Ada asintió, emocionada por ver en qué se convertirían esos tres minúsculos puntos. Ella no comprendía nada de los cuidados de las semillas, de hecho era primera vez que escuchaba la palabra, pero eso no era un impedimento para confiar en las instrucciones de su padre. Así que comenzaron a cavar, e hicieron tres pequeños agujeros en la tierra donde introdujeron las semillas, tal como él le había indicado.

Debemos tapar la semillas con la misma tierra que hemos movido Ada — dijo su padre.

Ella asintió e hizo lo que se le indicó cada vez más emocionada y orgullosa de lo que hacía junto a él. Ada lo admiraba profundamente debido al vasto conocimiento que demostraba tener, parecía que no hubiera nada que no pudiera saber o hacer. Era una sensación exagerada, pero después de todo, es la etapa de nuestras vidas en las que estamos más predispuest@s a buscar referentes para encaminar nuestra existencia hacia la búsqueda de una identidad propia. Siempre estaba asombrada, motivada hacia las cosas que él le invitaba a hacer, pero plantar semillas era posiblemente la que más curiosidad le había dado.

¿Cómo saber en qué se convertirán estas semillas? — se preguntó en su interior, ansiosa de saber la respuesta lo antes posible.

Tras cubrir la última semilla, su padre indicó que le pasara un balde que se encontraba a su lado. Este tenía un poco de agua que había llevado consigo para regar las semillas. Ella se lo llevó y lo acercó con un aire algo distraída. Había algo que la tenía pensando, y estaba deseosa de compartirlo con su padre. Así que al momento de pasarle el recipiente las palabras comenzaron a salir de su boca.

¿En qué se convertirán las semillas cuando las hayamos cuidado? — preguntó Ada con curiosidad.

No lo sé — respondió su padre —. Casi siempre es un misterio cuando obtienes semillas del campo hija. Las semillas ocultan en su interior el poder de convertirse en cosas que al verlas las consideramos hermosas la mayor parte del tiempo. Algunas veces se convierten en flores y otras tantas en árboles, pero lo más increíble es el poder que tienen de convertirnos a nosotros también en algo distinto

Ada se paralizó tras esta última frase e inmediatamente apareció una pregunta en su mente.

¿Las semillas pueden convertirnos en otra cosa? — se preguntó, y no pudo evitar replicar a su padre para salir de su confusión.

¿En qué nos convertiremos nosotros? — preguntó Ada con un tono algo inquieto.

También es un misterio — respondió su padre.

Pero rara vez es algo que nos pueda molestar o hacer algún daño — dijo él tratando de tranquilizar las inquietudes de Ada.

Ya las hemos plantado, solo queda darles un poco de agua cada día y esperar a ver en lo que se convierten. ¿Aún quieres que lo intentemos o las sacamos de ahí para no convertirnos en algo que no sabemos?

Ella titubeó, pero la curiosidad es una emoción poderosa, y golpeaba en su interior retumbando impetuosa tal como suele ocurrir en aquellas etapas de la niñez. Por eso asintió, a pesar de las cosas que no entendía de lo que estaba haciendo, prefirió adentrarse en la incertidumbre para descubrir qué ocurriría después de todo esto. Confiaba en su padre, y eso era razón suficiente para ir hacia lo desconocido y sin saber hacia donde se dirigía. Su deseo de resolver el misterio, de saber en lo que se convertirían esas tres semillas, era más grande que el miedo de poder convertirse en algo distinto de lo que era. Sin darse cuenta, estaba dispuesta a exponer su propio ser para responder a este llamado. Así que vació algo del agua del balde en cada uno de los pequeños montes de tierra según lo que había indicado su padre. Él le dijo que el riego debía ser cada dos días aproximadamente, y que la tierra no debía verse seca, por lo que debía estar atenta a que eso no ocurriera. Ella asintió y se dispuso a esperar a ver lo que pasaba. Tras un rato observándolas, una pregunta apareció en su mente y preguntó a su padre.

¿Cuándo podremos verlas convertirse? — preguntó Ada con algo de inquietud en su voz.

Depende — dijo su padre.

Podría tomar unos días o incluso unas semanas antes de que veamos cualquier cosa. Pero lo importante es que sigamos cuidándolas y dándoles la atención que necesitan para no fallarles. Cuando menos lo esperemos, ellas decidirán mostrarnos algo.

Ada asintió, sintiendo la emoción de poder ser parte de lo que estaba haciendo con él. No sabía muy bien qué esperar, pero decidió seguir fielmente lo que él le había dicho. "No debemos fallarles" se dijo a si misma antes de entrar a su pieza. Las tres semillas quedaron  en el suelo justo debajo de su ventana, así que podría darles agua y mantenerlas "vigiladas" incluso si ella estaba en el interior de su casa.

El Origen de las PalomasWhere stories live. Discover now