IV

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Se trataba de un anciano de aspecto afable.

El hombre vestía un largo camisón de dormir con rayas blancas y amarillas que le llegaba hasta sus delgados y pálidos tobillos. Su rostro, para tranquilidad de Petito, representaba toda bondad; unos ojos grises, claros e inteligentes, se dejaban ver tras unas viejas gafas de grueso cristal, que junto una nariz extremadamente grande y un esponjoso pelo canoso le daban un aire campechano.

A Pepito Grillo le recordó de inmediato al pobre Geppetto, y por eso tal vez no sintió ningún miedo al verlo. Además, con todo lo sucedido, su cuerpo no daba para más.

Al principio el hombre no vio a Pepito, demasiado ocupado haciendo algo en la puerta por la que acababan de salir, pero en cuanto terminó se ajustó las gafas y sonrió afablemente al ver a Pepito.

—¡Vaya si no es Pepito Grillo! —dijo con alegría—. ¡Dichosos sean los ojos! ¿Ya te has cansado de no poder darle la vara a aquellos que deberían escucharte pero no lo hacen?

Pepito solo acertó a poner los ojos en blanco, agotado como estaba.

—Lo siento pero no creo que nos conozcamos. Hoy es la segunda vez que me confunden con otro Pepito, que al parecer también debe ser un grillo que anda a dos patas y viste como yo —explicó cansado Pepito.

El anciano se mostró sorprendido ante el tono funesto de Pepito, y ajustándose de nuevo las gafas, se agachó para verle mejor.

—¡Que me aspen! —exclamó echándose para atrás—. ¡Esta si que es buena! Dime entonces, ¿de donde vienes y a donde vas?

—Lo cierto es que no tengo ni la más remota idea —confesó Pepito, rascándose la nuca—. Desperté en una habitación lejos de estos pasillos... Pero tampoco sé cómo llegar allí.

— No te preocupes, todos estáis un poco perdidos la primera vez que llegáis aquí . Solo que, bueno, yo siempre suelo saber quién va a venir para poder recibiros como es debido. Curioso, muy curioso... Ven, sube —añadió, agachándose de nuevo, estirando su brazo derecho—. Todavía tengo muchas cosas que hacer, pero te pondré al día mientras trabajo.

Pepito asintió con la cabeza y se sentó en su hombro, contento de encontrar al fin una voz amable.

Con todo, Pepito vio que se encontraban cerca de la puerta donde habitaban los tres cerdos.

—No me gustaría incomodarte ahora que nos acabamos de conocer, pero tres feroces cerdos me están buscando. Si no fuera mucho pedir, me gustaría alejarme un poco de aquí.

—No te preocupes por ello. Esas pobres bestias tienen demasiado miedo como para salir de su cueva. En todo el tiempo en que he estado aquí, nunca se han atrevido a salir —explicó distraído el hombre— Bueno, vamos a ello...

El anciano se paró delante de una de las puertas. Pepito miró por encima de su hombro, esperando oír los furiosos chillidos de los cerdos cargando contra él pasillo abajo, cosa que nunca llegó a ocurrir.
Mientras, el anciano borraba el dibujo grabado en la puerta con la ayuda de un cortaplumas.

—¿Por qué hace eso? —preguntó Pepito con curiosidad.

—Hay que sellar esta puerta, o la Nada nos comerá —explicó tranquilamente.

Fue entonces cuando Pepito reconoció la señal en la puerta.

—¿Sellarla? ¡Pero un amigo vive tras esa puerta! —exclamó al ver que se trataba de la entradaque llevaba al taller de Geppetto, y que el anciano había hecho un tajo en el cuello de la marioneta. El recuerdo de lo sucedido ahí dentro le produjo un escalofrío, pero sentía que no podía dejar a Pinocho de lado—. ¡Tenemos que sacarle primero! No puede andar solo. Necesita ayuda. Y un hada para volver a ser un niño de carne y hueso, también.

De príncipes, brujas y grillosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora