6. LA GALA

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El viernes llegó en un abrir y cerrar de ojos. A Irene aquella primera semana le sirvió para conocer mejor a su nueva familia. Y como había visto en un principio, Doña Pilar era muy afable y sincera, campechana. Sergio un ligón, que cada día salía con una chica diferente y Lorenzo un completo misterio para ella, que había estado toda la semana rehuyéndola. Irene no dejaba de preguntarse por qué.

Se estaba arreglando, con ayuda de Doña Pilar, para la gala de premios. A primera hora de la tarde habían ido a la peluquería y le habían hecho un recogido que le quedaba muy elegante. Se había puesto ya el vestido y Doña Pilar le estaba poniendo las joyas, un precioso collar de perlas que decía le había regalado su marido antes de que naciera Lorenzo, cuando llamaron a la puerta de la habitación:

- ¿Estás lista? - preguntó la voz de Lorenzo.

- Todavía no, espera un momento - respondió Doña Pilar.

- Vamos a llegar tarde - se quejó Lorenzo.

- Ya casi estamos, no te preocupes.

Doña Pilar miró a Irene frente a frente para comprobar como le quedaban las joyas.

- Estás perfecta. Anda ve, o a mi hijo le dará algo.

Irene se dirigió a la puerta. Su corazón iba a mil por hora. Abrió la puerta y allí estaba él que se quedó mirándola fascinado; sintiendo cierta agitación en su entrepierna, lo que le hizo pensar que aquella noche no acabaría bien. 

- Estás muy guapa - le dijo Lorenzo poco después de subir al coche.

Esta vez, en lugar de conducir Lorenzo, tenían chofer e iban en la limusina con la que habían ido de compras Doña Pilar y ella el sábado anterior.

- Gracias, aunque parte del mérito es tuyo. Este vestido es espectacular - señaló Irene.

- ¡Bah, es solo un vestido! Sin un buen cuerpo como el tuyo no sería nada.

Irene sonrió. Y Lorenzo, que hasta ese momento había estado sentado lo más alejado que podía de ella, se movió levemente unos centímetros, acercándose, y sorpresivamente enredó su mano en la de Irene. Ella solo se dejó hacer.

Llegaron al hotel donde se celebraba la gala. Lorenzo salió primero y después ayudó a Irene a bajar. Después le tendió el brazo al que ella se colgó y entraron en el hotel. Caminaron por el vestíbulo hasta un pasillo al final del cual había una puerta que daba a un gran salón.

Había mucha gente, gente sentada ya en sus mesas y gente de pie hablando unos con otros. Nada más entrar en la sala, un hombre de cierta edad, con el pelo gris y que parecía el anfitrión de la fiesta, se acercó a ellos y saludó a Lorenzo.

- Bienvenido y buena suerte.

- Gracias Francisco - le respondió Lorenzo.

- ¿Y quién es tu bella acompañante? - le preguntó mirándome a mí.

Yo sonreí tratando de darle las gracias.

- Ella es... - Lorenzo no sabía qué decir hasta que yo decidí tomar las riendas de la situación y le dije:

- Soy Irene, su novia.

El hombre me tendió la mano y dijo:

- Es un placer.

Sonreí. Lorenzo se despidió del hombre y avanzamos unos metros y casi toda la sala se giró a observarnos y vi como algunos murmuraban.

Buscamos la mesa en la que debíamos sentarnos y entonces a un lado oí una voz femenina que decía:

- Vaya, así que esta es la mujer que va a gestar tu bebé.

Me giré hacía ella, era una mujer morena, con el pelo liso, largo, ojos negros, alto, con unas piernas que parecían kilométricas y un aire de superioridad que no me gustó un pelo.

Tras ella, iba un hombre de pelo castaño, pequeños ojos marrones y barba de 4 días.

- Sí, esta es Irene, la, madre de mi hijo - respondió Lorenzo encarándose a ella. 

- Y ya lo está gestando - aclaró Lorenzo.

- ¡Hola, preciosa! Soy Mónica, la ex de Lorenzo - se presentó tendiéndome la mano que yo amablemente tomé sacudiéndola. También el hombre, Alfonso, se presentó.

- ¿Qué hacéis aquí? - preguntó Lorenzo algo molesto.

- Alba nos ha invitado ¿Te acuerdas de ella? - le preguntó Mónica.

- Sí, vamos Irene - dijo Lorenzo tirando de mí.

- ¡Oh, pero no hemos dado la enhorabuena! - dijo Mónica tratando de retenernos.

- Gracias - dije yo.

- Vamos Irene - repitió Lorenzo.

- No sé por qué tienes tanta prisa - dijo Mónica - tu mujercita es muy amable y dulce ¿Para cuándo la boda?

- No habrá boda, por ahora - respondió Lorenzo muy serio.

- ¡Ah, claro, tú solo le diste ese privilegio a Amparo! Las demás somos plato de segunda mesa y no merecemos ese privilegio - le recriminó Mónica a mi acompañante.

- Mónica, no empieces, si no te hubieras ido con este imbécil, nos hubiéramos casado - interpeló Lorenzo.

- Ese imbécil, como tú lo llamas, me dio más amor del que tú le has dado nunca a nadie.

- Te dio más polvos y punto. Por eso me dejaste por él - sentenció Lorenzo

Y entonces, sin que ni yo ni Alfonso lo esperáramos, Mónica le cruzó la cara a Lorenzo con una sonora bofetada.

- Eres una puta - le recriminó.

- Alto ahí, no insultes a mi mujer - le reprochó Alfonso.

Yo me sentía cada vez más incómoda en medio de los tres, la gente nos miraba y algunos habían empezado a prestarnos atención.

- Tu mujer es una puta - repitió Lorenzo elevando el tono de voz, lo que provocó la furia de Alfonso, que terminó asestándole un puñetazo a Lorenzo en toda la nariz. 

El botiquín era una pequeña habitación con todo lo necesario para curar pequeñas heridas. Había una especie de camilla y una silla. De un armario de puertas acristaladas saqué algodón y alcohol.

Lorenzo se sentó en la silla con la cabeza hacia atrás. Puse un poco de alcohol en un trozo de algodón y lo pasé suavemente por su nariz que empezaba a hincharse.

- Te ha dado un buen golpe - señalé.

- Se está hinchando, ¿verdad?

- Sí - le respondí.

Estábamos muy cerca el uno del otro y aquella cercanía me ponía nerviosa. Lorenzo creo que también estaba nervioso o al menos parecía incómodo. Sentí su mano sobre mi cintura y luego otra en mi cuello. Nuestros ojos se miraron profundamente, mientras su boca se acercaba a la mía. Me besó larga y apasionadamente mientras un intenso calor y el deseo se extendían por mi cuerpo y por el suyo también. Del beso pasamos a las caricias, a deshacernos de la ropa con urgencia. Me subí la falta hasta la cintura, quitándome las braguitas y me senté sobre sus piernas, después de que él se bajara la cremallera del pantalón y sacara su verga dura y lista para la acción. Besó mi cuello, lo mordió, mientras guiaba su sexo hasta mi ya húmeda hendidura y me penetró. Lo abracé, le rodeé el cuello con mis brazos y me elevé sobre su sexo para dejarme caer, hundiéndome en él. Lorenzo me abrazó entonces y nos quedamos un rato inmóviles, sintiéndonos, después siguió empujando dentro de mí una y otra vez hasta que ambos alcanzamos el orgasmo. 

MAMA POR SORPRESAWhere stories live. Discover now