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"Y desde este instante hasta cerca de las cinco, transcurre toda la noche en un estado en el que realmente duermo, pero a la vez me mantienen despierto unos sueños de gran intensidad. Duermo literalmente junto a mí, mientras que yo mismo tengo que andar a golpes con los sueños. Hacia las cinco, se ha consumido el último rastro de somnolencia, y ya solo sueño, lo que resulta más fatigoso que estar en vela."

–F. Kafka, Diarios

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Con un gran bostezo, estirando sus dos brazos y sus dos piernecitas, un pequeño grillo observó con ojos todavía entrecerrados la cálida habitación en la que se encontraba.

La sala, que parecía ser un estudio, estaba repleta de estanterías en las paredes, todo iluminado por una chimenea que chisporroteaba alegremente cerca de la mullida butaca donde el grillo se encontraba. Ante él había un escritorio de caoba con todo tipo de utensilios para escribir: varias plumas de ganso, tinta, lápiz, así como una estilográfica y una máquina de escribir. Junto a ellos había hojas de papel, montones de ellos, ordenados en perfectos bloques o bien desperdigados por la mesa, sin punto medio alguno.

Súbitamente, una luz blanca inundó la habitación. Alzando la cabeza, el grillo se sorprendió al ver un techo acristalado. Tras él, un cielo oscuro repleto de estrellas que parecían latir a su propio compás, sin luna ni nubes a la vista. Con todo, no tardó en ver un relámpago cruzar aquél extraño manto de estrellas,iluminando de nuevo con luz blanquecina la habitación.

Sin más demora y con una curiosa pero intachable certeza, se puso en marcha. Sin pensárselo dos veces saltó de la butaca y se dirigió a la puerta abierta que había al fondo de la sala.

Sus pequeños ojos negros fueron recibidos por un largo pasillo de vieja madera gris, apenas visible bajo una fina alfombra polvorienta de un bonito pero apagado color verde botella. A su cabeza, lámparas de araña se encargaban de darle luz al, de otra manera, lúgubre pasillo. Allí el techo también era de cristal, y esta vez vio como una fina lluvia caía perezosamente contra el vidrio.

A cada uno de los lados del pasillo había estanterías altísimas, que casi parecían alcanzar el techo como árboles en busca del sol, repletas de libros sin ningún título ni autor en sus lomos.

Sin dejar de mirar los libros —excepto por las veces que aquellos relámpagos brillaban incluso con más fuerza que la de los propios candelabros—, con la esperanza de poder ver algo más que aquellas aburridas cubiertas idénticas y sin dueño, pronto llegó a una gran sala.

Allí también había un viejo escritorio de madera, aunque mucho más viejo y menos lustroso que el anterior. En él era visible un gran libro abierto que asomaba de ella y un tintero, parecía ser el centro o el núcleo de la biblioteca —¿pues qué otro lugar podría ser?—, ya que de la sala salían decenas de pasillos repletos de más estanterías. Los libros, por desgracia, estaban lejos de estar en un estado inmaculado, habiendo libros que parecías ser nuevos pero rotos, viejos pero con las letras de pan de oro brillando todavía intensamente sobre el lomo oscuro, u otros en un estado tan lamentable que incluso era difícil clasificarlo como un libro. Mientras se acercaba a la mesa, el grillo se dio cuenta que algunos de esos pasillos se bifurcaban en otros más, creando una especie de laberinto entre palabras, aunque muchos de esos caminos parecían haber sido sellados a conciencia, mientras que otros tenían las estanterías tiradas por el suelo, con todos sus libros desperdigados por los pasillos cubiertos de una visible capa de polvo. Fuera quién fuera el encargado del lugar, era una evidencia que no estaba mucho por su trabajo.

De príncipes, brujas y grillosМесто, где живут истории. Откройте их для себя