El grito

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Desperté de golpe completamente aterrorizada.


Alargué mis brazos intentando torpemente alcanzar el interruptor para encender la luz, pero mis manos no cesaban de temblar violentamente. Además las siluetas que dibujaba la luz de la luna al interior de la habitación eran demasiado difusas para ayudarme a encontrarlo.


En mi errático intento no hice más que barrer con todo lo que había sobre la mesa de noche, mis notas, mi caja de medicamentos, el vaso con agua y por supuesto la pequeña lámpara de cristal.

Como era de esperar el estruendoso sonido que hicieron al estrellarse contra el piso no venía a mejorar la situación.


Rápidamente me moví fuera de la cama, y tanteando el piso con mis manos comencé a buscar mi teléfono, pero de pronto un dolor lacerante y el calor de la tibia sangre emergiendo a borbotones hicieron que me detuviese.


Un afilado trozo de vidrio roto se me había incrustado en el centro de la palma de la mano, traspasándola casi de lado a lado.

Sin embargo, mientras intentaba extirpar aquella maldita esquirla, mi mente no paraba de especular.


-"Ha de tratarse de una pesadilla"-, repetía para mis adentros una y otra vez.

-"No puede sino tratarse de una horrible pesadilla"-.


Aún aturdida por sobresalto y la confusión, intenté respirar profundo para así poder recobrar la paz mientras me apretaba la mano fuertemente tratando detener el sangrado.


Mi teléfono marcaba pasadas las tres de la madrugada y el silencio ahora era profundo.


Me acerqué a la ventana y entreabrí las persianas cautelosamente.


La calle se veía vacía, en total calma, algo bastante poco común en esta área.


Ni un solo sonido llenaba las calles, ni una sola alma.

Solo las gotas de lluvia que rodaban por la ventana y la luminaria del frente que titilaba por un corto circuito producían un leve sonido de fondo, pero nada más.


Me quedé observando por varios minutos, en total silencio, conteniendo el aliento, esperando poder encontrar el origen de aquel horrendo grito que me había arrancado tan bruscamente del sueño.


Pero la calle estaba desierta y totalmente huérfana de ruido.

Luego de un tiempo que me pareció eterno, el dolor y la hemorragia me hicieron volver a la realidad abruptamente.


A toda prisa corrí hacia el baño, abrí el botiquín y enrollé una gaza gruesa sobre la herida, el corte era profundo y la hemorragia demasiado profusa como para poder detenerla yo misma. Era claro, necesitaba ayuda.

Tomé una bufanda con la que improvisé una suerte de torniquete, me coloqué el abrigo y me apresté a llamar a urgencias.


Aun cuando el dolor era indecible y un mareo muy fuerte se apoderaba de mi, algo me decía que lo que me había despertado esa noche no era para nada normal. Sin embargo y a pesar de aquello continuaba intentando encontrarle una explicación lógica.


-"Quizás se trate de los vecinos riñendo, o algunos borrachos en la calle haciendo escándalo, eso nada más", pensaba mientras marcaba el número de emergencias. Pero en el fondo sabía muy bien que aquel grito destemplado y horrible no podía ser natural"-


Finalmente al otro lado de la línea la operadora contestó, pero mientras le entregaba mis detalles un horrendo segundo alarido me congeló la sangre.

Ambas nos quedamos en silencio y un escalofrío me recorrió la espina.

Yo aún estaba en shock cuando la mujer preguntó.


-¿Está usted bien? ¿Qué es lo que está pasando ahí? ¿De dónde vienen esos gritos?

¿Necesita que enviemos una patrulla? Señorita, por favor conteste ¿se encuentra usted bien, está usted a salvo?


Entre tanto mis labios no hacían más que temblar sin ser capaces de musitar palabra alguna.


La mujer del otro lado de la línea seguía hablándome sin cesar, pidiéndome más detalles acerca de mi situación, mientras me aseguraba que la ambulancia ya se encontraba en camino.


Pasados los minutos la ambulancia llegó y los paramédicos tocaron mi puerta. Rápidamente abrí el cerrojo y los dejé pasar.

Uno de ellos echo un rápido vistazo a la herida y me dijo que iba a necesitar de una pequeña cirugía y que debían conducirme de inmediato al hospital.


El dolor, la pérdida de sangre y el sueño no me permitían estar completamente alerta. Como respuesta a todas las preguntas de los paramédicos yo no hacía más que asentir y entrecerrar los ojos intermitentemente mientras me ayudaban a deslizarme suavemente sobre la camilla.


-Le inyectaré este anestésico y un coagulante, por favor cuente hacia atrás conmigo, diez, nueve, ocho, siete...


En medio de un profundo sopor y en el momento en que los paramédicos se detuvieron para abrir las puertas de la ambulancia, sentí una sensación fría y húmeda entre los dedos de mi mano sana.


Intenté enfocar la vista lo que más pude y eventualmente logré vislumbrar algo en medio de la densa niebla y de la insistente lluvia que caía sobre mi rostro.

Se trataba de unos dedos minúsculos, de una pequeña y gélida mano de niño acariciando cariñosamente la mía.


Lo último que recuerdo haber visto fue la silueta borrosa de un pequeñito, de unos tres o cuatro años, de puntillas, intentando confortarme con su cariño inocente.



El GritoWhere stories live. Discover now