Canibales en la segunda guerra mundial

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Mi querida amiga lo que te voy a contar a continuación te va hacer que pienses que me he vuelto loco o que he renunciado a todos mis principios, pero no es así. Estoy absolutamente seguro de que muchos pensamientos locos me han imposibilitado de comentar lo que me ha causado mucha angustia a lo largo de todos estos años. Todo estos sucesos que me marcaron sucedieron en enero de 1942, me llamo Clarence D. Wood Jr. Recientemente me he graduado como piloto caza de los Curtiss P-40 Warhawk, en el instituto Tuskegee para la formación de pilotos aéreos, que se encuentra en el estado de Alabama. El presidente Franklin D. Roosevelt, ordenó la creación de este instituto para minimizar el problema de racismo que existía en el país. Así que cientos de mis hermanos negros nos ofrecimos voluntarios y fuimos enrolados en el cuerpo aéreo de los Estados Unidos de Norteamérica. Los primeros tres meses de reclutamiento fueron los peores meses de mi vida. Nos golpeaban, nos obligaban a hacer ejercicio todo el día, comíamos y dormíamos poco. Luego el proceso de mi instrucción como aviador fue interrumpido y acelerado, por la cobarde ofensiva militar de la armada imperial Japonesa contra la base naval en Pearl Harbor, Hawái. No fue fácil graduarme, porque por el solo hecho de ser negro, los instructores blancos, nos hacían la vida imposible día a día. Nos ordenaban hacer guardia toda la noche en casetas de seguridad que estaban a la intemperie. A la mañana siguiente muy temprano nos obligaban a correr veinte vueltas al estadio, sin haber tomado desayuno ni descansado. En clases rendíamos exámenes de último minuto, siempre nos hacían preguntas difíciles sobre navegación aérea y aerodinámica avanzada. Cuando se les daba en gana, nos castigaban sin razón. Que porque el pantalón no tenía una raya que demostraba que había sido planchado, una amonestación. Que porque, la cristina (gorra militar) estaba con pelusas, otra amonestación. Que porque el negro es feo y no tiene buena ortografía, una amonestación más. Era injusto todo el rigor que nos aplicaban. Sin embargo lo que ellos no sabían: Es que eso nos hacía físicamente mucho más resistentes e intelectuales y sobretodo, mucho más patriotas. No quería regresar a mi casa como un negro fracasado, que solo servía para arar el campo o como sirviente de un blanco. Eso de ninguna manera lo iba a permitir. El ataque Japonés conmocionó profundamente al pueblo estadounidense y llevó directamente a la entrada de los Estados Unidos en la Segunda Guerra Mundial, tanto en los teatros de guerra de Europa como del Pacífico. Inmediatamente nuestro escuadrón de la compañía 332 entró en combate en el mediterráneo y en Europa Yo, por muchos motivos religiosos me negué rotundamente en ir a la guerra y el gobierno me encarceló. Un año más tarde en mi encierro, recibí una carta que me indicaba expresamente, que si no volvía a enrolarme al cuerpo aéreo, me iban a fusilar, sin goce a una corte marcial ni civil, por traición a la patria. Me han hecho creer en la superioridad del dogma del racismo. Me tengo que someter a buena gana a esta idealidad y estoy obligado a adentrarme en las entrañas de la bestia. Así, bajo presión tuve que embarcarme en el portaviones "Enterprise" y sumarme a la guerra.

Al llegar a Europa, la escena era muy distinta a lo que todo humano con un mínimo de sensibilidad hubiera podido soportar. Los alemanes estaban muy cerca a nuestro campamento y recibíamos numerosos bombardeos y ráfagas de metralletas. Las vidas se perdían en segundos y no eran unos sino cientos de soldados que caían muertos. A duras penas y con mucho esfuerzo pude adentrarme en una de las trincheras aliadas. El olor era nauseabundo que revolvía las entrañas de los que llegábamos, había como agujeros de tumbas, mucho excremento y huesos humanos regados por todos lados. En ese momento presurosamente, con la cabeza abajo corría por las trincheras. Una bomba explotó muy cerca de mí y caí. El sonido fue muy fuerte que pareciera que estuviera perdiendo el conocimiento, por ratos no escuchaba nada, solo el espantoso sonido de las bombas que me laceraba el oído, luego un silencio aterrador acompañado con la inmovilidad de mis extremidades me atormentaba muchísimo. De pronto una pierna cercenada caía de los aires y yacía en el suelo, a mi costado. Un soldado esquelético, muy pálido y ojeroso, con los ojos color azul y los dientes podridos y de color marrón, apareció de pronto de uno de los hoyos en las trincheras y cogió presurosamente el miembro y lo devoró en un frenesí de canibalismo horroroso. Me desmaye producto de una granada que explotó muy cerca de mí.

POSTMORTEM: Historias de horrorWhere stories live. Discover now