Tenis

8.2K 433 18
                                    

Por suerte llegó la comida y eso nos distrajo un poco aunque durante un rato, comimos en bastante silencio.

Cuando terminamos de comer, me las vi negras. Claro, Noel había llegado de una entrevista en el taxi pero ahora, no permitirían que debiera tomarse otro para volver y ¿quien se ofreció a llevarla? El caballerísimo Adam.

Mientras íbamos camino a dejarla en su casa, yo me sentía transparente. Invisible. Adam y Noel no dejaban de rememorar momentos de su adolescencia juntos y literalmente ninguno de los dos me dirigía la palabra. A veces Adam me contaba una de sus anécdotas pero en seguida volvía a enfrascarse en una conversación mano a mano con Noel. Un ida y vuelta, un ping pong de a dos en el que no había espacio para mí.

La casa de Noel no quedaba muy lejos de la nuestra y, en el trayecto que nos quedaba una vez que la dejamos hasta nuestra casa, yo cerré los ojos y fingí estar dormida porque escuchar la conversación de antes me había quitado todas las ganas de hablar.

"Desperté" de un sueño en el que nunca había entrado lo suficientemente rápido para que Adam no tuviese que levantarme y me bajé del auto sin hablar.

Recién cuando él estaba girando la llave de la puerta en la cerradura, fue que me dijo:

—Estuviste preciosa esta noche. Fuiste la superheroína.

Una sonrisa pujó por levantar mi comisura derecha pero hice todos mis esfuerzos por esconderlo.

—Pensé que te había molestado que saltara contra uno de tus amigos. Ese idiota...

Él rió.

—Qué va. Estuviste grandiosa. Fue genial, fuiste como la superheroína de la velada—Le dediqué una sonrisa falsa y me adentré en la casa—Oye, ¿estás bien? —me preguntó y yo sentí cómo la nariz comenzaba a escocerme. Cómo los labios me temblaban.

—Sí—intenté no titubear—¿Por qué no habría de estarlo?

—No lo sé, pareces...

—No tengo nada, es solo sueño—dije volteándome y caminando lo más firme que pude hacia mi habitación.

Al llegar me desplomé sobre la cama quitándome los zapatos con movimientos bruscos de mis pies y sollocé contra el edredón. Hacía ya muchas noches que ya no lloraba en esa cama pero ahora me sentía otra vez como en el primer momento: no querida.

Lloré y sentí desde lo más profundo de mi ser como si algo se desgarrase en mí. Como si perdiera algo. Algo que quizá nunca hubiera tenido de él.

¿Por qué siempre me ocurría lo mismo? Al final, siempre me terminaba sintiendo como el objeto de alguien. Parecía que después de que tanto me trataran como a uno, en eso me había convertido.

Había perdido algo que creía ganado. Algo que había comenzado a querer y estrepitosamente rápido y mucho. Había entrado en él como una montaña rusa en caída, a esa velocidad. Y ahora...Se había esfumado.

—¿Y esa cara?—me preguntó Adam al entrar en el comedor al día siguiente y encontrarme revolviendo los cereales mientras Atilio correteaba enredándose entre mis pies descalzos.

—Nada—respondí sin alterar mi predisposición. Seguía mal por lo de la noche anterior.

—¿Quieres que juguemos tenis?

—Está bien.

—Oye, algo te pasa...Te conozco—dijo señalándome.

—¿Tú crees?—No quería decir eso. No estaba enfadada con él sino con la situación, pero hablar cuando había enfado en mí no se me daba nada bien.

—¿Que te ocurre algo o que te conozco?

Me tomé unos segundos para pensar la respuesta.

—Ambas.

Bang ¿por qué era así?

—Estaré en la cancha después de desayunar, ven si quieres—dijo antes de poner la vista en el diario y eso me dolió.

Mierda, estaba haciendo todo lo contrario a lo que deseaba. Lo estaba alejando cuando en verdad quería acercarlo. Era demasiado impulsiva y sí, algo infantil.

Fui a la cancha de todos modos y allí lo hallé, haciendo rebotar una pelota contra el frontón.

Tomé una y después de hacerla picar, se la lancé aunque esta salió disparada en una dirección completamente opuesta a la que yo tenía planeada y maldije dando un pisotón. Definitivamente, ese no era mi día.

—Ven, te explico—dijo caminando hasta ponerse a mis espaldas. Pude sentir su imponente presencia sobre mis hombros—La pelota se va porque sujetas mal el mango.

—¿Ah, sí?—dije volteándome para enfrentarlo pero me arrepentí al notar que, con él agachado por sobre mi hombro, nuestros rostros estaban demasiado cerca y nuestros alientos se rozaban. Me ruboricé.

—Sí, mira—dijo y tomó la raqueta por sobre mi mano. Sentí la precisión de su agarre y el calor de su tacto, la aspereza de su mano grande pero de dedos delicados.

Él me tomó delicadamente del brazo y me giró un poquito para que apuntase a la pared.

Luego movió mi brazo y me hizo golpear a la pelota que él hizo picar, para lanzarla hacia la derecha.

—¿Entiendes cómo es?

—Sí—asentí rápidamente.

—A ver—dijo él cruzándose de brazos e inclinándose un poco hacia atrás.

Era un desafío. Y yo los adoraba.

Lo intenté y fallé.

—No, mira, deja que...—se me acercó pero yo lo interrumpí.

—Lo sé, lo sé. Déjame probar otra vez—Tenía la mano suspendida en el aire para que no me alcanzase aún.

Él reprimió una risita pero aguardó y yo, llegado el momento de hacer mi demostración, perdí toda la seguridad.

También fallé esa segunda vez. Lancé mejor que la primera pero aún no lo hacía bien.

—Ven, practiquemos—me dijo y yo me encargué de que escuchase mi bufido y viese la voltereta que daban mis ojos.—¿Eres así también en la escuela?

—¿Tú te crees un profesor?—Enarqué una ceja.

—Bueno...Sé más que tú—Cruzándose de brazos, redobló la apuesta.

—Eso ya lo veremos...—Volví a fallar porque se me escapó una sonrisita y me mordí el labio, lo que él notó y lo hizo sonreír también.

Yo lo observé. Su ropa deportiva, el reflejo del sol en su cabello que lucía dorado y su piel brillosa y marcada.

Era hermoso.

Vendida al CEODonde viven las historias. Descúbrelo ahora