INFELIDAD II

1.9K 11 0
                                    

Mario me ofreció tomar una copa, pero de pronto me acordé de mi marido. Entre lo de aquellos gamberros y mi encuentro con él, se me había ido el santo al cielo, Jesús estaría preocupado por mi tardanza. Antes de marcharme le pregunté a Mario si iba a estar más tiempo ahí, y me dijo que estaría el tiempo que hiciera falta. No sé de donde saqué el valor, si del deseo que vi en sus ojos o de las ganas que tenía de estar con él.

— ¿Quieres pasar la noche conmigo? —le pregunté.

Él sonrió con incredulidad, eligiendo las palabras antes de responder.

—Me muero por pasar la noche contigo.

Sólo faltaba una cuestión por resolver. Respiré hondo y fui a buscar a mí marido.

No fue necesario, Jesús estaba apenas tres metros más allá. Lo había presenciado todo, tanto lo de los gamberros como lo del chico de la playa, había reconocido a Mario. Mi esposo confesó entonces que también había visto de reojo lo ocurrido en la playa aquella misma tarde.

Sentí gran alivio al comprender que Jesús había sido mi aliado en todo momento. Eso me dio confianza para pedirle un último favor, uno muy importante para mí y que esperaba que él me lo pudiese conceder.

Estaba incomprensiblemente tranquilo cuando me preguntó cuál era ese favor.

Entonces tuve que tomar aire y sin más rodeos se lo dije: "Necesito pasar la noche con ese chico."

Jesús hizo una mueca al confirmar sus sospechas. Mi esposo entendió que si se oponía a mi deseo yo lo haría a escondidas cualquier otro día o, peor aún, me quedaría con las ganas y le guardaría rencor toda la vida. Aun así Jesús tenía dos alternativas y hubo de escoger. Me miró a los ojos, tomó mi cara entre sus manos y besándome, dijo:

—Vete. Pásalo bien.

—No me esperes despierto —reí emocionada y le besé de forma compulsiva.

Cuando dejé de besarle, mi esposo apuró su copa, me miró por última vez y se marchó.

Desperté con los rayos de sol estrellándose contra la ventana. Me llevó algún tiempo tomar consciencia de dónde estaba, qué hora era y qué había sucedido. Habría dormido cuatro horas a lo sumo, me encontraba exhausta, agotada. Mi cuerpo protestó al primer intento de moverme, era su forma de advertirme de que necesitaba seguir durmiendo para recuperarse de la maratón de la noche anterior. Lo siguiente que noté fue la quemazón en mis partes íntimas haciéndome recordar el placer soportado tan sólo horas antes. Volví la cara y allí estaba él, dormido a mí lado, parcialmente tapado por las sábanas, pero tan desnudo como yo. Me quedé mirándole, rememorando cada momento vivido.

Estaba todavía aturdida, aletargada. Los recuerdos se confundían como si surgieran repentinamente entre la espesa niebla. Recordé lo torpe que era Mario bailando. Había intentado enseñarle, pero me hube de conformar con que no me pisara. En cambio, yo no dudé en exhibir mi talento latino para bailar. Meneé la caderas con los brazos en alto, luciendo el sensual contoneo de mi cintura para hacerme hueco entre la gente. Evidentemente, yo bailaba para Mario, él era mi hombre esa noche, pero de que quise darme cuenta todos me contemplaban a mi alrededor. Me henchí de satisfacción al ver que era capaz de generar tanta expectación como veinte años atrás. Estaba tan feliz que nada más terminar la canción me lancé a los brazos de Mario en busca de su boca.

Nos marchamos enseguida abandonando nuestras copas casi llenas, pues en realidad la nuestra era otra clase de sed. Una de las veces que nos detuvimos a besarnos de camino a su apartamento, Mario descubrió que no llevaba bragas. De no haberme resistido me hubiera follado allí mismo, en medio de la calle.

Piel Morena [+18]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora