Nadie

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Tomé valor y dije,

-Voy a revisar uno por uno los ocho apartamentos del edificio, hasta hallar de donde proviene el sonido, ¿quién va conmigo?

Pregunta a la que solo Albert respondió, asintiendo con la cabeza y observándome dubitativo.

Comenzamos a subir las escaleras lentamente intentando concentrarnos, guardar silencio total y aguzar el oído lo que más pudiésemos con el único objetivo de no errar en nuestra búsqueda.

Era claro que el sonido no venía del primer piso ya que el eco parecía rebotar desde lo más alto de edificio.

Piso por piso recorrimos lentamente cada entrada, sin pronunciar una sola palabra, con el corazón acelerado y conteniendo la respiración hasta llegar al último piso.

Los quejidos para este momento se habían vuelto ensordecedores, pero por sobre todo sobrecogedores.

El tono de lamento del niño era tremendamente conmovedor.

Me acerqué al oído de Albert y le susurré que apenas la persona abriese, él debía llamar de inmediato a la policía.

Albert se colocó a un costado de la puerta ocultándose un poco tras el pilar.

Sin embargo cuando acercaba mi puño para golpear los lamentos cesaron de improviso.

Nuestros rostros se tornaron lívidos de un momento a otro y nuestras miradas ahora parecían presas de una patente y oscura turbación, mientras una sensación de cruel desasosiego oprimía nuestros corazones.

Algo en mi interior me decía que debía averiguar lo que estaba sucediendo antes de que fuese demasiado tarde.

Mi mente daba vueltas envuelta en un torbellino de ominosos pensamientos. Jamás sería capaz de perdonarme el hecho de no haber ido en auxilio de esa pequeña alma inocente, jamás.

Entonces con total decisión, toqué la puerta. Los golpes que di en la madera fueron lo suficientemente firmes y claros como para que los habitantes del apartamento los hubiesen podido obviar, pero nada ocurrió. Nadie apareció.

Esta vez golpee con todas mis fuerzas y llamé.

-¡¿Buenas tardes?! ¡¿Hay alguien en casa?! Estamos un poco preocupados por...

Y mientras pronunciaba estas palabras la puerta lentamente comenzaba a entreabrirse en un chirrido intensamente agudo.

-Buenas noches, somos sus vecinos y queríamos asegurarnos de que todo estuviese bien por aquí.

Al momento de empujar la puerta levemente para poder tener una mejor visión del interior del apartamento, una brisa glacial nos perforó los huesos.

Nuestros labios se tornaron azules en un tris y el vaho de nuestro aliento podía verse dibujado en el aire.

-¿Hay alguien ahí? Repetí, mientras caminaba hacia el centro de la habitación.

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