Capítulo 34: Tiene que ser una maldita broma

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Sonreí, nervioso.

¿Cómo le explico?

—¿Si te digo te reirás?

—Depende.

—¿De qué?

—De si me causa gracia.

—A ti todo te causa gracia.

—Menos cuando te veo triste, ahí solo quiero abrazarte y protegerte.

Sonreí ante sus palabras, y ante ello, él me acompañó con una sonrisa de boca cerrada.

—Dime, no me reiré —insistió.

(*)

—Puede que…—comencé y me detuve unos segundos, perdido en su mirada preocupada—, puede que estuviera recordando lo que sucedió en mi auto ayer.

—¿Mientras el profesor hablaba? —La comisura de su labio se elevó en una sonrisa con nada más que satisfacción al escuchar aquello que había dicho. 

Asentí.

—¿Estabas pensando en eso en el medio de la clase? —Me observó con sorpresa y a la par en que decía aquellas palabras sus cejas se alzaron rápidamente.

Volví a asentir.

Un brillo de diversión iluminó su mirada, bajando a esta lentamente hasta posarla en mis labios.

—Entonces —habló en un susurro, mientras sus nudillos rozaban delicadamente uno de mis brazos, subiendo por este—, ya somos dos los que no podemos olvidarnos de lo que sucedió. Ese es un gran problema, ¿no crees? —indagó, su pregunta sonó con un ápice de complacencia.

No tenía nada de malo aquello, y él lo sabía. Lo estaba disfrutando… Y yo también.

—Es un gran problema —susurré, aún sintiendo como el toque de sus nudillos subían por mi brazo, deteniéndose en mi cuello.

Tragué con dificultad, observando como Jai acortaba la distancia entre ambos, provocando que mi cintura chocase contra el lavamanos. Sus manos, dejando mi cuerpo, se apoyaron a los costados de este, y agachandose mínimamente para estar a la altura de mi rostro, sonrió.

—¿Debería complacer a nuestras fantasías de volver a estar juntos? —preguntó. Su lengua le otorgó a la piel rosada de sus labios una fina capa de brillo en el ínterin en que su mirada se centraba en mis labios, ansioso por besarlos—, ¿o debería hacerte desear mi toque?

—En ese caso no sería el único que se quede con las ganas de más. —Me atreví a decir.

Sabía a la perfección que Jai quería más y que yo no era el único aquí deseando el toque de nuestros cuerpos.

Aquellas palabras fueron suficiente para que Jai me tomase por la cintura, y levantandome en el aire, como si no le costase hacerlo, me sentó sobre la encimera fría del lavamanos.

Tomé una de sus manos, colocandola sobre mi pecho, para luego, comenzar a deslizarla hasta la punta de mi pantalón.

—No me tientes, Circe. Estamos en la Universidad.

Amistad, descubrimiento y romanceDonde viven las historias. Descúbrelo ahora