Salida

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Hice lo que Adam me dijo. Me tomé un baño en el agua calentita y jabonosa de una bañera de tamaño similar al de una piscina. Junto a ella, había una pequeña mesita de madera que hacía juego con todos los muebles color blanco. Sobre ella, había todo tipo de cremas y aceites para el cuerpo además de sales para el agua; así que usé unos cuantos de cada uno y acabé metida en un cóctel de sustancias perfumadas.

Salí del baño relajada y, me puse la poca ropa que había empacado al venir. La única que tenía. Opté por una remera lila y unos jeans azules y dejé mi cabello castaño ondulado suelto.

Cuando bajé a almorzar, la puerta que daba a la cocina estaba abierta y se escuchaba ruido que provenía del interior.

—¿Leslie? Pasa—llamó la voz de Adam desde dentro y yo pasé. Al entrar me sorprendió la amplitud de la cocina aunque sorpresivo hubiera sido que no fuera tan extravagante como el resto de la casa—Estoy cocinando—dijo mientras sacaba una bolsa de camarones del congelador y los tiraba sobre una olla de wok en la que el aceite ya burbujeaba—¿Comes camarones?

Yo negué con una mueca de asco.

—No como comida de rico—dije cruzándome de brazos y él rodó los ojos.

—¿Y si te preparo un salmón? —Yo abrí la boca pero él se me adelantó—Será con patatas fritas. Mitad lo que tu quieres y mitad lo que yo.

—Todo aquí es lo que tú quieres.

—¿Alguna vez probaste el salmón? —me ignoró. No podía ver su rostro ya que estaba dado vuelta, salteando los camarones que chisporroteaban.

—No—respondí de mala gana—Apenas podíamos comprar arroz con pollo.

—Bueno, entonces déjame hacértelo probar. Te encantará. Si no te gusta, puedo prepararte una hamburguesa a la plancha.

—Vas a desperdiciar un costoso salmón. Y es mi cumpleaños, no quiero intoxicarme.

—Es más probable que lo hagas con uno de esos medallones procesados.

—¿Son demasiado de pobre para tí?

—Ya te conté mi historia, no soy así—dijo con un tono más seco. Noté que se había molestado.

—Lo siento.

Poco después estábamos sentados a la mesa y yo tuve que esconder la sonrisa al probar el salmón que estaba buenísimo. Además, las patatas saladas y crujientes acompañándolo eran perfectas.

Para disimular mi sonrisa, mientras me cortaba otro trozo—apenas apoyar el cuchillo, el pescado se cortaba solo—le pregunté:

—¿Ya sabes qué vamos a hacer hoy?

—Dije que sería una sorpresa.

Yo rodé los ojos.

—Pero ahora lo estoy preguntando.

—Y ahora deberás aguantarte por no sugerir nada antes. Por cierto...No veo que te esté disgustando el salmón...¿Prefieres que te prepare una hamburguesa? —dijo amagando a pararse pero yo me apresuré a negar.

Algo de lo que me arrepentí instantáneamente porque sabía que lo agrandaría. Así fue.

—Un brindis por este almuerzo de cumpleaños—dijo alzando su copa—Y por una convivencia placentera.

Yo justo había agarrado mi copa pero no se la tendí sino que me la llevé rápido a los labios y tomé durante un largo rato, en el que esperé a que él desistiera. Por suerte lo hizo; yo no iba a brindar por nada con él.

Cuando salimos de la mansión camino al auto que habíamos usado la noche anterior, el sol asomaba entre las nubes y estaba cálido y agradable. Más temprano por la mañana había lloviznado y el césped a nuestro alrededor aún se veía mojado.

La verdad es que me intrigaba a dónde iríamos, ver con qué me sorprendería aunque obvio que no iba a decírselo.

Adam manejó durante un rato por la carretera. Viajamos en silencio, sin hablar. Yo miraba hacia el costado y el aire que pasaba fugaz por mi cuerpo, tocándome, me refrescaba.

Nos detuvimos en un paraje que parecía estar en el medio de la nada. Había un barral de madera que detenía a los autos y luego una colina bajaba hasta un pacífico y celeste río.

Adam me guió por el lado contrario y llegamos hasta un establo.

—¿Has andado alguna vez a caballo?

—Esto sí que no me lo esperaba.

—¿Eso es bueno o malo?

—Pues...Supongo que nunca lo hice—Me remonté a la primera pregunta para evitar responder la última. Odiaba dar el brazo a torcer y ya lo había hecho un poco al mediodía con el salmón cuyo gusto aún rondaba en mi boca.

—Pensé en este lugar porque ayer te relajó pasear en el auto. Supongo que esto es aún mejor.

Yo asentí guardando toda expresión que mi rostro pudiese reflejar, para mis adentros. Caminamos hasta

Montamos en dos caballos. Yo en una yegua marrón y él en un caballo un poco más alto, blanco.

—¿Tú sí sueles montar, verdad?

—El lugar es de un amigo así que sí. Cuando estoy estresado lo hago.

—E intuyes que yo estoy estresada.

—Ayer lo estabas.

—Por tu culpa—dije y mi yegua se posicionó por delante de su caballo, por lo que quedé delante y de espaldas a él.

Adam, que tenía mayor manejo de su caballo que yo, se interpuso y me cerró el paso cruzándose.

Por unos momentos nuestras miradas se cruzaron. El día algo nublado luego de la llovizna de la mañana parecía reflejarse en su cabello, de un rubio oscuro. Sus ojos grises contrastaban a la perfección. Sus cejas, pobladas pero perfectamente marcadas, estaban impávidas. Me observaba con...No podía descifrarlo así que enarqué una ceja porque tanto suspenso silencioso me estaba incomodando.

—¿Qué es lo que te estresa? —le pregunté.

—El trabajo. Mi hogar...

—¿Cuando mientes sobre los libros de política, por ejemplo?

—Sí que te molesta eso.

—Pues me molesta que la gente no sea frontal.

—Entonces te diré que me estresan las cosas de mi hogar, que también es verdad. Me estresa darles todo a mis padres y por eso miento con el trabajo si una opinión política no me agrada tanto.

—Eso ya lo dijiste.

—Pero tú lo volviste a sacar a colación.

Tragué enojada porque él tenía razón. Mierda.

—Bueno—rodé los ojos—Cuéntame otra cosa entonces. Algo que no hayamos sacado a colación—lo cité burlona.

—Déjame pensar...—Se llevó una mano al mentón y sus dedos largos, propios de una mano de gran tamaño, acariciaron su ya áspera barbilla—Cuando era pequeño, coleccionaba gomas de borrar.

—¡Pero qué hombre más divertido! —dije irónica.

—Lo siento. A ver, pregúntame algo tú entonces.

—Sobre tu juventud.

—¡Eh, que soy joven aún!

—Bueno, tu adolescencia. ¿Alguna vez te emborrachaste?

—Una vez. En el peor momento—rió de costado, como recordándolo.

—Cuéntame. 

Vendida al CEODonde viven las historias. Descúbrelo ahora