La primera cena

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Tardé bastante en levantar la cabeza de la almohada en la que había estado llorando y recién allí fue que me puse a observar mi nueva habitación.
Yo me encontraba frente a la cama de sábanas blancas e impolutas con aroma a jabón pero el suelo era de un mármol brillante que parecía vidriado. Era todo muy amplio con mesas de luz y un escritorio blanco frente a un espejo y con cortinas color crema al fondo.

Tanto llorar me había dejado agotada, debilitada, pero no podía dormir; la idea no era una opción así que fui hasta el baño que había al otro lado dentro de mi misma habitación y tras lavarme el rostro me dispuse a salir.

Eso más que una casa parecía un palacio pero estaba todo vacío. Caminé y caminé hasta encontrarme con un hueco en la pared sin puerta que daba a una inmensa biblioteca y entré. Había sofás rojos y también de piel en los que recostarse a leer. También había una máquina para preparar cafés de distintos gustos y una pequeña heladera con postres.

Mierda, pensé.

Ya había caminado un montón hasta llegar allí por lo que me desplomé en uno de los sofás y hojeé una novela romantica algo anticuado; parecía un clásico.

Yo prefería las novelas de Wattpad que leía por mi celular pero aún no sabía la clave del wifi.

Cuando la luz bajó por completo y la habitación quedó casi a oscuras, noté que estaba muerta de hambre así que dejé el libro sin acomodarlo y bajé en busca del comedor.

Tal vez, si pedía comida ahora, me salvaría de comer con Adam después así que fui hasta el comedor; una mesa de pino alargada y por suerte me encontré con una chica que la estaba limpiando.

—¿Desea algo, señorita?

—La verdad tengo mucha hambre—le confesé.

—El señor Adam siempre toma su cena a las nueve pero podemos prepararle algo ¿Qué desea?

—¿Tienen tostados? O mejor algo dulce.

—Podemos ofrecerle una porción de tarta de fresas o un muffin de chocolate.

—El pastel de fresas, por favor. ¿Tienes la contraseña de wifi?


—Adam Boston.

Qué modesto era. Nunca se me habría ocurrido colocar mi nombre como clave de wifi pero olvidaba que me encontraba en medio de una vida que era una campaña publicitaria.

Estaba degustando mi suave y delicioso pastel mientras scrolleaba en Instagram cuando un carraspeo me interrumpió. Pausé la historia de una influencer y levanté la mirada.

—Llegaste antes. Y empezaste a comer. Veo que tomaste el postre.

Yo asentí de mala gana.

—Si no pensaste en darme almuerzo o una merienda, necesitaba comer antes de tu cena.

—Nunca bajaste a buscar nada, pensé en darte tu espacio.

—Sí, claro.

—¿Me puedo sentar?—preguntó aunque era una pose pues ya caminaba hacia un asiento.

—Es tu casa—me encogí de hombros.

—Yo pediré un lomo con verduras salteadas al Malbec—le dijo a la chica que me había traído el pastel—Hay que planear tu cumpleaños de mañana.

—No me interesa.

—Veo que te gusta el pastel ¿Cuál querrás?

—Mmm...Torta Oreo o Tiramisú—No iba a renunciar a mi pastel pero me arrepentí de soltarlo a la primera y tan decidida cuando él sonrió negando.

—¿Y el resto del menú?

—Hamburguesas y papas fritas.

—No puedo servir eso aquí.

—¿Y para qué me preguntas? No pienso comer pescado crudo como si fuera un oso polar.

—Para tu información, el sushi es para personas. Y de la más alta clase.

—Me da igual. Yo no soy de la alta clase.

—Ahora lo eres—Yo volví a encogerme de hombros— Y cuéntame de ti.

—¿Acaso te interesa?

—Te traje aquí por eso.

—No me interesa contarte.

—Bueno, hablaré de mí entonces. No sé si tenga que ver con el significado de mi nombre, Tierra, pero odio las alturas. Un amigo de Australia una vez me ofreció tirarnos de un paracaídas pero yo no acepté aunque sí que practiqué otros deportes de alto riesgo como canoas en torrentes y fui en una 4x4 en el desierto.

Yo asentí fingiendo un bostezo.

>>Soy más de lo salado que de lo dulce así que no me verás comer pasteles contigo pero tú puedes pedírtelos. Ehh...Cuando era pequeño...

La que rió negando esta vez fui yo.

—¿Qué ocurre?

—Me encanta cómo hablas de ti como si todo esto—dije mirando a su alrededor—No fuera lo que te importa. Como si pensaras en algo más que en dinero y en hacer campaña para tu empresa.

—Es que así es, Leslie. El dinero y el trabajo son sólo un rato de mi día. De ocho de la mañana hasta las dos de la tarde, concretamente.

—Claro,claro—dije irónica—Y cuéntame de eso, entonces. Nunca me gustó lo que hacías. Hazme cambiar de opinión.

—Mi empresa es la más prestigiosa editorial del país y del continente.

—Sí, pero publicas libros de campaña política muy distorsionados de la realidad.

—Así que te interesa la política.

—Así que no lo niegas.

—¿Sabes que pienso? Que tienes mucho enojo dentro que te ciega.

—¿Pues sabes qué pienso yo? Que eres un increíble imbécil y patético ser humano que se deja en halagos vacíos y adulaciones petulantes. Un idiota—dije resentida mientras en mi cabeza pensaba cómo sería pasar la víspera de mi cumpleaños en esa mansión. Completamente sola.

—No toleraré que te burles de mí en mi propia casa, jovencita insolente. Y menos sin un motivo.

—¿No? ¡Pues déjame ir!—grité.

—¡No cruzarás esas puertas sin mi permiso, oíste?

Yo me levanté de la mesa y corrí hasta mi habitación, que tardé en encontrar y que luego cerré de un portazo.

Era la segunda vez en el día que lloraba con la cabeza contra la cama.

Vendida al CEODonde viven las historias. Descúbrelo ahora