VIII

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Habían pasado tres días, era domingo y en la familia de Juan se estaban preparando para la misa de ese día.

Todos sabían la vestimenta, o bueno, uniforme, que debían llevar puestos. Excepto por la mujer de la familia, ella era una bruja, por lo que no podía ir a misa.

En esos tres días el niño de ojos ámbar la pasó mal, seguía tomando los medicamentos y se ponía las vendas en las heridas que fueron provocadas un día de esos por su padre, aunque solamente sabía eso, no recordaba que pasó luego.

Estaba tan acostumbrado al maltrato, que hasta ya sabía en algunas ocasiones, que días le tocaba sufrir y en cuales no.

Por lo que, cuando llegaba el día, su mente en modo de defensa, borraba esas memorias para proteger a Juan, ocurría cuando la situación era muy fuerte, pero en algunas ocasiones su mente no las lograba borrar. Así que, el castaño en algunos momentos del día suele recordarlas.

Aunque claro, ya estaba acostumbrado.

No le gustaba ir a misa, allí iban varios de los niños que lo molestaban, así que se burlaban de él al día siguiente cuando llegaba a la escuela.

Estaban en vacaciones, pero igual no faltaba mucho para que inicien las clases, faltaban solamente dos semanas para que comience su infierno fuera de su casa.

-Señorito Juan, ya es hora.- Le avisó la sirvienta rubia que era cercana a él.

-Gracias por avisarme, Clary.- Dijo el castaño. Se despidió de ella con un abrazo y bajo al primer piso. Donde lo estaban esperando.

-La próxima vez llega más temprano, Juan.- Le dijo su padre. Él solo asintió y bajo la mirada.

Las campanas de la iglesia sonaron por todo el pueblo, alertando a los que iban apurados. Spreen y Rubius eran de esos.

-¡Spreen, subete a mi lomo!- Avisó el ojiverde antes de convertirse en un gran oso pardo.

Al ser un híbrido de oso negro, estos son muy buenos escalando, pero son los más pequeños en los tipos de estos mamíferos, por lo que su padre siempre se burla de él por eso.

El niño oso se sujetó la mochila que tenía en su espalda y se subió con facilidad al lomo de su padre, al hacerlo el oso pardo comenzó a correr por el bosque tomando un atajo.

El viento golpeaba ferozmente el rostro del pequeño, el pelaje del oso se movía de un lado a otro y Spreen se agarraba con todas sus fuerzas a su padre para no caerse.

Cuando finalmente llegaron a la predominante iglesia que habían visto al llegar al pueblo hace unos días, en un espacio escondido de la gente el oso pardo pudo transformarse en el hermoso híbrido ojiverde.

Estaba escaso de ropa, tal y como Dios lo trajo al mundo, con prisa tomó la mochila de su hijo y sacó la ropa que le pertenecía.

Obviamente, el pelinegro se tapó los ojos para no ver a su padre desnudo, por lo que éste comenzó a ponerse sus prendas.

Al terminar, se puso una peluca del mismo tipo que su pelo e igualmente para su hijo, a quien le molestaba aquello por sus orejas delicadas.

Entraron a la iglesia y grande fue la sorpresa para ambos ver que eran los segundos en llegar, y quienes le ganaron el primer puesto no eran nada más ni nada menos que el Profeta y sus dos hijos.

-Señor Doblas, que alegría que estén aquí. Llegaste a tiempo, te felicito.

-Gracias señor Profeta.

-Quisiera mostrarle la iglesia. Tiene que ver el lugar donde trabajará.

-Por supuesto.

-Juan, ve con Spreen, vayan a jugar.- Los dos niños obedecieron, justo se estaban por ir hasta que el Profeta notó la presencia de su hijo mayor.- Drako, ve tú también con ellos.

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