Capítulo 2

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Diciembre, 1839

En un punto del camino entre Dejima y Kushima.  


Sara podía sentirse temblando, la brisa helada se colaba por cada apertura de su vestido. Las lágrimas no paraban de bajar de sus ojos cerrados, y gemidos silenciosos podía escuchar a lo lejos.

Su cabeza dolía.

Pero sus ojos no solo estaban cerrados, habían sido tapados, al igual que su boca, donde, y ella sintió su corazón detenerse, estaban saliendo esos gemidos. Su lengua se encontraba seca, su cuerpo entero dolía, y restregó sus manos, de nuevo, contra su falda.

No sabía donde estaba.

Sangre.

Sus muñecas se encontraban amarradas, sus piernas dobladas bajo de ella, y sus tobillos, al igual que sus muñecas, estaban atados y entumecidos. Escucho a los árboles siendo sacudidos por el viento, y el murmuró de voces.

Podía saborear la sangre en su boca.

El suelo bajo de Sara se movió, y soltó otro sollozo, porque después de meses en un barco, ella ya podía reconocer el bamboleo suave de la marea, pero este era diferente, mucho más brusco, de ruedas sobre tierra.

Estaba en una carreta y no sabía cuanto tiempo había pasado.

Trato de pensar en lo anterior a su despertar, y cuando pedazos de recuerdos llegaron a su mente, se arrepiento.

Sara lloró al recordar por qué estaba limpiando sus manos.

La sensación pegajosa, de la sangre seca en sus manos, persistía. Un golpe seco tras de su cabeza la sobresalto, y aguanto sus gemidos. Las voces, en un idioma que no comprendía, hablaban por encima de su cabeza en tono de advertencia, y lágrimas silenciosas bajaron por sus mejillas.

Su padre.

Su papá.

Dios misericordioso. 

Habían pasado solo pocas semanas desde que el Sophia Elizabeth había atracado en Dejima, y Sara, junto a su padre, se mantuvieron todo ese tiempo recluidos en el barco

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Habían pasado solo pocas semanas desde que el Sophia Elizabeth había atracado en Dejima, y Sara, junto a su padre, se mantuvieron todo ese tiempo recluidos en el barco. Su camarote era el lugar seguro de ambos, sin embargo, era terriblemente pequeño.

Tenían que turnarse, entre ella y su padre, para lavarse, y por suerte, el camarote estaba equipado con una litera, en vez de un simple catre. La primera semana había sido pasable, Sara era tolerante y bastante paciente, de lo contrario no hubiera sobrevivido al viaje por tantos meses.

Pero, para la segunda semana, Sara quería salir a respirar aire fresco y ver el sol.

No, no quería, necesitaba.

El secreto de la Corte ©Tempat cerita menjadi hidup. Temukan sekarang